Esas raras zapatillas feas
Estaba en cuarto básico cuando Adrenalina se convirtió en la teleserie que marcó a mi generación. Ese mismo año, en 1996, las Spice Girls lanzaron su primer disco, que aludía explícitamente al poder femenino. Aunque con mis amigas éramos unas cabras chicas, estas referentes que llamaban a desafiar a la autoridad y a encontrar una voz propia nos hicieron sentido. Y fue en esos discursos donde encontramos la posibilidad de soñar con ser quienes quisiéramos ser. A pesar de ese hambre quizás prematuro por ser independientes, como solo éramos unas niñitas creyéndonos adolescentes, todas -salvo una, para quien esto siempre fue motivo de orgullo- caímos en la moda que proponían estos productos culturales: pantalones fluorescentes, mochilas chicas de charol y las infaltables Donors, que se convirtieron en una especie de símbolo de estatus entre quienes logramos tenerlas primero. Eran incómodas y feas, pero eso no importaba.
Al poco tiempo, cuando la moda pasó, como siempre pasa, nos dimos cuenta de que haberlas usado había sido un error. Ya de grandes, incluso, esta época pasó a ser motivo de ataques de risas. Porque acordarnos de cómo nos sentíamos las reinas de la noche caminando por los pasillos del colegio con nuestras zapatillas, el delantal abierto y los calcetines doblados, nos hace reír hasta las lágrimas. Durante años pensamos que se trataba de un tema del pasado, hasta que las Donors y sus derivados volvieron como una de las prendas del momento. Nos sorprendimos porque evidentemente son feas, pero sobre todo porque representan una década llena de excesos.
A veces me pregunto cómo quienes crecimos en los noventa, cuando la glotonería insaciable por ser más ricos y más famosos llevó al límite a todos los ídolos de la época, hemos permitido que ese espíritu, o la falta de él, haya ganado nuevamente tanto espacio. Porque no solo volvieron las Donors, sino también los logos de marca exageradamente notorios, el exceso de joyas, las canciones en las que se habla de ganar mucha plata y se trata de prostitutas a las mujeres. Volvieron esos videoclips en los que solo hay autos deportivos y bikinis minúsculos. Y con ellos volvió esa superficialidad de creer que las cosas materiales hablan de quiénes somos. Que usar una prenda dice algo de uno.
Personalmente, no creo que sea así. Y es que, de serlo, seríamos como nos queremos ver y no como somos en la realidad, que va muchísimo más allá de las apariencias. ¿Porque no sirve más enfocarse en hacer lo que dices pensar que en que la gente sepa qué es lo que piensas a partir de lo que consumes? Lo digo porque todavía me acuerdo lo que fueron las Donors para mí: una manera de mostrarle al resto que ya era grande y dueña de mi vida, cuando en realidad solo estaba usando algo que creía que quería usar a pesar de que mi mamá todos los días me dijera que le parecían horrorosas y mi papá me preguntara cuál era el criterio para ponerme unos zapatos tan incómodos. Al final era solo una niña de 10 años creyendo que por tener unas zapatillas me sumaba a una tendencia que, si bien decía tener un discurso, movía una industria a la que poco le importaba mi proceso de búsqueda personal.
Mi experiencia con las Donors, aunque pueda sonar ridículo, es una de las lecciones de mi vida. Porque gracias a ellas aprendí que no hay que ser ingenua al creer que las decisiones son personales si están enfocadas en demostrarle al resto algo que únicamente puede existir de manera genuina en la intimidad. Que los discursos poco valen. Y que el consumo nunca es libre, por lo que es mejor evitar lo que supuestamente hay que hacer o usar en un momento determinado.
Actualmente la industria está adoptando discursos que dicen apelar a que seamos más conscientes. Tengo mis dudas de que sea posible. Y es que al final se trata de una nueva moda que emerge como 'lo que hay que hacer y decir', cuando finalmente solo cambia el objeto de deseo que se debe consumir. Quizás la respuesta es entender que la ropa es solo ropa. Ser superficial no es reconocer que hay cosas que son triviales que nos gustan, sino elegir disfrazar lo mercantil con discursos y posturas políticas cuando, por lo menos en un país como el nuestro, los cambios primero tienen que resonar y tener cabida en espacios que generen un impacto real y concreto para todos. No solo para quienes puedan comprarlos.
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