Si bien Chile posee muy buenos indicadores en materia de mortalidad perinatal y fetal en comparación con el resto del mundo, no deja de impactar que diariamente haya más de 10 madres y padres sufriendo la pérdida de un hijo o hija en esta etapa.
Las muertes perinatales son las que ocurren desde la semana 22 de gestación hasta la primera semana tras el nacimiento del niño o niña (DEIS, 2016). Sólo en un año se realizaron 1.763 defunciones por esta causa, que sumadas a las muertes que ocurren antes de cumplir la semana 22 de gestación, llegaron a 3.673 (DEIS, 2019).
Detrás de estas cifras, hay una realidad dolorosa que se vive en mucha soledad, ya que las muertes de esta naturaleza son percibidas en general como menos importantes por el entorno social, siendo en cierta forma deslegitimado el duelo. En esta minimización del dolor, los factores culturales cumplen un rol fundamental, y aunque una pérdida espontánea en el inicio del embarazo puede ser menos traumática que la de una a las 28 semanas, ésta puede de igual manera acompañarse de fenómenos de duelo importantes, que si no se consideran pueden agravarse en intensidad y extensión. “El final del embarazo por aborto espontáneo es una pérdida no reconocida social ni sanitariamente” (López, 2011).
Asimismo, los equipos de salud y la relación que establecen con los padres y, en especial, con las madres que se encuentran en esta situación, no ha logrado estar siempre a la altura de sus necesidades. La misma institución que debiera validar la gravedad de un evento de este tipo, para otorgar el apoyo necesario, la desconoce. Así, la experiencia de duelo perinatal se caracteriza por ser poco comprendida a nivel social e institucional, relegando a quienes lo sufren al silencio y soledad, sin el debido apoyo. (Melo, 2020).
Es fundamental, entonces, comprender la complejidad de la experiencia de la muerte de un hijo o hija antes o a pocos días después de haber nacido. Esta no sólo afecta a sus padres, quienes muchas veces se aíslan con importante sintomatología psicológica, sino a toda la familia y entorno emocional más cercano. Los mismos equipos sanitarios pueden jugar un rol protector o nocivo (Burden, et al, 2016), dependiendo de la forma en que se vinculan. La percepción de acogida y legitimación del dolor por parte del personal de salud es gravitante.
Lo alentador es que ya hace más de una década que en Chile se ha ido tomando conciencia sobre las carencias del sistema y la necesidad de realizar cambios en esta dirección. En 2011 el Ministerio de Salud señaló la subestimación que se estaba realizando sobre la magnitud y las secuelas del duelo en el período perinatal, y a partir de entonces se ha estado trabajando en desarrollar la capacidad y sensibilidad en los equipos. Importante, también, destacar los cambios que se han impulsado desde la sociedad civil por ejemplo con la Ley Mortinatos, que ha permitido a las madres y padres de más de 5 mil niños no nacidos, poder inscribirlos con nombre y apellido en el Registro Civil, algo que hasta 2019 no era posible; o la Ley Dominga, que establece un estándar de atención en salud para la mujer y familias que están viviendo la pérdida de un hijo en período perinatal.
Y aunque hay avances, todavía nos queda un largo camino por recorrer, para llegar con reconocimiento a su dolor y contención, a todas las madres y padres que viven el duelo por la muerte de un hijo en periodo fetal y perinatal.