Llevo oficialmente nueve meses en campaña para quedarme embarazada. Nueve meses de espera y de miedo a las palabras: infertilidad, seguimiento folicular, in vitro, pérdida. ¿Por qué?, porque decidí embarazarme a mis 35 años y no a los veinte como todos los doctores recomiendan. Lo que trae a colación algo que he ido percibiendo que sienten las mujeres que, como yo, en sus treintas, intento tras intento, mes a mes, no logran quedar. Hay una culpa que nos ronda y que no nos atrevemos a nombrar, pero que está ahí y que dice relación, creo, con la edad que tenemos, pero sobre todo, con que por cosas de pareja, prioridades, carrera, no tuvimos la maternidad como prioridad en nuestras vidas. Nos sentimos culpables de haber esperado cuando, tal vez antes, por estar solas, o enfocadas en nuestras carreras, tener hijos no fue prioridad. A raíz de una conversación con una tía, me pillé defendiéndome cuando ella, entre inocente y no, me dijo: "Es que no deberías haber esperado tanto para tener guagua", sí, patada en la guata. Dolor de cabeza. Culpa de nuevo por tener treinta y cinco y contando.
Y no me arrepiento de haber esperado. No me arrepiento de haber sacado mis dos primeros libros, de haber formado una pequeña editorial ni de haber aprovechado de leer y escribir todo lo que he querido, pues sé que con niños las cosas cambian. Y, a pesar de que hoy estoy dispuesta a ceder en esas prioridades, no me arrepiento de haber tenido tiempo para hacer lo que me gusta en esos tan valiosos años fértiles (sí, qué terrible verme a mí misma como una productora de óvulos).
También pienso que la paranoia del embarazo pos treinta y tantos, una vez que se instala, esclaviza. A pesar de que creo estar relajada en el proceso; a pesar de que me digo a mí misma que el próximo mes será mejor y que me niegue a caer en la desesperación y en los distintos tratamientos que en todos lados me proponen, es difícil cada vez que me preguntan: "¿y, cómo va el plan de tener guagua?". Cualquiera que esté en campaña de tener hijos sabe de lo que estoy hablando. Me han recomendado hacer la vela post coito, estar atenta a los ciclos lunares, tomarme la temperatura cada mañana, que mi marido tome vitamina E y ahora, estoy probando un nuevo test de ovulación. Sin embargo, estoy segura de que no hay mejor estímulo que la tranquilidad. Pero es complicado porque mes a mes se genera un círculo vicioso. Y me repito a mí misma como un mantra: estoy relajada, estoy relajada, estoy relajada e inhalo y exhalo, pero veo que pasan los meses y no hay novedades. ¿Cómo mantener la calma y no volver al punto cero del miedo y de nuevo, la culpa? Estoy segura de que si empiezo cualquier tipo de tratamiento, con las hormonas, mi ansiedad solo aumentará, y sé que la ansiedad nunca es buena para casi nada. Entonces, ¿cómo defenderme en este proceso de cualquier estímulo externo que opine, aconseje, recomiende? Complicado, aunque quiero creer que es cosa de achuntarle, de seguir haciendo la vela y de que el ritmo orgánico del cuerpo haga su trabajo. Por mientras me digo que, con mi marido, tenemos una familia de perros y gatos adoptados y que con eso, por ahora, es suficiente. Que con eso es suficiente, incluso, si esa es nuestra única opción.