El fútbol: pasión padre e hijo

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En medio de la Copa Chile, Aldo Benincasa y su hijo José se suben al metro con dirección a Ñuñoa. Van al Estadio Nacional a ver a un equipo que, como dicen, ha tenido un año horrible, de esos que uno preferiría olvidar. Cuentan que lo hacen por gusto, por un amor irremediable al fútbol y porque compartir una pasión implica vivirla juntos.




Cuando a José Benincasa (13) le preguntan si tuvo oportunidad de elegir a qué equipo seguir, responde que no, pero aclara —con un convencimiento absoluto— que si volviera a nacer, e incluso si en su casa nadie pisara el estadio, "igual habría sido de la U". "Yo no lo presioné", dice con risa nerviosa y cara de complicidad Aldo Benincasa (45), su papá, "pero lo traigo desde siempre y la verdad es que uno no se cambia de equipo. Eso sería algo muy raro de hacer".

Es miércoles y son las 6:10 de la tarde, hora punta de uno de los días más helados del año. El partido entre Universidad de Chile y Rangers de Talca está por comenzar y el estadio se ve algo vacío. Poco a poco se irá llenado y llegarán más de 14.800 personas. Pero al igual que para quienes pertenecen a la barra "Los de Abajo", para los Benincasa no hay excusa. Estando sanos, "uno siempre puede hacerse el tiempo". Se escuchan los chiflidos desde distintos sectores. Entran los jugadores trotando al ritmo de una música que suena a apertura de programa deportivo. José juega en las escuelas oficiales de Universidad de Chile en la categoría 13-14 años como lateral o central. "Este cabro corre todo el partido. No se cansa con nada", cuenta con orgullo Aldo, quien lo acompaña a la mayoría de los entrenamientos y a todos sus partidos.

Él no es futbolista. Es músico y actualmente está dedicado al trabajo audiovisual y a la producción, pero eso no es lo que más le gusta. Lo que más le gusta es ser fanático de la U. Cuando llegó a vivir a Santiago, en 1980, decidió que siempre vendría al estadio. En esos años la asistencia incluía acompañar a su papá, quien dejó de venir a fines de los ochenta cuando el equipo azul bajó a Segunda División. Y es por esa decisión que, 40 años después, padre e hijo siempre están aquí, sentados y alentando en la galería norte del Estadio Nacional. Este es su lugar más propio e íntimo, más allá del frío, la lluvia o los malos tiempos del plantel.

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A veces se encuentran con amigos y sus hijos en el estadio y el paseo de a dos se convierte en una cosa grupal. Un clan mixto que cuida, alimenta, muda, consuela y traspasa tradiciones de hinchas entre medio de las graderías. "Siempre vengo con mi papá, mis amigos no vienen al estadio. Creo que este es el mejor panorama, no lo cambiaría por nada", asegura José, sin sacar los ojos de la cancha, cuando, de repente, en el minuto 5, enmudece. Gol de Michael Ríos, jugador de Rangers. En el estadio también se produce un silencio absoluto. El gol llegó antes de tiempo, pero eso pareciera no importarle a la barra, que duplica los decibeles y comienza a cantar más fuerte que nunca. Casi todos los presentes los siguen. "Más difícil, más se apoya", dice Aldo y suena a que, para ellos, esa frase es una especie de mantra.

José quiere saber cuántos años tiene el autor del gol, pero no tiene su celular a mano. Mientras no suba sus notas, no podrá volver a usarlo. Esa situación no afecta su ida a ver el partido, ya que dejarlo sin estadio sería un castigo para los dos. Sin él, Aldo preferiría no venir. Es su partner de estadio. De hecho, recuerda que en un momento dejó de venir porque le daba lata venir solo, hasta que su hijo quiso acompañarlo. En ese entonces tenía tres años. "Cuando uno va al estadio con niños se da una cosa de camaradería. Es tan seguro que con mi hija mayor vine cuando ella tenía solo meses de edad. Vinimos los dos solos a ver el regreso del Matador (Marcelo) Salas. Ella no lo vio, pero sé que estuvo aquí conmigo", dice compartiendo uno de sus mejores recuerdos.

