Mi ex, mi reencuentro eterno
Hace seis años, durante un viaje en un crucero, conocí a quien hoy es mi ex. Él, al igual que yo, estaba de vacaciones junto a su familia. La primera vez que nuestras miradas se cruzaron fue en una fiesta y desde ese momento no nos separamos más. Fueron siete días en total. Siete días en los que intentamos aprovecharnos al máximo, con toda la intensidad que implica un amorío de adolescentes. Para nuestra mala suerte, los dos éramos de ciudades distintas -él de Concepción, yo de Santiago-, y desde el principio supimos que lo nuestro no iba a funcionar. Ninguno de los dos quería tener una relación a distancia. Nos separamos y dejamos en manos del destino volver a juntarnos.
Mantuvimos el contacto, pero solo como amigos. Sin embargo, un año después de nuestro viaje, nos volvimos a encontrar en la universidad. Él había entrado a estudiar medicina y yo kinesiología. Y como si fuese poca la casualidad, justo los dos tomamos el mismo electivo. Inevitablemente la química volvió a florecer, como si no hubiésemos separado ni un solo segundo. A los pocos meses de reencontrarnos, nos pusimos a pololear. Estuvimos juntos durante un año y medio y, por razones que hasta el día de hoy nos cuestionamos, terminamos.
Nuestra relación era muy de compañeros. Como él vivía solo, pasábamos casi todo el día juntos. Estudiábamos, salíamos a carretear, veíamos series. Sin embargo, los dos estábamos en paradas muy distintas. Yo tenía esa ansiedad por disfrutar la vida universitaria al máximo, en cambio él, estaba mucho más enfocado en su carrera. Eso terminó por pasarnos la cuenta y, en vez de solucionarlo, decidimos ponerle fin a lo nuestro. Han pasado tres años desde ese día y aún sigue existiendo un extraño lazo entre los dos, una suerte de remember sin fin.
Estuvimos tres meses sin saber el uno del otro. Tres meses que hasta la fecha, ha sido nuestro récord separados. Una llamada en la noche para juntarnos después de una fiesta le dio inicio a esta especie de rutina que nos acompaña hasta el día de hoy. Y lo que al principio eran solo llamadas nocturnas, terminaron por convertirse en almuerzos, películas, compañía. Es extraño, pero siento que separados funcionamos mucho mejor y aunque intentemos no seguir viéndonos y seamos conscientes de que esto es un error, es una adicción muy difícil de abandonar. Una conexión que nos hace aferrarnos sin querer estar juntos formalmente. Porque, aunque sintamos ese vínculo indestructible, no nos proyectamos como pareja. En el camino, nos hemos ido dando cuenta de lo diferentes que somos, de los distintos intereses y ambiciones que tenemos. Y por mucho que el resto nos pregunte el por qué no lo intentamos, los dos tenemos el presentimiento que sería tiempo perdido, aunque tampoco creo que con esta dinámica estemos ganando algo.
Hace dos semanas exactas decidí no seguir con esto. Y hasta el momento me ha ido bien. Sin embargo, sé que es poco tiempo para sentirme orgullosa. Me tengo fe, pienso que podré salir de este círculo vicioso, pero reconozco que me da pánico pensar que lo puedo perder para siempre, que esa persona a la que en algún momento amé, después puede pasar a un desconocido. Me cuesta soltarlo, me cuesta dejar esta lucha diaria entre el dejar ir o recuperar.
Javiera González tiene 24 años y es kinesióloga.
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