“Hasta hace tres meses estuve pinchando con dos personas al mismo tiempo. Con uno de ellos la relación empezó a principios de este año, y con el segundo, en junio. En total, estuve cuatro meses repartiendo mis tiempos, llegando a niveles de transparencia nunca antes pensados y teniendo conversaciones incómodas por montones, cosa que agradezco profundamente. En ese sentido, miro hacia atrás y veo aprendizaje, de ese aprendizaje profundo que quizás solo llega tras haber vivido experiencias inéditas que bordean lo fatigoso, porque durante esos meses puse en práctica la honestidad pura, incluso cuando no tuviera certeza de lo que quería e incluso cuando esa honestidad podía ser dolorosa. Y eso es de las cosas más difíciles que me ha tocado hacer.

Pero de no haber sido así, nunca hubiese sido capaz de estar con ambos de una manera sana y agradable para los tres. Porque este tipo de situaciones solo se llevan si es que todos los involucrados están en la misma sintonía y manejan la misma información. Cualquier otro formato me parecería injusto y poco cuidadoso, y si hay algo que creo deberíamos trabajar todas y todos hoy, es el cuidado. El cuidado hacia con nosotras mismas y los demás. Entre todos. Y sin excusas.

Por eso, el minuto en que se nos fue de las manos y que empecé a detectar ciertos rasgos de desgaste emocional, puse un freno y reflexioné profundamente con respecto a si realmente quería seguir en esa dinámica. Les pregunté a ellos si querían seguir y también me pregunté si es que no estaba incurriendo en ese tipo de vinculación por miedo a enfrentar otras situaciones, más personales y propias. Me pregunté si quizás estaba tapando un vacío o distrayéndome a toda costa de mi misma. De algún modo, no estaba dejando tiempos libres para estar sentada, mirando el techo y haciendo nada.

Porque lo que fueron esos meses nunca lo voy a olvidar. A veces lo hablo con amigas y nos reímos, otras veces también reparamos en el hecho de que en realidad fue una experiencia intensa, para los tres, y que quizás hubo cosas que solo somos capaces de ver ahora, con mayor perspectiva y después de un tiempo. Igual, desde un principio establecimos reglas; cuando estaba con uno, no me escribía con el otro. En ese sentido, respetábamos los tiempos de cada cual, sin necesariamente tener que decir ‘no me escribas’. Éramos cuidadosos y sutiles, y entregábamos pequeños indicios de lo que íbamos sintiendo, que luego hablábamos en profundidad cuando nos juntábamos. Entre ellos, sabían perfectamente de la existencia del otro, no así de la frecuencia con la que yo me juntaba con cada uno. Aun así, por más que hubiese un marco teórico y lineamientos a seguir, en lo práctico, las cosas se mezclaban. Yo me convencía de que los dos me gustaban por igual, y que simplemente estaba viviendo dos relaciones sexoafectivas, cada una con sus respectivas experiencias y ritmos, pero la verdad es que uno cumplía un rol más principal y el otro de suplente. Quizás no me di cuenta hasta mucho después que recurrí al otro cuando me empecé a sentir desplazada por el primero.

Recuerdo situaciones especificas, como cuando fui al cumpleaños de una amiga y no sabía a cuál de los dos invitar. O cuando una noche, mientras dormía con uno, me bajaron unas ganas inmensas de estar abrazada con el otro. Eso al final lo iba resolviendo ahí mismo, en la medida que iba ocurriendo. E insisto, siempre comunicando a los dos lo que me iba pasando. Ellos, a su vez, también. Cuando se sentían inseguros, cuando estaban bien, cuando querían verme más o cuando querían reformular. Siempre hubo espacio para el diálogo. Solo una vez se me juntaron en un mismo lugar y aquella tarde, que estábamos en el parque, si bien hablé con ambos, decidí irme a mi casa con una amiga. Y fue ahí que empecé a notar el nivel de desgaste emocional y energético. Fue ahí que empecé a dimensionar la falta que me hacía estar conmigo misma, justo una noche en la que opté por mí.

Mi meta, durante esos meses, siempre fue ser sincera e ir repartiendo mis tiempos de la manera que nos acomodara más a los tres. Pero aun así, me expuse a mucho cansancio y desgaste. Sin drama, y nunca desde lo nocivo, pero era mucha información y mucho estímulo. Y hoy pienso que uno igual tiene que cuidarse –y cuidar al resto– de eso. Terminó siendo una suerte de alteración a la paz mental que creo que por el momento, no volvería a repetir. Todo parecía muy resuelto, pero me hubiese gustado saber de antemano que una situación así, por más que puede perfectamente resultar y ser sana, también implica un nivel de energía muy alto, que en mi caso al menos, debió haber sido destinado y dirigido hacia otro lado. Eso, creo, es lo que hay que saber; no hay ningún problema en experimentar con formatos y salirse del molde, aunque muchos cuestionen las decisiones personales. Pero lo que sí, uno tiene que estar bien consigo mismo primero. Y desde ahí, moverse”

Paula Salas (32) es guionista y vive actualmente en España.