Farmacogenética: Por qué los antidepresivos no me están funcionando
Si la salud mental de las chilenas y chilenos es la segunda que más ha empeorado en el mundo según IPSOS y el Foro Económico Mundial, es natural que la aplicación YAPP para comprar medicamentos haya publicado que la demanda de antidepresivos y ansiolíticos subió en un 186% para junio del 2020. Las mujeres, lideramos las estadísticas de consumo de remedios en un 68% en la última Encuesta Nacional de Salud. En este escenario, ¿cuántas pueden estar preguntándose si esa pastilla para el ánimo realmente da resultado frente a las dificultades de los tiempos?
Ser mujer medicada en esta época puede llegar a ser algo invisiblemente frustrante. Según Roberto Tabak, psiquiatra y psicofarmacólogo de la Universidad de California de San Diego, “las pacientes suelen expresar en la consulta mayores molestias por los efectos secundarios y adversos de sus medicamentos”. La explicación puede estar oculta bajo la piel, “en un gen ligado al cromosoma X que hace que sean generalmente metabolizadoras lentas de los fármacos para la salud mental. Significa que hay una propensión a acumular altas concentraciones de remedios por su lenta eliminación, y más riesgo de efectos aledaños, intoxicaciones indeseadas y sentimientos contrarios al objetivo de estar mejor”, dice.
Es una experiencia que a Stephanie Claren (38) le tocó vivir de manera extrema antes de abandonar su tratamiento farmacológico. Con varios diagnósticos de depresión desde los 12 años, un trastorno obsesivo compulsivo (TOC) y déficit atencional, cuenta que llegó a tomar dosis de antidepresivos y somníferos “tan grandes como para medicar a un caballo, porque ninguna dosis daba resultado. Las pastillas para seguir tratando que funcionara eran tantas, que terminaban metiéndose en una especie de ‘taco’ entre mis venas y de pronto, comenzaban a avanzar todas juntas, provocándome reacciones naturales para una sobredosis”.
Tomaba tres estabilizadores del ánimo, ansiolíticos y estimulantes de atención a la vez. Fue a los 26 años cuando comenzó con múltiples mezclas de pastillas, a las que empezó a reaccionar. “Un día, me empecé a dar cuenta que las comidas no tenían el mismo sabor. El agua de la llave sabía dulce, las cosas saladas también, no podía comer porque se me dormían las palmas de las manos, luego la cara completa y finalmente, no podía ni moverme para ir a trabajar. Comencé a aletargarme, la creatividad para realizar mi profesión como música estaba despareciendo, la libido también, el apetito, y todas esas cosas que una necesita para sentirme bien”, cuenta.
La primera vez que le comentó a su psiquiatra que las pastillas estaban generando un efecto contrario al de sentirse mejor, Stephanie cuenta que él mencionó que nunca había escuchado que se pudiesen dormir las manos con ese medicamento en particular. “Pero luego lo pensó mejor, y me dijo que efectivamente había escuchado sobre el cambio de sabor en las cosas y el adormecimiento de la cara. No podía creer que me hubiese omitido esa información antes, y me enojé tanto, que dejé el tratamiento por años”, dice. Y pese a que, a medida que pasaba el tiempo, Stephanie se sentía mejor y más despierta, experimentó recaídas cada vez que abandonaba los remedios. La última, fue en pandemia, lo que le hizo replantearse encontrar una respuesta.
“Mi pareja me impulsó a volver a la terapia. A ella le habían resultado los medicamentos que tomaba para su propio tratamiento y no podíamos estar tranquilas sin entender por qué a mi no. Cuando llegué a la consulta, nos dimos cuenta de que podrían haber factores en mi cuerpo que no habíamos estudiado. Le comenté al especialista que a mi padre le había pasado los mismo que a mí con sus remedios para el ánimo, y que cuando había dejado de tomarlos, se había transformado en una persona completamente distinta, igual que yo”.
