En Chile los niños juegan muy poco
Un inédito estudio chileno da cuenta de que los niños y niñas están destinando poco tiempo a jugar de manera libre. Un escenario preocupante, considerando que el juego es fundamental para su desarrollo.
Dos niñas están en el living: la mayor hace de doctora y la más pequeña es la paciente que está tendida, muy concentrada y seria, sobre el sillón mientras le escuchan su corazón con un estetoscopio de juguete. Como está tan grave, debe recibir un pinchazo, algunos medicamentos y una receta de mentira. “Evidentemente esa niña sabe que no está enferma, pero también sabe que para que el juego funcione, debe comportarse como si lo estuviera. Entonces si todos se ríen, ella va a intentar no reírse. Esa sola acción hace que sus capacidades de abstracción y regulatorias, como la inhibición, estén altamente activas. Está adquiriendo habilidades cognitivas y sociales importantes”, sostiene la psicóloga Daniela Aldoney, a propósito de esta clásica escena de juego infantil, para dar luces de por qué jugar es relevante. “La contribución del juego al desarrollo positivo de los niños y niñas ha sido muy estudiada; se ha visto que tiene consecuencias positivas en casi todos los dominios. Pero a la vez, sabemos que el tiempo que los niños dedican a jugar ha disminuido en las últimas décadas”, añade la especialista, académica de la Universidad del Desarrollo y directora ejecutiva de la Sociedad de Desarrollo Emocional (@sdemocional).
Aldoney es parte del equipo chileno que trabajó en un estudio que acaba de publicarse en la revista académica International Journal of Play. Se trata de una de las pocas investigaciones que existen en el país que aborda, entre otras cosas, la frecuencia con la que juegan los niños y niñas. Los datos son desalentadores: de los más de 500 padres, madres y educadoras que fueron encuestados, solo un 10% reportó que sus hijos e hijas –cuyas edades estaban en el rango de 2 a 5 años– jugaban de forma libre todos los días. Mientras que el 60% de los encuestados señaló que jugaban libremente 2 a 4 veces por semana.
“Son datos preocupantes, en el sentido de que el juego libre es algo que idealmente debieran hacer todos los días. Los resultados creemos que se condicen con la valoración que hacen los cuidadores del juego: si para los padres el juego libre es importante, tenderán a jugar más”, comenta Aldoney, quien explica que el juego se define como una actividad placentera, no obligada, en la que se disfruta el proceso y se ensayan situaciones que no son reales, sin las consecuencias de la vida real. “No es exagerado decir que el juego es la manera que los niños y niñas tienen para aprender a relacionarse con el mundo y la sociedad”, puntualiza.
Si bien existen otras categorías de juegos como el estructurado –en torno a una actividad específica– o el electrónico –con aparatos tecnológicos–, el juego libre es la manera más primaria que los niños y niñas tienen para interactuar con el mundo y aprender.
Para la psicóloga María José Palmero (@psicologa_maria_jose_palmero), experta en educación inicial y educación emocional, el juego además les permite elaborar lo que van viviendo. “Cuando las personas experimentamos situaciones desafiantes, los adultos tenemos mecanismos y redes para expresar lo que nos pasa, elaborarlo y regularnos. Los niños y niñas no tienen esas herramientas desarrolladas, pero tienen otra muy poderosa: el juego. A través de éste, ellos pueden elaborar, asimilar y superar sus vivencias. Además de soñar, abrir su mente y pensarse a sí mismos de múltiples maneras”, comenta.
Dejar que jueguen solos
“Cuando tenía 5 años, me escondía debajo de mi cama e imaginaba mundos enteros que vivían dentro de mi colchón, en el que ya había hecho un agujero y escondía pequeñas canicas. (...) Pero mis hijos juegan en iPads. Primero fueron los sonidos de los animales, luego las aplicaciones para colorear y los juegos de música y matemáticas. Una vez los llevé a un arroyo y mi hija, entonces de 6 años, me dijo que los gérmenes nos podían comer”, contó la escritora Lyz Lenz en una columna que publicó en The New York Times hace dos años. Para ella, el juego sin artefactos tecnológicos era algo que tuvo que ofrecerles; no era algo que ellos buscaran intuitivamente.
Pero todo comenzó a cambiar con la pandemia, cuenta luego Lenz en su artículo, cuando se vio en la necesidad de que sus hijos aprendieran a jugar solos, pues ella estaba exhausta y debía teletrabajar. Ya no podía jugar con ellos. Se los dijo. Y, desde ahí, la casa de juegos que no había sido ocupada, se convirtió en una especie de refugio lleno de cojines y cortinas viejas. El patio estaba lleno de cajas, que simulaban una especie de ciudad. Sus hijos construyeron un hotel para los gatos y armaron una pequeña ciudad afuera.
Sin embargo no todos han tenido la suerte de Lyz Lenz. La intensidad del rol de la maternidad y paternidad de estos tiempos de teletrabajo y exigencias, hoy nos ha llevado a estructurar sus rutinas por completo, ofrecerles decenas de actividades o pasarles una pantalla para que no se aburran. Pero, ¿será que subestimamos su propia capacidad de jugar solos?
Para María José Palmero, los niños tienen intrínsecamente la habilidad de jugar y son los adultos quienes frenan ese impulso al momento de exponerlos a las pantallas. “Allí es cuando los niños pierden oportunidades para usar su mente de manera creativa, en la comprensión de su propio mundo. Al mismo tiempo, cuando los adultos estamos disponibles emocionalmente para ellos y prestamos verdadera atención a sus juegos, mejoramos el vínculo y, como consecuencia, potenciamos el juego libre”, apunta la psicóloga.
“El juego con los padres y madres, u otro cuidador, también es muy significativo porque es el contexto ideal para crear vínculos seguros y cariñosos; especialmente en los primeros años. Pero al jugar de manera solitaria los niños ajustan sus habilidades de representar y expresar sus experiencias, emociones e ideas. Es común ver que durante el juego los niños utilizan el ‘habla privada’ para comentar sobre lo que ellos mismos están haciendo y compartir con el entorno creado por su imaginación. Están monitoreando sus capacidades de resolución de problemas, tanto interpersonales como con objetos. Y estas son habilidades esenciales para su desarrollo socioemocional”, finaliza la psicóloga Daniela Aldoney.
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