Geógrafa marina, Alejandra Mora: “En nuestra narrativa sobre lo que es Chile, no le damos mucho espacio al mar”

Alejandra Mora Paula



Cuando Alejandra Mora (38) era chica y se iba de vacaciones con su familia, pasaba todo el trayecto de ida sumergida en sus libros. La historia interminable de Michael Ende, Los hijos del capitán Grant de Julio Verne y El rey del mar de Emilio Salgari fueron solo algunos de los que la acompañaron en la carretera antes de llegar al destino final. Novelas y relatos pertenecientes a la literatura fantástica y ciencia ficción que fueron determinantes en su posterior elección de carrera.

Porque si hay algo que la caracteriza desde chica es su capacidad de pasar horas soñando despierta. Hasta el día de hoy, según dice, su cabeza está en la luna. Y cuando la geografía apareció dentro de la gama de posibles carreras por estudiar, fue eso mismo lo que la cautivó; no contaba con mayores referentes, pero supo de inmediato que ahí tendría la posibilidad de aprender un poco de todo pero también de seguir soñando.

Alejandra define la geografía como una disciplina generalista que aglomera muchos conocimientos y cuya búsqueda constante de metodologías tiene como finalidad el poder contar historias. De ahí que hay geógrafos que se dedican a la geografía física; oceanógrafos que ven los flujos de materia y energía de los océanos; biólogos marinos que estudian las especies que se encuentran debajo del mar; y los que dirigen su investigación hacia lo sociológico y antropológico.

Lo que la inspira a ella es poder hilar las narrativas marítimas que existen en Chile. Y para eso, ha optado por hacer un cruce con la tecnología satelital; a través de la teledetección con drones, drones submarinos y buceo, Alejandra desarrolló en el 2017, cuando fue aceptada en un doctorado en Geografía y Medioambiente en la Universidad de Oxford, el primer mapa de bosques submarinos.

Mediante este proyecto investigativo, quiso identificar los bosques de macroalgas –específicamente huiro– que se encuentran en los mares de la Patagonia (no hay hasta el momento otros mapas que se enfoquen en los océanos australes) y, en una segunda y tercera etapa, saber cómo han cambiado estos bosques en el tiempo y detectar las tendencias a futuro, considerando el cambio climático.

Con las múltiples posibilidades que brinda la geografía, ¿a qué se debe tu acercamiento al mar?

El mar siempre me ha llamado la atención pero el acercamiento definitivo fue a través de la cartografía. En el 2016 el Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB) me invitó a ser parte de un proyecto investigativo que pretendía dar cuenta de los lugares por los que había pasado Darwin en el Viaje de Beagle. Fue un ejercicio de cartografía histórica que me llevó a buscar cartas antiguas en la Biblioteca Nacional y a investigar cómo fueron construyendo los relatos en torno a nuestro territorio –y qué mostraban en sus mapas ilustrados– los primeros narradores europeos que llegaron al continente. Este libro sigue en borradores, pero interactuar con esos mapas fue el puntapié para que yo me empezara a dedicar a esto de manera más profesional, y ya no como un simple interés por los navegantes.

En esa investigación pude ver que en los relatos de Darwin con respecto a Chile, se hace mención a bosques de huiro gigantes a las orillas de Tierra del Fuego. Yo había estado en Punta Arenas y recordaba perfectamente esos bosques submarinos, porque son muy notorios desde la superficie. Esos mismos huiros que vio Darwin los había visto yo alguna vez. Busqué en Google Earth y efectivamente estaban ahí. ¿Cómo es posible que tengamos esos bosques submarinos y nadie hable de ellos? ¿Cómo es posible que no existan mapas y no se sepa si están despareciendo por el cambio climático?, me pregunté. Me pareció que eso merecía una investigación y lo primero que había que hacer era un mapa para poder localizarlos. Así fue cómo articulé el proyecto que le mandé a distintos profesores hasta que me aceptaron en la Universidad de Oxford. En la segunda y tercera etapa mi idea es saber cómo han cambiado estos bosques y cuáles son las tendencias a futuro.

¿Existe una cultura de mar en Chile?

Es curioso porque hay una costa eterna pero no hay tanta cultura de mar. En nuestra narrativa sobre lo que es Chile, damos cuenta de esta larga y angosta franja costera pero no hablamos mucho del mar, más bien lo vemos como un espacio azul que se extiende más allá del límite de la costa. Pero hay que dar vuelta esa narrativa y hay que empezar a mirar desde el fondo del mar hacia arriba, porque ahí está el origen de la vida. Todo surge, llega y se renueva desde ahí; nuestros ríos desembocan en el mar y del mar viene el oxígeno que respiramos. Estamos en constante interacción con el mar, pero no lo sabemos.

