Hablemos de autoestima: “Aprendí que puedo mostrarme al mundo como soy. Eso es suficiente y bello”
“Durante casi toda mi juventud escuché críticas en relación a cómo me veía: que mis labios eran muy delgados y no me los podía pintar, que era muy flaca, que no me desarrollaba o que no tenía pechugas. Una serie de situaciones de ese tipo que hicieron que creciera muy insegura, algo que iba más allá de si era linda o fea. Eran más bien temas que estaban ligados a mi femineidad. O a la falta de ella.
En esa época yo era súper insegura y no entendía muy bien mi cuerpo. No me entendía bien a mí misma. Por eso es que, motivada por las ansias de pertenecer a algo, empecé a ponerme la ropa que yo pensaba que a la gente le gustaba y dejé de ser yo. Empecé a usar faldas, me dejé crecer el pelo y dejé de lado la típica cola baja que me hacía y que complementaba con unos pelos sueltos. Y es que quería adaptarme a este mundo que yo no entendía muy bien.
Yo en verdad era mucho más masculina, me gustaba hacer actividades como nadar o subir el cerro y eso me dejaba las rodillas destruidas, con parches por todos lados y eso fue algo que me trajo problemas con el resto del mundo que me cuestionaba constantemente a partir del estereotipo que dicta cómo se deben comportar las mujeres. Me preguntaban si era hombre o mujer, si era marimacho o qué era, algo que inevitablemente hizo que creciera muy confundida respecto a mi conformación como mujer, a entenderme como mujer hacia el exterior también.
Creo que la construcción de feminidad que se me mostró cuando yo era chica es la que me generaba ruido. Crecí en un entorno muy conservador y con un modelo de la belleza muy definido en que debías ser más o menos alta, delgada, blanca y de ojos y pelo claro.
De más grande, cuando comenzaban las fiestas y las salidas con chicos, sentía que tenía que mostrarme de una forma para ser atractiva ante el otro, pero con los años empecé a sentirme incómoda en mi propia piel. Y al entrar a la universidad me enfrenté a un mundo nuevo, uno muy diverso que me aceptaba tal como era y que no me cuestionaba. Recién ahí empecé a tener una súper buena relación conmigo. Me sentía más liberada, sentía que podía mostrarme tal como era. Sentí libertad y me di cuenta de que sí era linda porque claro, en mi época escolar estaba rodeada de gente tan hermosa y estereotipadamente bella, que dentro de la burbuja no me imaginaba que a mí alguien podría encontrarme hermosa también. Y no sólo eso, jamás imaginé que podía llamar la atención positivamente por ser distinta. Por mi pelo, por mi ropa, por como yo era. Entendí que eso era suficiente, era atractivo, entretenido y bello.
Justo en esa época empecé a modelar. Un tipo me paró en la calle y me lo ofreció, algo que jamás me habría imaginado que me podía pasar a mí. Y fue en ese contacto directo con la industria de la moda y la belleza que empecé a darme cuenta de que mis labios no debían ser un problema. Ni la forma de mi cara, que es como de mujer antigua. Me encontré y me dije `así soy y soy bacán’.
Hace poco empecé a conectar con las mujeres antiguas. Yo creo que siempre me ha gustado su estética. Es interesante porque en esa época, por 1800, había una concepción de feminidad muy distinta a la mía. Y a pesar de eso siempre me sentí identificada en las fotos de mi abuela, con su cara, con sus poses y sus facciones que se parecen un poco a las mías, a diferencia de las mujeres a las que veo hoy en día.
El año pasado mi abuela se tuvo que ir de su casa y empezó a repartir cosas que ya no podía tener en el nuevo lugar donde se iba a quedar. Entre los regalos apareció un cuadro precioso y grande que me prestó. Es un retrato de 1800 de una mujer que se llama Margarita González y que es la hermana de la mamá de mi bisabuela retratada a los 21 años por un pintor francés de la época. Lo colgué en mi pieza cerca de un espejo para que se refleje. Así, cada vez que me levanto lo veo y me veo reflejada como un permanente recuerdo de que puedo encontrar mi belleza ahí, en esa pintura.
Me veo en sus facciones, en la pera, en los labios. Y lo encuentro lindo. Lindo también es poder conectar con mujeres de otras épocas en que mi belleza está representada, porque en Chile no hay mucha representación de la diversidad de la belleza, eso no ocurre tanto.
Camila tiene 27 años y es psicóloga.
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