Reino: Plantae

División: Magnoliophyta

Clase: Liliopsida

Orden: Liliales

Familia: Philesiaceae

Género: Lapageria

Especie: Lapageria rosea Ruiz et Pav. (1802)

Guardo ese recuerdo con toda claridad, aunque de claro había poco. El bosque tupido y la altura infinita de los árboles que ensombrecían todo. Era difícil incluso sacar fotos. El ambiente era un espectro de verdes y negros, musgos, hongos, helechos. Un sendero para perderse en la maravilla de los detalles, donde cada especie vegetal formaba espesas capas de la selva valdiviana. De pronto, apareció esta flor como un farol encendido, refugiado como si fuera el más lindo secreto en el profundo silencio de la oscuridad del bosque. Ese fue el día en que por primera vez vi un copihue.

Sus cualidades encarnan muy bien los nombres con que se le ha bautizado. Rojo y encendido como el alma del pueblo araucano que con variadas leyendas relata su origen y la bautiza con su nombre coloquial, copihue. Y delicado y elegante como Josefina Bonaparte, esposa de Napoleón, cuyo apellido de soltera inspiró su nombre científico Lapageria rosea.

Es comprensible que una flor tan hermosa inspire más de un relato para narrar su origen. Una de las historias cuenta que, trepadas sobre lo árboles, las mujeres araucanas observaban los exterminios de la Guerra de Arauco. Las lágrimas derramadas sobre la muerte de sus guerreros se convirtieron en flores de sangre que quedaron prendidas sobre las ramas recordando los espíritus de la lucha.
Otra es la historia de amor prohibido entre la mapuche Hués y el pehuenche Copih. Sus tribus enemistadas dieron muerte a los enamorados furtivos, acabando sus cuerpos perdidos en el fondo de una laguna en medio de la selva, y sus espíritus encarnados en la flor, para siempre unidos bajo el nombre copihue.
Otros que caminaron las profundidades de la selva valdiviana, en una excursión botánica de bastante mayor envergadura que la mía, fueron los naturalistas españoles Hipólito Ruiz y José Pavón, en la llamada Expedición Botánica al Virreinato del Perú. Doce años de campaña recorriendo el territorio que comprendía los actuales Chile y Perú, en lo que se considera una de las expediciones científicas más relevantes del siglo XVIII: alrededor de 3.000 especies vegetales recolectadas, cerca de 2.500 dibujos botánicos a tamaño natural y numerosos envíos de semillas y plantas vivas con destino al Real Jardín Botánico de Madrid. A esto se sumó la publicación Flora Peruviana et Chilensis, que comprendía la descripción y clasificación de las especies descubiertas.
Ruiz y Pavón dedicaron a Josefina la más hermosa flor de los bosques de Arauco y dieron al copihue su nombre taxonómico, inspirados en el apellido de la emperatriz de Francia, Marie Josèphe Rose Tascher de La Pagerie, quien era una entusiasta coleccionista de especies botánicas.
En 1997, bajo el gobierno de Juan Luis Sanfuentes, se le concedió a esta flor la denominación de "Flor nacional". Además de galardonarla con honores, esta denominación la protege del corte y comercialización, legislación que la beneficia adicionalmente por ser una especie en peligro de extinción.

No nos confundamos, eso sí. Hasta el momento nos hemos referido únicamente al copihue rojo, sin embargo es posible identificar unas 25 variedades diferentes de esta flor que, entre especies silvestres y cultivadas, cubren la gama que va desde el rojo encendido al blanco inmaculado, pasando por las variantes intermedias de rosa que corresponden.

Esta es una flor endémica de Chile. Seis tépalos cerosos y carnosos le dan su forma característica de campana (Chilean Bellflower, de hecho, es su nombre en inglés), que brota desde una enredadera trepadora. Es de cultivo delicado fuera de su hábitat; y es que la naturaleza además de ser una impecable ingeniera, es también una acertada guionista. Prefiere que su reproducción recaiga en polinizadores externos y escogió a los colibríes nativos como principales agentes de propagación -Colibrí Austral o Pinda, Picaflor Continental y Picaflor Gigante o Pingara-, que además la llevan a florecer curiosamente no en primavera, si no en medio del otoño chileno.
Soy una chispa de fuego
que del bosque en los abrojos
abro mis pétalos rojos
en el nocturno sosiego.
Soy la flor que me despliego
junto a las rucas indianas;
la que, al surgir las mañanas,
en mis noches soñolientas
guardo en mis hojas sangrientas
las lágrimas araucanas.
Nací una tarde serena
de un rayo de sol ardiente
que amó la sombra doliente
de la montaña chilena.
Yo ensangrenté la cadena
que el indio despedazó,
la que de llanto cubrió
la nieve cordillerana;
yo soy la sangre araucana
que de dolor floreció.
El Copihue Rojo, Ignacio Verdugo Cavada