Paula 1232. Sábado 12 de agosto de 2017. Especial La agenda de la ciudad.

Tu novela Charapo (2016, Cuneta) cuenta las peripecias de un inmigrante peruano que vive tiempos duros al llegar a Santiago. ¿Qué barrios o recorridos propone el libro?

Al lector que se interese en la novela le recomiendo ir a Patronato, comer en la calle sopaipillas, shawarmas, papas rellenas, o llevarse a la casa patos enteros. Entrometerse en rincones de centros comerciales chinos, visitar la Iglesia Las Viñitas o la Iglesia Franciscana. Suena a una ruta del libro, lo cual me genera gracia. Hay una postal que me gusta mucho: caminar hacia el sur por Avenida Recoleta, por la calzada oriente, y ver cómo empiezan a asomarse ideogramas chinos que provienen de un mall que queda entre Patronato y La Vega.

La Vega es un espacio recurrente en tu escritura; una zona que conoces bien.

Me acuerdo de caminatas largas con mi papá, cuando comprábamos la mercadería del mes en Fruna, en la fiambrería Los González, arreglar los relojes en puestitos de coleros y comprar frutas, verduras, aceites, cereales, la comida para el perro y el gato. Eran caminatas largas, desde casi el centro hasta el final de Valdivieso, la otra cara del cerro San Cristóbal y la virgen. A veces la feria del barrio era un poco más cara, pero ahora pasa lo contrario. De ciertos recorridos, con amigas y amigos, tengo otras anécdotas, como habernos tomado, junto a Bruno Lloret, unos jugos naturales en Tirso de Molina, o comer seguido en las cocinerías y sus galpones, donde don René, charquicán, chupe de marisco, pescado frito. Me acuerdo, alguna vez, haber cargado con mi pareja 20 kilos de papas fritas para un cumpleaños.

¿Qué otros lugares te parecen clave para entender Santiago?

Hay que pensar que su constitución se emplaza en el centro. De ahí hacia el norte y hacia abajo; también al sur de Avenida Matta, es decir, Matadero Franklin. Hay otros lugares negados imprescindibles, como Quilicura y Renca. A veces creo que la ciudad está en un poema de Marcelo Guajardo, desperdigada como tornillos en el piso de una ferretería de persa, y las tuercas y todos esos materiales pueden ser tortugas. Quizás la ciudad siempre cambia de piel, es media camaleónica o reptiliana.

Por eso jamás he entendido Las Condes, Vitacura, La Dehesa, Chicureo, incluso ciertas partes de La Florida. Son sitios de escapada para quienes desean aparentar un mejor estilo de vida y alejarse del bajo fondo, del hoyo de Santiago. Son súper extrañas las imágenes de Vitacura y su gente que no pasea, no hay quien deambule de noche, es un lugar seguro, el paisaje perfecto con edificios de titanio y fachadas espejeadas.