La casa en la que crecí era chiquitita y de un solo piso. En el medio tenía un patio interior con un gomero enorme que plantó mi mamá. Cuando niño ese gomero me parecía casi como de una época prehistórica y es una de las cosas que más recuerdo de mi casa de la infancia.
Tuve la suerte de vivir en una casa chica pero con mucho carácter. Ese patio interior es un detalle. Pero es un detalle crucial para entender lo que es un espacio distinto. Haber tenido ese gomero enorme en la mitad de tu casa cuando eres niño te puede cambiar la percepción de las cosas. Ver cómo la luz entraba a través de las hojas. Esa experiencia te queda dando vueltas para siempre. Yo estudié arquitectura y creo que esa casa fue importante para mí en la elección. El espacio que uno habita es determinante para tu forma de ver la vida. El patio interior que tenía mi casa siempre fue un lugar especial para mí. Gracias a él entendí el rol que cumple la luz en los espacios y cómo se puede usar para transmitir tranquilidad. Muchos de mis proyectos como arquitecto han tenido que ver con eso.
Llegué a vivir a esa casa cuando tenía un año más o menos con mis papás y mis tres hermanos. Mi hermano grande y yo compartíamos una pieza y mis hermanas compartían otra. A pesar de que teníamos varios años de diferencia con mi hermano no teníamos problemas de convivencia. A mí me encantaba tener ese espacio común con él porque era el hermano mayor y mi referente en todo sentido. Él era adolescente en esa época así que tenía las paredes de nuestra pieza llenas de posters y escuchaba música todo el día. Yo absorbía todo eso y me encantaba. Quizás para él fue insoportable pero creo que se genera una dinámica muy interesante cuando compartes espacios con tus hermanos sobre todo sin son de edades distintas. Yo aprendí muchas cosas viéndolo a él y pienso que te pierdes de mucho cuando creces solo en tu propia pieza.
Con mis hermanos éramos todos muy unidos pero mi partner en esa época era mi hermana menor. Era cuatro años más chica que yo y era mi ayudante. Yo armaba los panoramas y ella me seguía. Yo igual la manduqueaba harto pero lo pasábamos muy bien. Mi casa estaba en un pasaje en Vitacura donde habían varias casas más. En el medio del pasaje había una pequeña placita ovalada y nos juntábamos ahí a jugar con otros niños. Pasábamos harto tiempo en la calle con los vecinos porque había mucha vida de barrio. Recuerdo que con mi vecina de la casa de al lado nos encaramábamos sobre la pandereta que separaba nuestras casas para hacer figuras de madera que después vendíamos por ahí.
Otra de las cosas que me marcó mucho de esa casa fue el sentido de comunidad que había. Creo que tengo tan buenos recuerdos porque me sentía muy protegido en ese lugar. Tuve suerte de poder vivir eso antes de que el concepto de barrio se perdiera casi por completo. Me parece que es algo muy bonito y ahora como adulto lo busco. La casa en la que vivo actualmente está en una zona de Ñuñoa que tiene mucha vida de barrio y conozco a mis vecinos. Vivo entre un pintor y un ex agente de la DINA. Uno puede no tener nada en común con sus vecinos, pero en mi calle actual nos cuidamos las casas y nos regamos las plantas cuando alguien se va de vacaciones. Eso ya casi no existe y para mí era importante encontrar un lugar así porque tengo el recuerdo de haber vivido esa experiencia en mi casa de la infancia.
Creo que es importante caminar por tu barrio y conocer el entorno. Así te encuentras con tus vecinos y los conoces. También conoces su historia. Eso es muy real. Llegar todos los días en auto a tu estacionamiento sin ver a nadie es vivir sin conexión con los demás.
Rodrigo Santa María (40) es arquitecto y músico. El 2018 publicó su primera novela Tacet.