He tenido dos veces cáncer de mama, los dos en la mama izquierda.

La primera vez fue cuando tenía 34 años, en 2015. Esa vez me lo pillé a tiempo porque era gerenta de marketing en una empresa en la que me iba muy bien, pero no me gustaba del todo ese trabajo. Así que decidí renunciar, pero antes, me hice un chequeo médico completo. Ahí me salió que tenía un tumor chico y encapsulado. Jamás tuve una sospecha, fue realmente una suerte que me lo pillaran a tiempo. Y lo que hicieron, fue sacarme toda la mama izquierda, una mastectomía total.


Especial: Después del diagnóstico


En ese momento sólo tenía a mi hijo mayor de un año y tres meses. Como mi cáncer era hormonal, lo primero que me dijeron es que probablemente no podría tener otro hijo, porque el tratamiento, además de la mastectomía, consistía en tomar una pastilla de por vida que adelanta la menopausia y tiene otros efectos secundarios. Pero yo quería tener otro hijo. Así que les pedí que me dejaran hacerlo; les dije que una vez que naciera, comenzaría a tomar ese medicamento y seguiría todas las indicaciones que me dieran.

Mi petición se fue a un comité de médicos, no sólo acá, sino que también en Estados Unidos. La resolución fue que, como mi cáncer había sido detectado tan temprano y sacado a tiempo, podría intentar un embarazo.

Quedar embarazada de mi primer hijo no fue fácil, lo intentamos de manera natural, pero al final tuvimos que hacer un tratamiento de fertilidad. Pero esta vez, tenía un presentimiento distinto. Nunca he tenido muchas certezas en la vida, pero por alguna razón, esta vez estaba convencida de que lo lograría. Y así fue. Una vez que el comité de médicos me dio luz verde, me puse en campaña, y al mes, estaba embarazada.

Cuando tenía casi dos meses de embarazo, un día sentí un poroto donde ya me habían sacado la mama. La doctora me dijo que era imposible que fuese cáncer porque me habían sacado todo. Me dijo que probablemente era tejido muerto que había quedado, así que no tenía que preocuparme. Pero pasó el segundo y el tercer mes y yo sentía que este poroto crecía. Les pedí que por favor me hicieran exámenes y así lo hicieron. A mis cuatro meses de embarazo me confirmaron que, otra vez, tenía cáncer.

Hay muy pocas posibilidades de que esto ocurra. Los médicos me hablaban de un cero coma y algo por ciento. Pero me tocó. Esta vez se trataba de un cáncer mucho más agresivo, también hormonal, y en el embarazo se producen muchas más hormonas, así que era como si estuviese alimentando ese cáncer. No quedaba otra opción que hacer quimioterapia.

Cuando una mujer tiene que hacer quimio y está embarazada durante el primer trimestre, los doctores te hacen abortar. Pero yo ya había pasado ese periodo y por tanto tenía– y quería, obviamente– continuar con el embarazo. De hecho fui como un conejillo de Indias, ya que fui la primera mujer en hacerme quimioterapia embarazada en Chile por cáncer de mamá. Me dijeron que no sabían qué iba a pasar con mi guagua, pero que en ese momento lo importante era salvar mi vida pues ya era madre de otro niño.

En el momento del diagnóstico, yo llevaba 15 años como estudiante de yoga y justo ese año había tomado la decisión de hacer el instructorado para profundizar en conocimientos. Y eso me ayudó muchísimo porque, desde el diagnóstico en adelante, comencé a meditar mucho, casi dos horas por día, me faltó poco para levitar. Y es que en ese instructorado me habían dicho que el 70% del inconsciente de la guagua se forma cuando uno está embarazada y yo no quería que mi guagua se formara con miedo, sufrimiento o amargura. Tenía una vida dentro y tenía que hacer todo lo posible por salir adelante.

En mi primer cáncer me quedé callada y casi nadie supo; me daba vergüenza, no quería dar lástima. Pero esta vez me lo tomé de otra manera, estaba embarazada y no quería vivir esto sola. Me propuse hacer público mi cáncer y pedirle a todo el mundo, de todos los credos, que rezaran porque esto saliera bien. Antes de comenzar la quimo, además, tomé un taller para hacer turbantes y me metí a arteterapia. Comencé a compartir con otras mujeres que habían pasado por lo mismo y me pareció increíble cómo eso te puede ayudar tanto. La unión de todo esto que me estaba pasando terminó en Yoga Sana Contigo (@yogasanacontigo), un espacio en donde hago talleres de yoga y meditación para mujeres con cáncer de mama.

Así partí, pero hoy además hago otras terapias como risoterapia. Les enseño a respirar porque cuando uno aprende a respirar, puede manejar la angustia, el miedo y la ansiedad. También hacemos círculos de mujeres donde las hago conversar de distintos temas, como la autoestima, porque para las mujeres es un desafío quererse en una sociedad en donde te muestran siempre un estereotipo de belleza. Y luego, con el cáncer, la autoestima muchas veces se ve más afectada por todos los cambios físicos. Les cuento mi propia experiencia, que también fue ingrata porque ahora me quiero, pero antes de perder el pelo no me encontraba bonita.

Así llevo casi siete años, los mismos que tiene “mi milagrito”, que finalmente nació a las 38 semanas sin ningún problema de salud. No niego que haya sido difícil, que haya sentido miedo porque en un minuto no sabía si yo iba a vivir, si iba a dejar a mi guagua de un año y medio, o si la guagua que tenía dentro iba a nacer o no. Pero me concentré en sanar y apliqué todos mis conocimientos, todos los cursos de terapias que alguna vez tomé en mi vida, en ese momento. Jamás pensé que diría esto, pero de alguna manera agradezco este cáncer porque me cambió la vida. Me di cuenta de que podía llevar una vida distinta, hacer las cosas de otra manera, con un propósito. Hoy soy otra mujer.