Feminización de la pobreza y pandemia: ¿Qué rol están cumpliendo las mujeres en los barrios vulnerables del país?
Según datos oficiales, un 51,9% de los hogares con jefatura femenina ha disminuido su ingreso per cápita a máximo 150.000 pesos. Por eso, cientos de mujeres han tomado el liderazgo para subsanar esta realidad, organizando a sus vecinos para dar respuesta a la precariedad que dejó la crisis del Coronavirus. “Ante el abandono del Estado, la única forma para que las mujeres podamos salir adelante es generando redes de apoyo”, afirma la académica Debbie Guerra.
Ha pasado un año desde que comenzó la pandemia, y Diana Vargas (29), presidenta del comité de vivienda del Campamento Nueva Esperanza, ubicado en Alto Hospicio, no ha parado de trabajar. No solo lo ha hecho como periodista en la Municipalidad de la comuna, sino también como dirigenta en su barrio, donde ha tenido que ingeniárselas para mitigar las dificultades económicas que ha dejado la emergencia sanitaria. Un trabajo que ha hecho a pulso, con la ayuda de los vecinos y con una vocación que la tiene día a día pensando en el bienestar de la comunidad. Cuando partió la crisis, lo primero que hizo fue instalar un comedor solidario. “Alimentamos a más de 400 personas. Ahí cocinaban las vecinas con donaciones que llegaban porque las personas empezaron a quedar cesantes. Eso lo cerramos cuando los vecinos volvieron a sus trabajos”, cuenta.
Sin embargo, Diana sabía que esa no era la única necesidad. Hace un tiempo, cuando los niños comenzaron a asistir a las clases online, se dio cuenta que existía una brecha digital en el sector. Primero, porque el Campamento Nueva Esperanza no tiene acceso a internet. Y segundo, porque las familias no tenían los recursos para comprar notebooks o tablets para que sus hijos pudieran asistir a las clases. Así, creó un ciber comunitario, una iniciativa que actualmente cuenta con cuatro computadores, además de la asistencia de tutoras que ayudan a los jóvenes a conectarse con sus profesores del colegio. “Esto vino a cambiarle la vida a los niños. Les dimos internet y les alivianamos la carga, pero lo más importante es que les devolvimos la dignidad que habían perdido porque no es lo mismo estudiar online que ir a buscar y entregar las tareas a mano”, analiza.
Al igual que Diana, cientos de personas a lo largo del país se han organizado en sus barrios para mejorar la calidad de vida de sus vecinos y dar respuesta a la precariedad económica que dejó la emergencia sanitaria. Y según el Fondo de Respuesta Comunitaria -una iniciativa en la que diversos proyectos sociales postulan por financiamiento y donde participan organizaciones como América Solidaria, ComunidadMujer o la Fundación para la Superación de la Pobreza- un 73% de quienes lideran esas ayudas son mujeres.
Así, se han levantado diversos proyectos colectivos que van desde la instalación de comedores solidarios hasta la entrega de servicios de higiene o la creación de estanques de agua potable para sectores con déficit hídrico. “A lo largo de la historia, las mujeres siempre han tenido un rol importante en las crisis, ya sea por terremoto, pandemia o estallido. Ellas son las articuladoras del territorio y tejido social, y generan comunidad. Pero, al mismo tiempo que tienen todo ese poder de organización, son las más afectadas por las mismas crisis. Ahí hay un gran desafío”, manifiesta Catalina Littin, directora ejecutiva de la Fundación para la Superación de la Pobreza.
“Este es un rol que las mujeres siempre han cumplido en el mundo más popular porque en momentos de crisis sabemos cómo actuar. Y eso tiene que ver con una experiencia acumulada. En la época de las salitreras, por ejemplo, se hacían ollas comunes porque los ingresos eran precarios. Después, durante la dictadura, pasó lo mismo. Entonces hay una trayectoria heredada que fue aprendida de abuelas a madres y de madres a hijas. Para mí, lo interesante es que esto haya resurgido en medio de un contexto tan neoliberal y egoísta como el que tenemos ahora”, explica Debbie Guerra, académica del Instituto de Estudios Antropológicos de la Universidad Austral.
Sin embargo, a la luz de los datos, la creación de estas ayudas solidarias tiene mucho sentido. De acuerdo a la Encuesta Social Covid-19, realizada por el Ministerio de Desarrollo Social y Familia, el Instituto Nacional de Estadísticas y el PNUD; un 31% de los hogares encuestados reportó que sus ingresos no alcanzaban para financiar los gastos, una cifra que en 2019 era solo de un 16%. A eso se suma que, entre los hogares que han disminuido su ingreso per cápita -a un máximo de 150.000 pesos-, un 51,9% presenta una jefatura femenina.
