“Hace cinco años, cuando tenía 73, por primera vez en la vida, me cuestioné si debía terminar mis estudios que dejé cuando estaba en tercer año de humanidades, lo que hoy sería como primero medio. Fue a propósito de un comentario que me hicieron que me hirió: me dijeron que si hubiese tenido estudios, sería distinta. Me lo dijeron de manera prepotente, a propósito de alguna palabra que usé mal. Yo sabía que no tenía un lenguaje perfecto, pero toda la vida había tratado de ser correcta, de hablar lo mejor posible. Sin embargo, esa vez me hicieron ver que me faltaron mis estudios y eso me hizo sentir mal, menoscabada. Así que en ese momento tomé la decisión de estudiar”, cuenta Dalila Moreno, quien actualmente tiene 78 años y cursa su segundo año de Técnico en Trabajo Social en el CFT San Agustín, de Linares.
Dalila –como tantas mujeres de su edad– abandonó sus estudios por amor. Es talquina, estudió primero en el colegio María Auxiliadora de Talca y después pasó al liceo. Cuando estaba allí conoció al que sería su marido. “Me enamoré y cuando una se enamora, a veces toma decisiones impulsivas. Él era un hombre 21 años mayor que yo, ya tenía una vida, un trabajo, y yo me dediqué a acompañarlo. Por eso me salí del liceo”, cuenta.
Su marido fue un hombre de negocios, le tocaba viajar e incluso un tiempo se trasladaron a Calama por su trabajo, así que los estudios no fueron una prioridad para ella. Luego se transformó en madre, de tres hijos, y se dedicó a criar. “Como todos los matrimonios tuvimos altos y bajos, pero tuvimos una buena vida en general. Él me daba en el gusto en todo, incluso al poco tiempo juntos, le pedí de regalo un auto y él me inscribió en unas clases para conducir. Cuando estuve lista, me regaló un Fiat 600″, recuerda.
Pasaron una vida juntos, hasta que, cuando ella cumplió 55 años, su esposo falleció. Se quedó viviendo con una hija durante un tiempo, pero –según cuenta– eso de tener dos dueñas de casa en el mismo lugar, no funciona mucho. Así que se fue a vivir a Yerbas Buenas, una localidad ubicada en la Provincia de Linares, donde tenía más familia.
Tiene presente que su marido, una vez que nacieron sus hijos, la incentivó a continuar sus estudios, pero ella no se sentía preparada. “Lo veía como algo inalcanzable”, reconoce. Hasta que vino el comentario con el que se sintió menoscabada, pero también impulsada a hacer un cambio. “Ese comentario me hizo sentir mal pero al mismo tiempo fue la chispa que encendió mis ganas por estudiar, así que al final terminó cambiando mi vida para bien”, confiesa.
El deseo de ser un aporte en la sociedad
A sus 73 años se inscribió en la Casa Estudio Chaminade para terminar cuarto medio. Lo consiguió con éxito. “Los tres años obtuve el primer lugar del curso”, cuenta orgullosa. Un reconocimiento que la motivó a seguir, apoyada por el director de la escuela. “Él me dijo que tenía condiciones para seguir, así que me inscribí en el CFT San Agustín para estudiar Técnico en Trabajo Social. La mejor decisión de mi vida”.
¿Por qué elegiste esa carrera?
Siempre me gustó compartir con gente diversa, apoyar a quienes más lo necesitan, no tanto desde el punto de vista económico, sino que emocional. Considero que acompañar, dar una palabra de aliento, decirle a alguien que lo que está viviendo va a pasar, contenerlo, es muy necesario y puede cambiar la vida de las personas.
¿Qué te gustaría hacer una vez que termines de estudiar?
La infancia de alguna manera está protegida con programas públicos como Mejor Niñez, y también existen instancias donde se protege al adulto mayor, pero hay una parte que queda sin ese apoyo, no hablo del apoyo material sino que del apoyo emocional, de contención. Eso es lo que me gustaría hacer. Trabajar con la juventud, porque además creo que hoy está con muchos problemas.
Yo sé que a mi edad nadie va a venir a ofrecerme un contrato o un trabajo remunerado, pero no es eso lo que busco. Si pudiera colaborar con alguna fundación que me permita ayudar a la juventud, para mí sería maravilloso. Creo que lo necesitan mucho, sobre todo en estos tiempos. Los padres y madres han tenido que salir a trabajar y no les queda más opción que dejar a los hijos solos, y es necesario darles apoyo hasta grandes. Los jóvenes de 18, hasta 20 años, todavía necesitan apoyo y corrección en su forma de actuar o pensar.
¿Te sientes con las herramientas para hacerlo?
Bueno, ha sido un poco difícil enfrentarme nuevamente a los estudios. Pasar de la máquina de escribir al computador fue uno de mis peores traumas: mis dedos habían perdido elasticidad, se entorpecen y los calambres son más frecuentes por el paso del tiempo. Pero lo logré. Ahora hasta tecleo con rapidez. Todo gracias a mis ansias de superación, pero también por la paciencia y motivación de mis profesores, que son maravillosos.
Me han entregado herramientas para sentirme preparada para trabajar en esto. Por ejemplo, me han enseñado de derecho, de los niños, de los jóvenes; una cantidad de información que me ha hecho recapacitar, pensar distinto. Todo este conocimiento te abre la mente. Me han enseñado de psicología, cómo poder reconocer las emociones de otra persona por sus movimientos.
Me siento agradecida de Dios de haber llegado hasta aquí y espero que Dios me siga apoyando para seguir adelante.
¿Qué les dirías a quienes ven la edad como un impedimento?
Yo los invito a motivarse. Sé que muchas personas mayores no van a conseguir un trabajo, pero sí conocimiento para poder ayudar al prójimo, para ser un aporte en la sociedad que está bastante decaída. Al final tiene que ver con trascender, con que tu paso por este mundo haya tenido relevancia.
Creo que todo ser humano tiene la capacidad de seguir estudiando y superarse también como persona, tener otro otro vocabulario, otra expresión, y para eso no importa la edad. Hasta el último día de nuestra vida podemos aprender cosas maravillosas. Estudiar es lo mejor que me ha pasado en este momento de la vida y tener el apoyo de los profesores, personas jóvenes, me ha renovado. Ha sido como volver a nacer.