¿Existe el gen suicida?
Dentro de la familia de Valentina Manzano (25), los suicidios se mantuvieron en secreto por muchos años, hasta que ella empezó a hacer preguntas. Lo hizo porque ya le parecía raro darse cuenta de que, a diferencia de sus compañeros de colegio y amigos, veía la vida de manera oscura y hostil, era pesimista y no se sentía cómoda con muchos de sus vínculos cercanos. Vivía con pena. Poco a poco los secretos fueron revelados por capas, y sin la certeza de si eso que le contaron distintas voces –como su mamá y su abuela– era toda la verdad. Pero lo que sí le consta es que en cada generación de su familia, hace al menos 50 años, han habido intentos de suicidio o algunos consumados: su bisabuelo, su abuela, su mamá, su hermana y ella.
La cadena de la muerte comenzó en la década de los ‘60, cuando su bisabuelo se suicidó y su bisabuela, madre de cuatro hijos, sin estudios ni oficio, tuvo que hacer malabares que la excedían para salir adelante. Esto llevó a que sus hijos, que sí tuvieron un plato de comida en la mesa gracias al trabajo de su mamá en la feria, fueran abandonados emocionalmente porque su bisabuela estaba concentrada en sacarlos adelante.
La marca de este historial de poca afección caló profundo en todos y años más tarde, cuando la abuela de Valentina, hija de ese hombre que se suicidó, comenzó a ver cómo se desmoronaba su matrimonio con golpes, gritos y engaño, quiso tirarse de un barranco arriba de un auto. Por suerte esa historia terminó mejor y ella siguió viviendo. “Ese mismo verano en que se intentó suicidar con mi abuelo se quedaron muy tarde en una hostería donde conocieron por casualidad a una pareja de evangélicos. Ahí mi abuela conoció a Dios y comenzó lo que ella llama un camino de restauración. Ellos han encontrado refugio en la Iglesia y en la fe y me da gusto, porque la veo mejor, aunque no comparta su religión”, dice Valentina.
Más tarde vinieron los intentos de suicidio de su madre, de ella y de su hermana, de los cuales prefiere no hablar. Pero sí dice que la llevaron a pensar si en su familia habría algo en la genética. Si existiría o no el llamado ‘gen suicida’. Existen algunas investigadores que han identificado una región del genoma en el cromosoma 7 que contiene variaciones del ADN que aumentan el riesgo de que una persona intente suicidarse. Esta es la conclusión del mayor estudio genético sobre intentos de suicidio realizado hasta la fecha, que fue liderado por un equipo de la Escuela de Medicina y el Hospital Mount Sinai de Nueva York. En él se analizaron más de 7,5 millones de variaciones comunes en la secuencia de ADN de casi 550.000 personas, de las cuales casi 30.000 habían intentado quitarse la vida en alguna ocasión. El equipo escaneó el ADN en busca de marcadores genéticos que fuesen más frecuentes entre quienes han tratado de quitarse la vida.
Los resultados –no concluyentes– publicados en la revista Biological Psychiatry, sugieren que las bases genéticas de las personas que han realizado tentativas de suicidio no coinciden completamente con los patrones genéticos típicos en personas con trastornos psiquiátricos, aunque sí hay cierto solapamiento. En ambos casos (entre las personas que intentaron suicidarse y aquellas con ciertos trastornos psiquiátricos) esos patrones genéticos son parcialmente compartidos, pero también son parcialmente distintos.
Orietta Echávari, académica del departamento de psiquiatría de la Escuela de Medicina UC e investigadora adjunta del Instituto Milenio para la investigación de la depresión y personalidad (MIDAP), explica que el origen de la ideación suicida no se puede asociar directamente a la genética. “Hay varios estudios que apuntan que el tipo de vínculos afectivos puede ser un factor protector o uno de riesgo suicida, dependiendo de su cualidad. Así, por ejemplo, contar con vínculos de cuidado, cercanos y confianza, en los que las personas se sientan contenidas y apoyadas, que inicialmente son los padres y luego otras personas, es un factor protector del riesgo suicida. En general la depresión se puede decir que no es atribuible a una condición genética particular y los cuadros del ánimo y ansiosos tienen una importante influencia de factores ambientales, de la historia del desarrollo, por ende no se puede separar lo que es la influencia de los factores genéticos, epigenéticos y ambientales, porque interactúan estrechamente entre sí”, asegura.
