Esmeralda no te debe nada, Cuasimodo
Hace un par de años se popularizó el término INCELS, haciendo referencia a hombres “involuntariamente célibes”, quienes creen que las mujeres, por el hecho de ellas ser mujeres y ellos hombres, les deben sexo. Una versión menos extrema pero más habitual es el friend zone o cuando alguien cree que porque es amable o porque ha sido de ayuda con otra persona, esta le debe sexo o al menos una relación, cuando lo cierto es que solo fueron decentes con ellos.
El tema del friend zone o la pregunta de ¿por qué no me ama si yo soy siempre tan amable con el/ella?, es bien malévolo e invita a preguntar sobre las verdaderas intenciones de las personas: ¿Estás siendo simpático con tu amiga porque te nace o porque crees que si eres buena persona ella se enamorará de ti?
Recuerdo la primera vez que vi El Jorobado de Notre Dame. Fui con unas amigas al cine en el centro de Viña del Mar y nos compramos unas gallinitas de manjar en el Sausalito que había al lado. Tuve tanto nervio toda la película, que las gallinitas se terminaron convirtiendo en una masa deforme en mis manos.
También recuerdo haberme enojado con el personaje de Esmeralda. Era una verdadera guerrillera que luchaba por los derechos de los más necesitados y de su pueblo gitano, bajo la cruel mirada de Frollo, quien a su vez había desarrollado una enfermiza fascinación por ella. Pero yo sentía que pese a todo era una mala mujer, pues había preferido al soldado disidente guapo antes que a su amigo jorobado, que tanto había hecho por ella.
Cuasimodo, que prácticamente no conocía a nadie de cerca más allá de su padrastro/patrón/gendarme, se enamoró de la gitana Esmeralda, por lo que todos en el cine considerábamos como evidente que un final feliz ni iba a ser tal y que ella no lo amaba de vuelta. Y cuando no lo hace, y descubrimos que sólo lo considera un buen amigo, nos enojamos por su egoísmo y vanidad.
Pero tanto yo como todos los demás dentro de ese cine viñamarino, estábamos tremendamente equivocados. Y seguimos equivocados muchos años más, hablando mal de amigas que preferían a los “chicos malos” antes que al amigo que siempre la había apoyado o cuando no entendíamos por qué nuestro amor platónico no nos pescaba si siempre lo dejábamos copiarnos en las pruebas.
Es una lección que a veces duele, pero que es necesaria para poder vivir en un mundo donde el consentimiento es clave en las relaciones amorosas, y donde nadie debería forzar el amor de otra persona. No importa qué tan bueno haya sido Cuasimodo con Esmeralda ni cuánto se haya arriesgado por ella. Tampoco importa que hayamos diagnosticado amor cuando solo nos mostraron síntomas de una linda amistad.
Nadie le debe sexo ni amor a nadie. Qué enseñanza tan importante, y algo extraño haberla aprendido con esta película.
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