Enfrentar la prueba de ingreso escolar cuando tu hijo tiene trastorno de lenguaje
“Cuando mi hijo tenía 2 años, tenía claro que había un retraso en su lenguaje. Si bien hablaba mucho y entendía las instrucciones -tanto en inglés como en español-, sólo los más cercanos le entendíamos lo que quería expresar, por lo que nos convertíamos en sus traductores oficiales frente al mundo. Como mamá ya tenía una hija mayor que me había mostrado los tiempos de las primeras palabras y frases, pero como fonoaudióloga había notado que sus habilidades lingüísticas eran más bajas, a pesar de sobre estimularlo.
El primer paso fue ingresarlo a un jardín infantil particular para estimularlo, porque quizás era ‘muy regalón’. Buscamos uno que tenía buenas referencias de amigos para ingresos a colegios de alto rendimiento. Mi hijo alcanzó a estar sólo 6 meses, sin avances importantes y yendo cada día con más temor. Todas las mañanas eran pataletas para entrar y cuando lo iba a buscar corría a mis brazos como si el mundo se fuera a acabar. Un día estaba con él en el supermercado y me encontré con otra mamá del jardín que yo no conocía. Se acercó con timidez y me dijo que un día fue a buscar a su hijo y vio que al mío lo zamarreaban porque lloraba. Como no me conocía, no supo a quién contarle lo que vio. En ese momento se me partió el corazón. Al otro día fui con mi marido a hablar con la directora. Y aunque ella negó la situación, mi intuición de mamá y la culpabilidad de la profesora pidiendo disculpas fueron una respuesta clara. La puñalada más grande vino cuando al irnos, la directora nos dijo que a nuestro hijo no le irá bien en ningún colegio porque no da el estándar. Un niño de 2 años estaba siendo estigmatizado por primera vez en su vida.
Ese día supe cuál era el camino a seguir. Ya no sería la terapeuta de mi hijo, sino que sería sólo la mamá que da cariño, baña, acurruca al dormir y pone las normas. El rol de fonoaudióloga lo tomaría otra terapeuta 2 veces por semana y hasta los 3 años para ingresarlo a una escuela especial de lenguaje. Lo conversé con mi marido, le expliqué lo que muchos desconocen de este tipo de educación. Esta escuela es una institución preescolar pública y gratuita que sigue el currículum escolar que determina el Ministerio de Educación. Tiene como máximo 15 niños por sala, la profesora es una educadora diferencial apoyada por una asistente y sólo entran niños diagnosticados por un médico y fonoaudiólogo con trastornos del desarrollo del lenguaje. Son niños como cualquier otros, sólo que el lenguaje está bajo, descartando autismo o algunas alteraciones neurológicas como síndromes.
Llegó su primer día de clases en la escuelita y ahí estaba él, saliendo feliz. Nunca más hubo pataletas por ir a aprender. Los meses comenzaron a avanzar, al igual como fue avanzando muchísimo su lenguaje. Pasó un año y su profesora siempre elogiaba su facilidad con los números. Su informe de fin de año destacaba sus avances y su promisoria alta que concordaba con la opinión de su fonoaudióloga particular que lo apoyaba en paralelo. En casa todos éramos co-terapeutas, desde mi querida nana que lo ponía a cocinar con ella y le enseñaba palabras difíciles como betarraga y brócoli, hasta su hermana que le corregía con técnicas específicas para que no se frustrara.
