“A comienzos del 2001, cuando tenía recién 21 años, conocí a un tipo del cual me sentí muy atraída. Diría que incluso enamorada. Nos presentó una amiga en común, y lo cierto es que, a pesar de que él me encantó, lo nuestro fue solo un “pinchazo”: nos vimos unas tres veces, un par de besos y una salida al cine. Pero yo, enamoradiza a esa edad, quedé flechada. Y es que me encantó todo de él, pero lamentablemente no fue un amor correspondido. Él desapareció y nunca más lo vi. Entendí que no le había gustado de la misma manera, me dolió su partida, pero lo dejé ir. Además en ese tiempo, sin redes sociales, era difícil seguirle el rastro. Así que, a pesar de la pena, preferí quedarme con la sensación de que él, a su edad –22 años– no tenía la intención de formalizar una relación.
Pasaron los años, yo seguí con mi vida, pero él siempre quedó en mis recuerdos. Pensaba qué habría sido de su vida, también me preguntaba por qué había desaparecido. Cuando se crearon las redes sociales, Facebook específicamente, volví a buscarlo. Como todos en un comienzo en esa red social, empezamos a buscar a personas del pasado. Busqué a amigos del colegio, a amigos de la vida. Y se me ocurrió también escribir su nombre, hasta que lo encontré. Pero su perfil era cerrado. Desde entonces, y cada cierto tiempo, entraba con la esperanza de que lo hubiese abierto para saber algo más de él. Todo esto mientras seguía con mi vida, conocía a otros hombres. Con uno de ellos incluso estuve a punto de casarme, pero esa historia tampoco resultó.
En 2015 entré a Tinder por primera vez. Quise probar si ahí tenía más suerte, y no la tuve a la primera. Mis primeras citas fueron puros ‘pasteles’, de hecho un tiempo pensé en salirme. Pero un día aburrida en mi casa comencé a hacer swipe, y entre las fotos apareció él, mi amor de los 20 años. Me vino una sensación de nervio que me recorrió todo el cuerpo. ¡No lo podía creer! Me puse tan nerviosa que solté el teléfono y estuve sin mirarlo un par de minutos. No sabía si darle un like, tenía miedo de que no me respondiera.
Después de darle mucha vuelta, me atreví. Es que no podría haberme quedado tranquila frente a la posibilidad de hablar nuevamente con él. Di ese like y luego vinieron los segundos más largos de mi vida. Cada uno parecía una eternidad. Hasta que me llegó la notificación: hicimos match.
Comenzamos hablando por la aplicación. No le pregunté nada de nuestro pasado juntos, sino que nos pusimos al día de nuestras vidas durante todos esos años. Ya no éramos los jóvenes de 21 y 22 años, ahora yo era una mujer de 35 y él, un hombre de 37, con la vida harto más clara. Él no se había casado y tampoco tenía hijos, al igual que yo. Nos dimos nuestros números de teléfono y seguimos conversando por WhatsApp. No niego que estuve temerosa al comienzo. El fantasma del pasado me penaba, no quería volver a repetir la historia. Así que pasó harto tiempo antes de vernos en persona. Hasta que llegó ese ansiado día. Cuando lo vi fue como volver el tiempo hacia atrás: estaba igual de guapo y tal como lo recordaba. Tal como me gustó 15 años atrás.
Luego de esa cita, un 18 de agosto del 2015, no nos separamos nunca más. Renació el amor y la química. Me aclaró que cuando estuvimos juntos, a los 20 años, yo le había gustado, pero en ese momento no estaba buscando una relación. Y en algún punto se lo agradezco. Quizás era necesario que cada uno viviera su propia vida, que conociera a otras personas; no podemos saber qué habría pasado si en esos años lo hubiésemos intentado. Pero la vida no quiso que fuese así, y nos hizo reencontrarnos ya maduros y sabiendo lo cada uno quiere, que es estar juntos. Al año y medio me pidió matrimonio para un Año Nuevo.
Han pasado siete años de aquella cita Tinder; cinco años de un feliz matrimonio, una hija de cuatro años y otro que viene en camino. Es el mejor hombre que pudo darme la vida. El mejor que pudo darme Tinder. Y es que a veces pienso que si no nos hubiésemos reencontrado en esa App, no estaría contando la misma historia. Otras veces creo que nuestro destino estaba escrito. Sea como sea, nuestro amor se demoró, pero al final, llegó”.
Carolina Figueroa tiene 42 años.