Por eso a ti te interesa hilar esta narrativa.

Por eso me fui especializando en imágenes satelitales y percepción remota. Los satélites que toman imágenes muestran la tierra desde otra perspectiva y uno puede aprender mucho sobre lo que está pasando en la superficie terrestre, es como si uno se pudiera extraer. Es un cruce que además me parece muy artístico desde una búsqueda estético visual. Se aprecian detalles y a partir de eso se saca una hebra que va relatando una historia.

Me pasa habitualmente que cuando hay problemas ambientales, como por ejemplo un incendio forestal o una deforestación, puedo buscar dónde está ocurriendo y mapearlo para ver cómo va cambiando eso en el tiempo y cómo incide en el entorno cercano, desde lo geográfico hasta lo social.

¿Es un rubro habitado mayormente por hombres?

A la carrera ingresan hombres y mujeres de manera paritaria, pero como en todo, a mayor especialización, menos mujeres hay. Todos tenemos una llama de pasión y curiosidad, pero a las mujeres se la apagan. Yo en eso tuve suerte porque toda la vida me permitieron seguir leyendo y estando con la cabeza en la luna. Si en algún momento alguien me dijo algo, yo estaba en otra.

El otro día pensaba que nunca me habían acosado en la calle, pero creo que es porque nunca me he dado cuenta. Que a mí no me haya pasado o que yo no me de cuenta porque mi cabeza está en la luna es algo particular mío, pero sí ocurre; sí hay barreras de entrada para las mujeres, y a lo largo de toda la carrera.

¿Lo ves cuando vas a convenciones o encuentros?

Me di cuenta en alguna convención en Dublín de desarrolladores de Google Earth Engine que de los 300 participantes, solo 20 eran mujeres. No solo eso, había un tema en el discurso que también daba cuenta de la falta de diversidad. Es difícil explicarlo sin caer en estereotipos, pero me di cuenta que en general las personas que están metidas en esto lo abordan desde lo técnico, desde la programación. No hay mayor sensibilidad, y me costó encontrar a gente que estuviera en esto simplemente porque es bello, o porque es una experiencia sensorial muy linda.

¿Es un lenguaje que está anclado en una sola perspectiva, más técnica?

Fue ahí, de hecho, que me di cuenta de la importancia de cambiar la forma de ver las cosas, o de incorporar una mirada distinta a este rubro. Una que podrían aportar mujeres pero también mujeres latinoamericanas. O de otros continentes, que aporten una mirada fresca y nueva a lo que se hace con la teledetección satelital. Uno se va cerrando disciplinariamente, y dejas de ver cosas importantes. Por eso es necesario dialogar con otras personas y grupos distintos.

Justo ahora, como he estado en casa, me he conectado con otras cosas que antes no consideraba. Yo no sé cocinar, o cocino de manera muy práctica, pero mi pareja es excelente cocinero así que decidimos experimentar en la cocina con algas. Y empezamos a descubrir que son muy ricas y nutritivas que se relaciona a un tipo de recolección de orilla que se remonta a miles de años. De hecho, en el sitio arqueológico de Monte Verde –de los primeros asentamientos humanos descubiertos en Chile, en Puerto Montt– se encontraron restos de huiro, y los arqueólogos creen que se usaba para la alimentación y la medicina.

Esa recolección, que es un oficio muy antiguo, perdura hasta el día de hoy. Pero se ha visto minimizado en comparación a la pesca. Si hubiese más educación al respecto, se sabría que las algas tienen un potencial nutritivo y tecnológico enorme. También se sabría que existe una práctica de extracción muy destructiva que se llama barreteo y que se da en el centro y norte del país, una suerte de deforestación submarina que nosotros no vemos porque está bajo el mar. Con más consciencia respecto a esto se podrían hacer cosas como huertas marinas o recolectar de manera sana para apoyar una nutrición más completa. Pero solo lograríamos revertir esto a través de una toma de conciencia. Porque lo que se hace ahora es sacar las algas de manera despiadada para vendérselas a empresas extranjeras que luego nos venden los productos elaborados. La clásica historia extractivista de Latinoamérica, siendo que se podrían hacer cultivos sustentables, investigar y sacarle valor a estas maravillas que tenemos.

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