De hecho, en la familia de Valentina los vínculos afectivos, de protección y cuidado, fueron un factor relevante. En su historia no solo estuvo presente el abandono, sino que también el abuso sexual por parte de su bisabuelo a su abuela y su madre. “El suicidio de mi bisabuelo representó una contradicción para toda la familia, porque por un lado trajo un repentino cambio de estilo de vida debido a que él era el proveedor, pero por otro para ellas fue un alivio que se muriera, porque con él terminaba el abuso. Hoy una de las heridas más grandes que queda en la familia fue cómo se permitieron estos abusos. La desprotección y la vulnerabilidad en la que las dejó”, dice Valentina.
Justamente de eso habla el estudio Percepción de cuidados parentales tempranos en consultantes a salud mental con intento e ideación suicida realizado por académicos de la Pontificia Universidad Católica de Chile en 2014 –entre ellos Orietta Echávari–, donde se estudió la percepción que 176 pacientes con diagnóstico de trastorno depresivo, bipolar y adaptativo tenían acerca del modo en que habían sido cuidados por sus padres hasta los 16 años. Los resultados indicaron que “el riesgo de un intento de suicidio de alta severidad se asocia a una percepción de cuidado parental definido como negligencia en el cuidado y en la protección. Esta asociación sería particularmente clara con la figura paterna”, explica la experta.
Así –según aclara– no hay una causalidad lineal para entender por qué los suicidios o los intentos de suicidio se repiten cíclicamente dentro de las familias: el contexto social en sí mismo no es una causa única, ni tampoco existe evidencia suficiente para poder afirmar la existencia de un gen suicida. “Es importante comprender que la genética constituye una vulnerabilidad o potencialidad que se puede manifestar en conductas o no. Si es que hay alguna disposición genética que otorgue alguna vulnerabilidad, buena parte del desarrollo del cerebro ocurre después del nacimiento y eso ya ocurre en estrecha interacción con los factores ambientales, que son múltiples. Después, lo que nosotros vemos clínicamente son estas manifestaciones conductuales, y eso es lo que nos permite hacer un diagnóstico. No es tan fácil discriminar cuánto de eso lo podemos atribuir a los factores genéticos o ambientales porque están desde muy temprano en la vida en íntima y estrecha relación”.
Así como la abuela de Valentina se acercó a la fe para alejarse de las ideas suicidas, las siguientes generaciones han logrado guarecerse en otros espacios. “Mi hermana y yo hemos encontrado refugio en el amor propio. Sabemos que somos suficientes para nosotras mismas porque en el fondo entendemos que los que nos debieron cuidar no lo hicieron producto de sus propias heridas internas. Desde chicas fuimos descuidadas física y emocionalmente y nos abusaron. Nos sentimos desprotegidas por nuestros propios padres que se supone están ahí para cuidarnos y escucharnos, pero nunca estuvieron. Era un sentimiento de soledad permanente. No sé si esto sea algo proveniente directamente del ADN, pero sí creo que existe la herencia espiritual, que son situaciones que han ido pasando dentro de la familia y que se han ido repitiendo de generación en generación, porque nadie ha sido capaz de cortar la cadena, ni de ir a terapia o de hablar directamente de sus emociones. Situaciones como el abuso sexual que le hizo mi tataraabuela a mi bisabuelo, que él después repitió en mi abuela y mi mamá y que así, se ha ido repitiendo en distintas formas”, dice.
Sin embargo, reconoce que ahora que ha crecido se ha dado cuenta de muchas cosas. Ha podido ir a terapia para sanarse. “Mi miedo más grande era que el ciclo se repitiera y se naturalizara en mi hijo. Parte del proceso de sanación ha sido identificar el origen de esto y trabajar para sanar y no repetir. Y eso es lo que más me faltó a mí en mi niñez, cuando mi mamá estaba encerrada en sí misma y no estaba para mí”, concluye Valentina.
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