Aquí los niños son los más protegidos, cuenta el ex baterista de The Ganjas, sea cual sea su ubicación dentro del estadio. Incluso en la barra paran el desorden para que un niño pueda pasar: "José conoce el estadio de memoria, ha entrado por cada puerta y se ha sentado en cada lugar. Pero prefiero que vengamos juntos, porque si estamos los dos nos sentimos tranquilos. Vemos rostros familiares y sabemos cómo funciona", dice. "Desde que tengo memoria, está lleno de niños o niñas vestidos de azul. Aquí entre todos los cuidamos. Los más chicos juegan adelante, trepan y suben escaleras. A veces paran a tomar agua, mudarse o a comer maní confitado, como si esta fuera la mejor plaza. Cuando empiezan a crecer, enganchan con los gritos o con tirar papel picado y cuando tienen la edad de José, entienden el juego y vienen, como si fuera una necesidad, a ver el partido. Ahí empieza la fidelización. Las nuevas generaciones importan demasiado para mantener viva esta pasión", cuenta Aldo, quien ha visto a sus hijos pasar por cada una de estas etapas y recibir stickers de Los de Abajo, banderas o chapitas del equipo. La conversación se interrumpe, su equipo casi mete un gol. Aplauden y comentan que el 9 no ha podido anotar desde que llegó, que "está quemado desde que se fue a Europa".

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Comentar el partido y lo que hace cada jugador es parte del rito. A José le gustan las estadísticas del fútbol, saber todo de ambos equipos. Se entretiene adelantándose a los cambios y jugando a achuntarle a las decisiones del entrenador. "No cambio este panorama por nada, ni por el mejor cumpleaños con los mejores completos. Prefiero venir al estadio a ver a la U con mi papá. No creo que encuentre otra pasión en la vida tan grande como esta", dice a pesar de su visible molestia por la falta de goles del encuentro.

José Benincasa ha venido, en diez años, a más de cien partidos. Para él ir al estadio es fundamental, porque aquí se explica lo que cuesta definir con palabras. Él y su papá le tienen cariño a encontrarse con otros fanáticos y ver al equipo jugar. "El vínculo se siente demasiado fuerte, familiar, más allá de si le va bien o mal. Aparte en el estadio somos amigos, compañeros. Se difumina un poco la relación padre e hijo y podemos conversar de otras cosas. Hablamos mucho de fútbol, pero también aprovecho de preguntarle por el colegio, sus amigos, sus sueños. Y él me cuenta cosas que no me contaría en otros contextos. Igual a veces discutimos. Yo tengo una visión de fútbol y él tiene otra, y eso se respeta", cuenta Aldo.

Justo cuando el ánimo de ambos se empieza a tensar y las pifias se escuchan a lo lejos, Ángelo Henríquez amarra el empate en el minuto 68. Si bien la Universidad de Chile podía pasar a la fase siguiente de la Copa Chile con el 0-1, este gol les da seguridad. Los rostros cambian, el ambiente se distiende. La U se instala con lo justo en octavos de final. No es el resultado que más les gusta, pero vuelve la fiesta al Nacional y el valor para decirle algunas verdades al equipo visitante.

A la salida del partido, la conversación es casi siempre la misma: con quién es el próximo juego y dónde se habrá instalado el carro de los completos a luca, porque es muy tarde para un sánguche de potito. Al día siguiente, José le contará a sus compañeros de curso las peleas, los goles, los penales y todos los puntos altos de su última venida al estadio. Como esa vez que vio a la Universidad de Chile levantar la copa del Campeonato Nacional luego de un infartante partido contra La Calera, mientras él estaba con fiebre sentado en la galería. Hacía calor, venían de entrenar y nadie se dio cuenta que su temperatura estaba en las nubes. El triunfo lo obtuvieron con un penal en el segundo tiempo y hasta el día de hoy, José no olvida la hazaña.

José llegará a la casa a ver repeticiones del partido. El fútbol es lo único que le gusta con esta intensidad. De hecho, ya tiene pensado el tatuaje que se hará en el antebrazo cuando sea grande: la insignia del Club Universidad de Chile. Por todo lo que significa ese búho azul no se perderá las noticias de los goles, las jugadas y las faltas que acaba de ver en vivo. Esas mismas imágenes televisivas son las que repetirá una y otra en su imaginación antes de dormir, ya con la luz apagada, justo antes de soñar con las jugadas del próximo partido. Aldo, sin duda, hará lo mismo.

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