A principios de noviembre, el Collins English Dictionary eligió su palabra del año 2022: la permacrisis. Definido como un “período prolongado de inestabilidad e inseguridad”, este término da cuenta de la serie de eventos históricos, de alcance mundial, que hemos vivido en los últimos años y que han permeado nuestros modos de relacionamiento.
Y es que las últimas crisis, por su temporalidad, no han aparecido como fenómenos aislados. La pandemia de COVID-19, la guerra en Ucrania, el calentamiento global, la recesión económica e incluso el estallido social; han sido eventos claves en la configuración social de los países, manifestándose de manera casi simultánea en los últimos dos o tres años. Es esa yuxtaposición la que ha generado, tal como decía el escritor David Shariatmadari, una “sensación vertiginosa” en las personas marcada por la ansiedad de pasar de manera constante de un evento sin precedentes a otro.
“Lo que realmente refleja la permacrisis, o mejor dicho el origen del concepto, es el pesimismo que impera en la sociedad global, la sensación de que no hay salida y que estamos cerca del colapso de nuestra civilización”, explican en el blog Gizapedia.
Aunque en 2022 adquirió nuevos aires, la palabra permacrisis no es nueva. Como término, se comenzó a emplear en la década de los 70, y tiene sus raíces en teorías sistémicas que dan cuenta de la interconexión de los sistemas frente a las emergencias en la era de la globalización. Un ejemplo de estos postulados es aquel propuesto por el filósofo francés Edgar Morin que, bajo el concepto de policrisis, sostiene que la Humanidad reside en una red de sistemas interconectados y complejos, donde si falla uno de ellos, se afecta la totalidad del entramado.
Pero, ¿de qué manera llega esto a las personas? El hecho de internalizar estas crisis en nuestra normalidad impacta en nuestro modo de relacionarnos, dice el sociólogo Mauro Basaure, investigador del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES) y académico de la Universidad Andrés Bello. “Las crisis no son buenas para las relaciones sociales, porque te enclaustran en lo privado y hacen que haya desconfianza en lo público”, manifiesta y explica: “Cuando el mundo se hace incierto, lo normal es que se refuercen los lazos más cercanos, como familia, amigos o pareja. Pero eso no se extiende más allá. Es decir, todo el resto de las personas pasan a ser parte de ese escenario en crisis y se generan desconfianzas entre los ciudadanos. Nos hace estar más distantes entre nosotros”.
Eso podría explicar cifras como las reveladas en el informe Confianza Interpersonal en el Mundo, publicado en 2022 por la empresa Ipsos, que recoge la percepción de más de 22.500 personas en 30 países. De acuerdo al sondeo, solo un 20% de los chilenos y chilenas admite que puede confiar en los demás, dejándonos en el tercer lugar de Latinoamérica con menores niveles en este indicador. “Estar en un escenario de permacrisis aumenta las sensaciones de incertidumbre, inseguridad y vulnerabilidad”, reflexiona Martina Yopo, académica de la Escuela de Sociología de la Universidad Diego Portales. “Y eso incluso impacta en decisiones biográficas. Por ejemplo, los estudios han mostrado que en períodos de crisis, las personas tienden a tener menos hijos y reconfigurar sus aspiraciones de fertilidad. Porque se trata de un compromiso de largo plazo y cuando no sabes qué va a pasar más adelante, es complejo pensar en un futuro extenso. El horizonte está asociado al día a día. Eso es lo que ha pasado con esta permacrisis”.
Movernos por estos escenarios no solo nos afecta en nuestros modos de vinculación interpersonal, sino que esas consecuencias también se extienden a ámbitos como la participación pública y la política. En ese aspecto, ambos expertos sostienen que una de las posibles interpretaciones respecto al triunfo del Rechazo en el plebiscito de salida tiene que ver con ese interés por retomar la normalidad previa a la permacrisis del último tiempo. “El cambio, de alguna manera, supone incertidumbre. En el caso de Chile, como las personas querían seguridades, y la propuesta estaba desde el lado de las incertezas -por el solo hecho de suponer ciertas modificaciones-, la gente no se aventuró. Quizás, ni si quiera fue un Rechazo por principios, sino más bien se trató de una respuesta adaptativa a este escenario, aunque eso significara quedarse con la Constitución del 80. Por eso ahora hay un cambio de narrativa, donde se busca a expertos o instituciones, porque se reduce esa variable asociada a la incertidumbre”, dice Mauro Basaure.
Aunque como país nuestro rumbo político se inclinó hacia una opción más conservadora, en lo personal, sostiene Martina Yopo; nos hemos logrado adaptar para lidiar con la incertidumbre. Sin embargo, no todos han vivido esto de manera similar: “Hay personas que, por su posición social, y capital económico y cultural, tienen más recursos para desarrollar estrategias para pasar estos períodos sin mayores sobresaltos. Y al contrario, quienes no lo tienen, quedan desprotegidos”. Así, concluye, esta permacrisis no solo viene a interpelar nuestra capacidad de ser flexibles a nuevos y diversos escenarios, sino que pone sobre la mesa los puntos de fuga del sistema de seguridad social que tiene el Estado frente a personas en situación de vulnerabilidad. “Como sociedad, tenemos el desafío de reconstruir la infraestructura de certidumbre pública. Y eso no solo involucra políticas públicas específicas que, por cierto, son muy necesarias. Implica construir relatos y narrativas sobre el futuro que nos den confianza para involucrarnos con los diversos ámbitos de la vida social”.