Hablemos de maternidad: “Cuando le toca al hombre quedarse con los niños, es un santo que está haciendo algo extraordinario”
Momcation es un término en inglés que se conoce como las vacaciones de las madres de sus deberes como tal. O sea, vacaciones sin hijos. Y en mis cinco años de madre, por primera vez lo hice. Cuando mi hijo mayor tenía casi dos años, me había ido de viaje sola con mi marido, pero no fueron unas vacaciones desconectadas del todo, ya que constantemente llamaba para ver cómo estaba él.
Esta vez fue diferente. Esta vez me fui sola de viaje con mi hermana y la desconexión fue total. Era un viaje muy esperado por mí, ya que en principio sería luego de mi segundo post natal, el cual no fue tan positivo en términos emocionales, pero con la pandemia que llegó el 2020, no se pudo efectuar. Lo intenté tomar como algo bueno y después de la tormenta de la pandemia, finalmente salió el sol de mi viaje, uno viaje sanador en el que volví a ser una mujer que se preocupaba solo de ella, de sus tiempos, de sus comidas tranquilas y con calma, de dormir de corrido y despertar cuando quisiera.
Pero más allá de todo lo increíble del viaje, me desconecté realmente de todo. Desde que partí al aeropuerto me desligué de toda responsabilidad externa y pensé sólo en mí. Y lo hice como un ejercicio muy consciente, porque lo necesitaba. Necesitaba reducir todo lo que pasaba por mi cabeza en solo una cosa: yo.
Lo curioso ocurrió cuando mis vacaciones terminaron. Tuve que hacer cuarentena de 7 días fuera de mi casa, por tanto, estuve fuera dos semanas en total. Lo que para mí fueron unas vacaciones extendidas y maravillosas, para otras personas fue algo parecido a un unicornio. A mi regreso, fui los primeros días a una plaza con mis hijos y perro, y personas que nunca había visto me saludaban, ya que reconocían a mis niños, y me decían “Hola, tú eras la que estaba de viaje, ¿Cómo te fue?”, y yo extrañada respondía que muy bien gracias, mientras que por dentro pensaba por qué esas personas sabían de mi vida si nunca las había visto.
Ahí descrubrí que mi marido en mi ausencia iba a esa plaza todas las tardes, y como es buen conversador, salía el tema de que su señora estaba de viaje. Y así me hice conocida en una pequeña parte del barrio como la mamá que estaba de viaje. Mi marido es un excelente papá y no me puedo quejar de eso, pero no dejamos de bromear con que le harían un monumento en esa plaza por lo buen padre que era de estar solo con los hijos, el perro y la señora fuera de casa por dos semanas.
Pero además de ese hecho que fue gracioso, lo que realmente me impactó más es que algunas amigas/mujeres de mi círculo cercano me preguntaban que cómo lo haría mi marido mientras yo estuviese fuera, si se quedaría con ayuda extra o si él no me había puesto problemas al querer irme de vacaciones. Y yo pensaba ¿por qué en sus cabezas está tan normalizado que una se quede con sus hijos sola y nadie lo cuestione? Cuando le toca al hombre, es un santo que está haciendo algo extraordinario, cuando lo único que hace es lo que debe: cuidar a sus hijos tal como nosotras lo hacemos. Los hijos son de los dos y cada uno tiene el mismo peso de responsabilidad en eso. ¿Por qué si una mujer va sola con sus hijos a una plaza es algo tan normal, pero si se ve a un hombre por varios días se piensa que algo pasa con la mamá? ¿Por qué amigas alaban al marido que cuida a sus hijos y “deja” que la mamá se vaya de vacaciones, cuando es algo extremadamente normal y necesario?
No nos queda más que culpar a la sociedad, que ha normalizado tanto que la mujer es con los niños y el hombre “ayuda”, que no podemos darnos estos tiempos de estar solas sin que alguien juzgue o cuestione estos momentos que como mujeres-mamás necesitamos casi como algo mandatorio al menos 1 vez al año.
Lo que es mi caso, mi marido notó que era algo que yo necesitaba, un espacio, un descanso mental y físico. Una se desgasta emocionalmente por todo el peso que tiene y te pone encima la sociedad.
El viaje para mí representó tantas cosas, que hay un antes y después de mí gracias a eso. Llegué como nueva, sin peros y sin culpa. Y las que piensan que los maridos que se quedan con sus hijos son unos santos, ¿Qué seremos nosotras entonces? De seguro algo no descubierto o más bien algo no reconocido en esta sociedad.
Andrea tiene 37 años y es psicóloga.
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