El fin de semana vi el documental The greatest night in pop: We Are The World, que relata la historia de la grabación de una canción para recaudar fondos para combatir la hambruna en Etiopía. ¿El desafío? congregar a celebridades del pop y el rock en pos de esa causa en común. Se unieron 47 artistas, de los cuales como dato, eligieron 16 solistas hombres y 5 mujeres. La tarea fue compleja, no sólo por la fama y poco tiempo que tenían para grabar, si no por sus individualidades y estar por estar habituados a ser la guinda de la torta, a destacar, a ser las estrellas.
Sabiendo esto de antemano, el productor Quincy Jones colgó un cartel en la entrada del estudio que rezaba: “Leave your ego at the door” (Deja tu ego en la puerta), algo que parece ser una obviedad, pero que en este contexto era un buen recordatorio para lograr el objetivo. Sin hacer spoiler del documental, finalmente se logró grabar la canción y fue un éxito de ventas. No se acabó la hambruna en Etiopía, pero eso es materia de otras reflexiones.
A partir de esta reunión, que pudiera leerse como algo frívolo, vuelvo a pensar en el sentido de comunidad, en aquello que nos congrega y nos hace “ser en grupo”.
Lamentablemente en Chile estamos acostumbrados a ello, sobre todo frente a las catástrofes naturales o provocadas que nos azotan cada año. Nos unimos por una causa en común, creamos fundaciones, corporaciones, eventos benéficos. Todo en comunidad. ¿Es propio de la cultura chilena? No. Una de las características de los seres humanos es que somos seres sociales por naturaleza. Seres gregarios. Si revisamos nuestra historia de la humanidad, hay registros ancestrales que dan cuenta que habitualmente hemos vivido en comunidades, colaborando para poder satisfacer necesidades básicas, pero también esa naturaleza social nos ha ayudado a evolucionar como especie.
Necesitamos interactuar, relacionarnos no sólo por el hecho de estar con otros, si no que ese vínculo nos otorga un espacio de apoyo emocional físico y nos ayuda en nuestro desarrollo cognitivo y psicológico.
Eso es comunidad: un grupo de personas que comparten intereses, valores e incluso lugares en común donde interactúan con el propósito de apoyarse mutuamente, compartir experiencias y lograr ciertos objetivos en conjunto. Las comunidades nos otorgan sentido de pertenencia y posibilidades tanto para el desarrollo personal como colectivo.
¿Y qué pasa específicamente con las comunidades de mujeres? Si bien no hay certezas respecto de cómo se empezaron a conformar históricamente las comunidades de mujeres en el mundo, sí hay ejemplos históricos significativos que dan cuenta de esa cohesión. Por ejemplo, las comunidades de mujeres en torno al parto, donde cada una contribuía con lo que sabía. No en vano, la etimología de la palabra contribuir, implica pagar algo conjuntamente dentro de las tribus. Hacer tribu. O las comunidades religiosas femeninas, que entregan su vida individual para vivirla en comunidad con otras religiosas, con objetivos en común.
O las vilipendiadas comunidades de brujerías, quienes en plena caza de brujas en la Edad Media, se organizaban contra la opresión social.
O los movimientos feministas, con su primera ola a fines del siglo XIX buscando -principalmente- el derecho a voto. O la segunda ola, comunidad de mujeres que se enfocó en igualdad salarial, acceso a la educación superior, lucha contra la discriminación y derechos reproductivos. O la tercera y cuarta olas que intenta visibilizar, entre muchas otras temas, la violencia de género y obstétrica, avanzando en incluir distintas voces en buscar la igualdad de género.
Transversalmente las comunidades de mujeres que se organizan en movimientos por la paz, o las “Abuelas de Plaza de Mayo”, en Argentina, quienes se reúnen cada jueves desde 1977 buscando justicia para sus familiares desaparecidos. O, por último, la comunidad “Mujeres por la vida” que surgió en 1983 como un movimiento que buscaba la restauración de la democracia a través de distintos actos pacíficos y marchas públicas intentando generar impacto y usando el humor como herramienta importante.
No me olvido que partí esta columna comentando un documental que, de manera soterrada, da cuenta de cómo sólo en comunidad pudo ser posible alcanzar ese objetivo, soltando las individualidades. Pero tampoco olvido que la comunidad -en especial la de mujeres- a lo largo de la historia ha hecho posible que hoy una mujer como yo, pueda tener un pequeña voz en un espacio comunitario, donde otras mujeres puedan leer, comentar, estar en desacuerdo o que le hagan sentido alguna de estas ideas.
Gracias por ello y a seguir haciendo comunidad
¿Qué tal si partimos este viernes 8 de Marzo?
* Dominique es Psicoterapeuta -sistémica, centrada en narrativas- y magíster en ontoepistemología de la praxis clínica. Se desempeña como docente universitaria y supervisora de estudiantes en práctica. Atiende a adultos, parejas y familias. Instagram: @psicologianarrativa.