Pero llegó ese punto álgido de las pruebas de ingreso al colegio, una realidad que es dura y cruel para muchos, tanto en establecimientos públicos como privados. El ingreso a instituciones privadas comienza 1 año antes del ingreso real, por lo que los niños se presentan con 3 años a rendir un examen. Es un panorama aterrador llegar al día de la prueba de postulación, donde más de cien niños arreglados para dar la mejor impresión, son acompañados por sus papás, quienes les ruegan que se porten bien y respondan todo los que se les pregunta. Papás que se toman ansiosos sus cafés en el lugar designado por el colegio y comentan cuáles son sus otros posibles colegios de ingreso y sus rankings de preferencia, angustiados por un niño de 3 años que está en plena explosión de conocimientos, que están absorbiendo y aprendiendo todo lo que se les muestra. La diferencia de aprendizaje en 12 meses es abismante. Pero la triste realidad es que a esa corta edad no sólo seleccionan a los niños, sino también a los papás ilusionados que esperan afuera.
Mi hijo dio la prueba en el colegio de su hermana. Y aunque lo aceptaron, nos llamaron a entrevista porque había una observación. En la entrevista hablamos con la coordinadora del colegio, quien nos mostró un examen que nos hizo sentir orgullosos como papás. La coordinadora nos comentó que le llamaba la atención 2 puntos. Primero, que en la parte de lenguaje expresivo tenía ciertos reparos, ninguna novedad para un niño con trastorno de lenguaje. Nos preguntó con franqueza si nosotros como papás creíamos que un colegio bilingüe era el lugar para nuestro hijo. Yo con la misma franqueza, respondí que no había problemas de aprendizaje, ya que los otros ítem de la prueba lo demostraban, que sólo necesitaba tiempo para madurar su lenguaje y que todos los estudios dicen que no hay inconveniente en aprender 2 o más idiomas. Y es que los trastornos de lenguaje por definición son transitorios. Su segunda pregunta era sólo por curiosidad: quería saber por qué lo llevábamos a una “escuela especial”. Respondí con la misma franqueza anterior, contándole que en el sistema privado no hay nada comparable a lo que ofrece ese lugar: más de 20 horas semanales con profesoras especialistas y fonoaudiólogos enfocándose en el potencial de ese niño y entendiendo la base de su dificultad. Y le hice la siguiente comparación “usted como especialista en educación bilingüe dónde cree que aprenden mejor sus alumnos inglés, ¿en un colegio donde les hablan constantemente en inglés o con una profesora particular 2 horas por semana? En el sistema privado no hay nada similar, las atenciones de fonoaudiólogo o terapeuta ocupacional son de 30 a 45 minutos, y tener 2 o más sesiones es un lujo porque la cobertura es bajísima. Lo admitieron con la condicionalidad de que debía seguir con fonoaudiólogo con reportes cada semestre.
Los años han pasado desde aquel día y mi hijo está en tercero básico. Académicamente se encuentra entre los primeros de su curso y está aprendiendo otro idioma sin dificultad. Es un niño motivado, participativo y su trastorno de lenguaje desapareció por completo en kínder.
Escribo esto porque cada nuevo principio de año llegan a mi consulta muchos papás angustiados por el lenguaje de sus hijos, provocándome flashbacks de mi experiencia, con pequeños niños de 3 años que no dicen una RR” y que quieren que haga magia, porque si no logran decir esa RR, les hará perder la competitividad con los otros postulantes al colegio. ¿Cómo explicarle a esos papás y colegios que “esa RR” es normal y esperable que se desarrolle a los 5 años y que existen casos, como el de mi hijo, que han demostrado que con tiempo y apoyo profesional se puede lograr?
En mi corazón sigo soñando que la educación en Chile sea distinta y avance a respetar los procesos de maduración y aprendizaje de cada niño. Que la educación no sea selectiva y que todos tengan las mismas oportunidades de aprender idiomas y tener educación de calidad en sistema público o privado con apoyo de fonoaudiólogos y otros terapeutas. Mi misión como profesional continuará siendo dar un diagnóstico certero para ayudar a esas familias desesperadas, para que sus hijos encuentren el mejor camino para superar sus dificultades. Mi misión como mamá es y será acompañar incondicionalmente a mis hijos para que tengan una vida plena y feliz”.
Karel es fonoaudióloga y mamá de 2 hijos de 13 y 8 años.
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