Hablemos de maternidad: “Parte de mí murió el 12 de junio, pero tener a Victoria me hizo renacer”.
“Aunque cuando me enteré que estaba embarazada fue una sorpresa, al confirmar la noticia me emocioné y también sentí miedo. Tenía demasiadas preguntas en la cabeza y mucha incertidumbre.
Mi embarazo no fue programado pero sí deseado. Con Francisco, mi pareja, desde que comenzamos nuestra relación pensamos en tener hijos, pero el cuándo los tendríamos era algo incierto. Por eso es que cuando le conté de mi embarazo, se puso demasiado contento.
Recuerdo que las primeras personas que supieron que estaba embarazada fueron mi mamá y mi mejor amiga. Unas semanas después decidimos contarle al resto de los familiares, cuando el miedo e incertidumbre que sentí en un comienzo se empezaron a transformar en ilusión.
Fue un embarazo lindo y estable, sin embargo, cuando llegué a la semana 34 comencé a sentirme decaída, me pesaba mi cuerpo y mi barrida. Pensé que era producto del avance de los días un sábado, luego de una junta familiar, no me sentí activa me dio fiebre. El domingo desperté con tercianasy con mi pareja decidimos ir al hospital. Ahí comenzó todo.
Ingresé a urgencias del área de maternidad donde me realizaron varios examenes vinculados a un posible Covid-19. Tenía fiebre y eso me dio taquicardia a mí y también a mi hija. Era covid positivo. Por protocolos del hospital y debido a mi avanzado embarazo, tendría que quedarme al menos 10 días hospitalizada. Sola.
Durante los primeros días de hospitalización me realizaron un TAC que mostró que no solo tenía Covid, sino que además una neumonía que afectaba ambos pulmones. Y aunque pese a eso estaba estable, cuatro días después de mi ingreso comencé a desaturar y mi fiebre aumentó. Me dijeron que si no lograban estabilizarme, tendrían que sacar a mi hija de urgencia ya que los medicamentos no estaban haciendo reaccionar mi organismo. Yo no quería aceptar el hecho de que mi hija nacería en esas condiciones.
Lo que más me apenó es que tuve un embarazo súper lindo, estable y acompañada de mi pareja. Me daba pena pensar que ni él ni yo íbamos a poder ver el nacimiento de nuestra hija. Esa idea me partía el alma. Jamás pasó por mi mente que tendría que ser intubada, solo pensé que el parto que tanto deseé y que tanto busqué, no pasaría. Tuve que entregarme a las circunstancias.
Cuando llegó el anestesiólogo de turno a ponerme una vía en las arterias para sacarme sangre supe que esto iba enserio. Al rato entraron muchos doctores y enfermeras, uno de ellos a decirme que me iban a intubar y que mi hija nacería. Me tocaba avisarle a mis familiares y que ellos se encargarían de notificar a mi tutor, que en este caso era Francisco.
Lloré, sentí miedo e incertidumbre, pero siempre tuve la convicción de que todo iba a ser transitorio. Recuerdo que camino al pabellón me tiritaban las piernas, tenía miedo, pensaba en lo que pasaría y en que no podría ver el nacimiento de mi bebé. Me apenaba que Francisco no estaría ahí para verla y protegerla. Al llegar a pabellón me dijeron que todo saldría bien y que mi mamá iba en camino. Me anestesiaron y yo solo oré hasta que me dormí. Cuando desperté habían pasado casi tres días.
No recuerdo nada de lo que sucedió, solo que cuando desperté estaba mirando hacia la ventana y que había un enfermero. Amablemente se presentó, me dijo qué día era y en qué piso estaba. Me dijo que mi hija estaba bien, que ya había nacido y que el proceso de intubación había finalizado. Me comencé a observar, estaba llena de mangueras. Diez días después comencé a evolucionar. Me dijeron que mi oxigenación y mis examenes estaban bien, por lo que me pasaron de la UCI a la UTI, sin embargo, esa noche desature demasiado. Me tuvieron que poner una mascarilla enorme que me brindaba oxígeno constantemente y estaba sujeta con una especie de correas. Fue chocante para mí, lloré, me dio crisis de pánico la situación y pedí que me sedaran. Recuerdo que esa fue la noche más cruda y bendita de todas, porque esa mascarilla me permitió progresar.
Tuve que aprender todo desde cero a hablar, comer, a sentarme e ir al baño. Todo lo que uno hace diariamente tuve que volver a aprenderlo.
Diez días después pude conocer a mi hija, Victoria. Fue muy emocionante cuando la pude ver tan pequeñita en un rinconcito de mi casa, lo máximo. Todo el amor que siento, la ilusión de tenerla aquí, lo maravilloso que es la creación de tener un hijo. Observar que es parte de ti y de tu compañero de vida, es la experiencia más hermosa que uno puede sentir.
Para mí la maternidad es maravillosa y también es hermoso tener un compañero que te acompañe en la crianza, porque sin su apoyo, todo sería mucho más caóticamente hermoso. Esta experiencia me hizo aferrarme aún más a la maternidad. No quiero perderme ninguna instancia de la vida de Victoria. Quiero que ella aprenda a ser una mujer autónoma en la vida y acompañarla en sus pequeños pero grandes avances. Quiero estar presente en esto de la maternidad.
Parte de mí murió el 12 de junio y nació otra Bárbara el día en que desperté y me había convertido en madre”.
Bárbara tiene 30 años y es mamá de Victoria.
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