Así, el concepto de feminización de la pobreza, que comenzó a utilizarse hacia fines de los años 70 en Estados Unidos para aludir al predominio creciente de las mujeres entre la población con vulnerabilidad social, sigue vigente. Pero ¿por qué es necesaria esta denominación en nuestro contexto? A nivel general, -como dice la economista Rosa Bravo en su paper Pobreza por razones de género. Precisando conceptos- incorporar la dimensión de género en el análisis de la pobreza implica reconocer las desigualdades estructurales que se manifiestan en el acceso a bienes y servicios disponibles en el hogar. Además, permite visibilizar y potenciar en la agenda pública esta problemática para así contar con políticas y estadísticas propias que analicen el fenómeno.
En la materia, los números que nos dejó el contexto sanitario actual son críticos. Según las estimaciones de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), la pandemia podría dejar a 118 millones de mujeres latinoamericanas viviendo en la pobreza, una cifra que representa un 22% más que el año anterior. “Son las mujeres las que han padecido los mayores efectos de la crisis. Son las que han perdido sus fuentes laborales, las que se han tenido que quedar en casa cuidando a los niños o adultos mayores y, sin embargo, no hay política pública que apoye esta labor. Si la recuperación del país no tiene foco de género, vamos a seguir teniendo feminización de la pobreza”, analiza Catalina Littin.
Por eso, la organización comunitaria ha cumplido un rol fundamental que no solo ha permitido dar una respuesta a la desprotección social generada por la crisis económica, sino que también ha generado espacios de contención emocional y cohesión social. “Ante el abandono del Estado, la única forma para que las mujeres podamos salir de nuestra situación de vulnerabilidad y discriminación es generando redes de apoyo. Y son importantes porque, en el encuentro con otras y la cooperación, se refuerza el empoderamiento. Nos encontramos, aprendemos, compartimos historias, experiencias y dolores”, explica Debbie Guerra.
Así lo ha vivido Aída Moreno, presidenta de la Casa de la Mujer de Huamachuco de Renca, que, además de entregar cajas de alimentos durante la crisis, creó un taller de arpilleras para sus vecinas. “Nosotras, las mujeres, somos las que tenemos que ser el pedestal de la familia, no podemos llorar en la casa y no podemos hacer lo que quisiéramos porque tenemos que ser la fortaleza. Entonces pensé en eso, que podríamos encontrarnos acá para vaciar nuestros dolores en el arte y soltar las pérdidas de amigos o vecinos. La mayoría de las asistentes no se conocían, pero con esto, ha surgido una camaradería maravillosa”, cuenta.
Mantener ese espíritu colectivo de ayuda, solidaridad y empatía que se ha desarrollado con la contingencia es clave para mantener la construcción y el desarrollo local de los barrios. “Una de las cosas que pasa en la población con alta vulnerabilidad social es que hay un sentimiento de fuerte malestar por el abandono, por no sentirse parte o percibir que hay un Estado que los maltrata y marginaliza. Entonces cuando la comunidad logra estos procesos virtuosos de organización se genera un desarrollo de esos territorios que trae paz social. Sería triste que la economía empezara a funcionar y todo comenzara a volver a lo de antes, y todo ese esfuerzo o conocimiento territorial quedara abandonado una vez más”, analiza Catalina Littin.
Paz Zúñiga, investigadora del Centro de Estudios Socioterritoriales (CES) de Techo Chile, coincide con este diagnóstico. Sin embargo, indica que estos liderazgos femeninos no deberían quedarse solo en el espacio local, sino trascender a otros mecanismos de participación ciudadana. “Así como las mujeres son quienes protagonizan la organización a escala de barrios, es importante que estén también en esos otros espacios donde se nos ha marginado históricamente, como los de decisión política, donde se toman definiciones para todos y todas. Incluir a las mujeres como actoras y agentes clave, y con una participación vinculante, es vital si queremos territorios inclusivos, justos y dignos”, analiza.
Este paso es fundamental no solo para poder sustentar y trasladar las soluciones a espacios más formales, sino también para romper con el rol tradicional que asocia a las mujeres al trabajo doméstico y de cuidados. “Si bien la predominancia de las mujeres en roles de liderazgo comunitario demuestra su capacidad para tomar decisiones en pos del bienestar de la comunidad, implica un trabajo que está precarizado (no tiene horarios, no está regularizado, no tiene remuneraciones) al igual que el rol de los cuidados, lo que impacta negativamente en su bienestar y autonomía. Frente a esto, es necesario que existan redes de apoyo, así como corresponsabilidad social en el cuidado y trabajo a nivel doméstico y también a nivel de las comunidades, con el fin de prevenir y reducir la reproducción de los estereotipos de género, y los procesos de desigualdad y exclusión de las mujeres”, finaliza Zúñiga.
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