Fue cuando escuchó por primera vez sobre la farmacogenética, “una ciencia relativamente nueva de la que poco se sabe aún”, según un estudio mexicano de la Universidad de La Salle. “Una de sus metas es estudiar grandes grupos de población, para detectar variaciones genéticas tanto en respuesta al tratamiento farmacológico e interacción entre genes, con el medio y con otros factores como el género”. Después de recibir ese análisis genético, Stephanie se dio cuenta de que había heredado la condición de “metabolizadora lenta” y una hipersensibilidad extrema a los fármacos para la psiquis.
La psiquiatra Lina Ortiz, investigadora para la realización del único examen de farmacogenética con aplicación en la práctica clínica en nuestro país dado por la Clínica Las Condes, explica que “en la metabolización de los fármacos, las principales encimas para eliminar el 75% de ellos de la sangre se agrupan como Citocromo P450. Este se hereda, tal como se puede heredar el color de ojos, y como cada enzima es producida por dos genes, se explica que si alguno de ellos tiene un mal metabolismo, la persona también lo tenga. ¿Por qué esto es tan importante? Porque los genes que producen estas enzimas tienen mucha variabilidad o ‘polimorfismos’, y hacen que cada humano funcione de forma distinta frente a los medicamentos”.
Eso explica la importancia de la personalización del tratamiento psiquiátrico. Roberto Tabak, quien también es pionero en la creación del laboratorio y estudios de farmacogenética en Chile, asegura que “hay que conocer el perfil psicofarmacológico de todos los medicamentos para conseguir un buen tratamiento. Eso involucra saber cómo reaccionan con distintos receptores, pero también frente a las características de la personalidad de la paciente y de sus síntomas. Para recetar un remedio no basta una receta de cocina, y la falta de esa información es uno de los problemas más graves que tiene el rubro de la psiquiatría a nivel mundial”.
Entre los datos fundamentales para recopilar en la historia de una paciente, sin duda entran factores determinados por el género, porque según explica Lina Ortiz, “las hormonas pueden interactuar con un medicamento psiquiátrico a nivel de la metabolización en el momento en que el organismo se deshace de él, donde puede pasar que justo ese estrógeno, por ejemplo, se elimine por la misma vía que el otro remedio, y se produzca un efecto donde el proceso de uno se superponga al del otro”.
Como mujer medicada con antidepresivos desde la adolescencia, Francisca Eirdottir (27) sigue cuestionándose por qué sus remedios no funcionan, pero más aún, por que la época más compleja coincidió con la misma en que estaba inyectándose una dosis de anticonceptivo con progesterona. “Notaba que estaba cada vez más hundida y sofocada que antes, mi autoestima bajó mucho y era como si todo lo malo se hubiese amplificado. En simultáneo, probaba durante meses con fármacos para la depresión y no pasaba nada”.
Francisca no sintió que se considerara su “perfil femenino a la hora de medicarme, menos una personalización que, además, podría haber explicado que quizás tenga un TEA como me lo sugirió la última profesional a la que fui. Esa generalización por la que pasé con varios especialistas en el pasado, también provocó que no le avisara a nadie cuando decidí abandonar mi tratamiento”, cuenta.
Roberto Tabak asegura desde su experiencia en la consulta que “muchas pacientes pueden sentirse desesperanzadas al fracasar con un tratamiento farmacológico. A pesar de que el uso de medicamentos puede mejorar en un 90% la salud mental según la evidencia, puede ser difícil de entender para alguien que está angustiado. Desgraciadamente en psiquiatría todo es más lento de lo que uno quisiera, y lo grave, es no tener el análisis profesional y paciente que se requiere porque se terminan subiendo las dosis y eso causa más problemas todavía”.
Lina Ortiz concluye con que entender cómo funciona el organismo según nuestras características genéticas puede hacer la diferencia entre abandonar o no los tratamientos. “El examen farmacogenético no se ha implementado a nivel generalizado porque los metabolizadores lentos datan de entre un 5 a 10% según las 160 pruebas que hemos realizado desde 2011. Pero si la paciente resulta ser uno de ellos, saberlo le va a cambiar la vida. Este no es un examen fácil, pero aporta información fundamental para la personalización del tratamiento, por eso se debería considerar como una medida de avance frente a las dificultades que pueden presentar los remedios en salud mental”.
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