“Hace un año y medio terminé una relación corta, pero intensa, y ese quiebre fue detonante de un largo proceso personal que me permitió tener, por primera vez en mis 29 años, una relación conmigo misma.
Crecí en un entorno muy tradicional y religioso, en el que pesan aun ciertas ideas que a la larga solo le han hecho daño a la mujer. Y hasta hace poco ni me las había cuestionado. Estaba convencida de que me iba a titular, empezaría a trabajar, me casaría y tendría hijos. Así esperaba repetir lo que muchos y muchas consideran el camino correcto, como si existiera solo uno. Pero ese ideal comenzó a modificarse luego de ese quiebre.
Diría que fue una relación muy linda y respetuosa. Duró siete meses en total, pero en un minuto me di cuenta de que yo estaba marcando ocupado en algunas cosas personales. No sabía muy bien hacia dónde iba la relación, hacia dónde iba yo y si estaba actuando en base a mis propios deseos o los del otro. Me daba la sensación de que no estaba considerando realmente mis necesidades, porque no sabía muy bien cuáles eran. También me di cuenta de que siempre que terminaba una relación, empezaba otra casi de inmediato. No me gustaba la soledad. Y durante mucho tiempo sentí la necesidad –no tanto el gusto– de tener que estar con otra persona.
Ya me estaba dando cuenta de eso cuando decidí planteárselo, a lo que él me confesó que no estaba listo para tener un vínculo más estable y formal. Eso implicó una gran sorpresa para mí, porque no me lo esperaba. No habían existido indicios, no lo vi venir. Por eso, quizás, me marcó tanto ese término.
Empecé casi de inmediato a detectar los errores de ambos y entré en un estado muy oscuro y sombrío, que casi me lleva a una depresión. Si no me deprimí por completo fue gracias a mi mamá, mis amigos y el proceso de terapia psicológica que empecé unos meses después de que termináramos. Y es que luego de tres meses en los que no solo sentía asco de mí misma, sino que me generaba una repulsión absoluto la idea de conocer a otra persona, decidí que tenía que ir a terapia. No me estaba valorando, me sentía muy mal y lo único que fui capaz de hacer –por suerte– fue expresar que no me sentía suficiente. Venía arrastrando muchas cosas, que quizás para otros pueden ser insignificantes, pero que en mí experiencia me habían marcado, y sentí que me tenía que hacer cargo.
Por supuesto empecé la terapia hablando de la terminada, pero en la medida que íbamos avanzando, iban saliendo otros temas. Y ahí fue que empecé a trabajar aspectos míos que antes no había tomado en cuenta. Pasé por todas las emociones habidas y por haber y mi psicóloga me ayudó a entender que ningún dolor es eterno y que el término de una relación no arruina la vida. Yo venía primero.
Eso me cambió todo y de ahí en adelante empecé a ver las cosas desde otra perspectiva. Fui capaz de ver errores míos, pero también de valorarme. Entendí que esa relación había sido tan linda justamente porque había pasado muchas cosas por alto, que no se debiesen pasar por alto en ninguna relación, ni en la de madre-hija, ni en la de amigas o de pareja. Supe, entonces, que la próxima vez que integraría alguien a mi vida, tendría que ser desde la plena honestidad, para poder conversar y conocernos. Pero para conocer a ese otro, tenía que conocerme a mí misma primero.
Ahí empecé a tener una relación conmigo, que nunca antes había tenido. Y es que nunca había ido sola al cine; nunca me había hecho un regalo a mí misma; y nunca había pedido para mí sola el plato de comida que me gusta. Siempre había esperado que me lo dieran. Mi papá, mi mamá o mi pololo.
Logré con el tiempo definir cuáles eran mis deseos; siempre había soñado con ser actriz e incluso estudié para serlo, me titulé y empecé a trabajar como profesora, pero nunca le tomé el peso y nunca luché por ser la actriz de cine que siempre quise ser. Más bien me quedé en un lugar cómodo pero poco desafiante. Me había arriesgado para estudiar algo que en este país no se valora, pero no lo ejercí como yo quería. Y eso daba cuenta de que no estaba haciendo las cosas por mí, y que mis sueños estaban quedando en segundo lugar. Pero ya no estaba dispuesta a postergarlos por los sueños del otro o por tener hijos y hacer familia.
Empecé también a identificar mis pasatiempos y así también pude tener más claridad respecto a qué tipo de persona me gustaría eventualmente tener a mi lado. Cuando uno empieza estos procesos te das cuenta de que eres bacán y tienes herramientas. Y me he preocupado de estar bien conmigo misma antes de empezar un vínculo, porque ahora sé que para estar en pareja, ambos tienen que conocer sus propias virtudes y defectos y haber revisados las trancas personales, para así poder amarse mutuamente.
Actualmente estoy saliendo con alguien, pero lo he conocido de a poco y al pie de la letra. Me he dado el tiempo de saber qué le gusta, de que me conozca a mí. Pero sobre todo me he dado el tiempo de evaluar, por primera vez, si es que esa persona merece estar en mi vida, si es que merece que le de un tiempo o que yo comparta mi tiempo con él. Y no necesariamente tenemos que estar todos los días juntos, pero sí compartimos experiencias, conversaciones y gustos.
En este tiempo siento que he vuelto a escribir mi biografía, desde cuál era mi color favorito antes a cuál es ahora. La gente de mi entorno me ha dicho que estoy distinta, porque realmente estoy más segura. Empecé a hacer cosas que jamás pensé que haría sola, como ir a castings a los que antes no hubiese ido por miedo a no quedar. Ahora no me importa si quedo o no, simplemente voy. Y si alguien quiere bajarme el autoestima, ya no puede; sé quién soy y las capacidades y herramientas con las que cuento”.
Camila Gatica (29) es actriz.