Fatiga de tomar decisiones: ¿Qué es y por qué ha aumentado?
En un artículo titulado Decision Fatigue: Why it’s so hard to Make up your mind these days, and how to make it easier (Fatiga de tomar decisiones: Por qué se ha vuelto tan difícil y cómo facilitarlo) publicado recientemente en el medio estadounidense The Washington Post, la periodista especialista en temas de bienestar, Stacey Colino, explica que cuando nos enfrentamos a tener que tomar múltiples decisiones podemos entrar en un estado de sobrecarga mental que termina siendo totalmente contraproducente; en vez de alcanzar estados de claridad y lucidez, esa sobrecarga dificulta y finalmente impide la toma de decisión.
Es esa la fatiga de tomar decisiones, o ‘decision fatigue’, como postula la autora, y no se limita únicamente a una sensación: La fatiga de tomar decisiones tiene que ver con un cambio que se genera a nivel cerebral. Y es que estudios que utilizan imágenes de resonancia magnética han demostrado, como se ejemplifica en el artículo, que existe un punto ideal para la función cerebral cuando se trata de tomar decisiones, y todo lo que se sale de ese margen –en caso de que existan demasiadas o muy pocas opciones– genera mayor estrés y ansiedad. “Hay una cantidad correcta para tomar decisiones, y cuando nos salimos de esa cantidad, surge la fatiga. La toma de decisiones es un desafío bajo cualquier circunstancia, pero cuantas más consecuencias pueda traer esa toma de decisión, y cuántas más opciones tengamos, más te desgasta. Y si a eso le sumamos un contexto incierto y volátil como lo han sido estos últimos años, más aun”, detalla la autora.
La psicóloga especializada en apego y miembro del Family Relations Institute, Lorena Soto, lo explica así; “A modo de analogía, la pandemia ha sido como un apego ambivalente; no sabemos qué esperar y estamos constantemente en un estado de incertidumbre. Eso dispara las emociones ligadas a la angustia, a la ansiedad y al desborde. Nunca sabemos qué va a pasar con la nueva variante, si nos van a volver a encerrar y quiénes van a estar en riesgo. Si a eso le sumamos tener que tomar decisiones cotidianas, vamos dando paso a un desgaste crónico que va generando la sensación interminable de fatiga”.
¿Pero esta sensación se debe únicamente a la pandemia? ¿Por qué nos ha costado tanto tomar decisiones últimamente? En una sociedad cambiante y con mayores estímulos, en la que hemos puesto en duda los paradigmas que nos regían hasta ahora y que parecían ser inamovibles, ¿se vuelve más difícil tomar decisiones?
Para la especialista la pérdida de guiones como los teníamos antes hace que nos enfrentemos a una mayor incertidumbre. En ese caso, sugiere tratar de estar redefiniendo y reformulando, de manera constante y permanente, nuestras prioridades: “Tenemos que ver qué es lo que nos vale más, por ejemplo en estas fechas, preocuparnos de comprar regalos o de estar con nuestros seres queridos. En términos laborales: Dar nuestro máximo en el trabajo o estar más tiempo con la familia. Es un ejercicio al que tenemos que recurrir constantemente, para no olvidar la importancia del equilibrio y no salirnos de nuestro eje. Al pasado ya no vamos a volver, pero sí podemos volver a conectarnos con nosotros”.
Como explica el psicólogo, académico de la Universidad Adolfo Ibáñez e investigador del Centro MIDAP, Cristóbal Hernández, estamos en una época en la que tenemos que tomar más decisiones; vivimos en un contexto altamente volátil y de una profunda pérdida de confianza en las instituciones y las trayectorias preestablecidas, por lo que estamos cuestionando todo lo que hasta el minuto dimos por hecho. Eso nos enfrenta a una situación compleja que tiene que ver con empezar a decidir hacia dónde vamos, qué vamos a hacer y cuáles son las consecuencias de nuestras acciones.
Porque decisiones hemos tenido que tomar siempre y a cada rato del día –desde que despertamos hasta que elegimos nuestra ropa, la ruta que vamos a tomar para el trabajo y qué hacemos con nuestro tiempo libre–, pero hoy las posibilidades han incrementado. “Hay que entender que lo que nos cuesta de la toma de decisión no es la decisión en sí, sino que las consecuencias de eso, y el peso que le depositamos al elegir una posibilidad por sobre otra. En ese sentido, no hay que ver las decisiones como un elemento meramente cognitivo, como abstracto y etéreo, sino que algo que tiene consecuencias concretas”, desarrolla el especialista. “Y cuando vemos que las decisiones tienen consecuencias sea para nosotros como para los demás, eso puede ser abrumador. Antes, por lo menos, si eras hijo de zapatero, más o menos sabías a qué te ibas a dedicar. Ahora tenemos un universo de opciones –sin dejar de considerar las realidades de cada cual– y eso puede cansar. Por otro lado, la pandemia vino a barrer con todos nuestros hábitos”.
Y es que, como explica Hernández, no estamos acostumbrados a tener que repensar todo lo que siempre dimos por hecho. “Como especie estamos más bien acostumbrados a vivir en piloto automático, y cuando nos cambian las condiciones y empezamos a cuestionar la institucionalidad y todas las pautas predeterminadas, se abre un abanico de posibilidades que nos interpela a tener que elegir entre una opción y otra, con sus respectivas consecuencias”.
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