Postergar la maternidad por desarrollarnos profesionalmente: ¿en beneficio de quién?

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En 2012 la Sociedad Americana de Medicina Reproductiva estableció que la vitrificación de óvulos ya no se clasificaría como una práctica de experimentación médica. La técnica había avanzado lo suficiente como para aplicarla de forma segura y efectiva en los procedimientos de fertilización in vitro o asistida. Esto porque muchas mujeres comenzaron a buscar este servicio debido a que se encontraron con que la posibilidad de sobrevivir en el mercado laboral siendo madres es, por lo menos, difícil. ¿Cuántas mujeres han tenido que renunciar a su vida personal y familiar en beneficio de la carrera o justo a la inversa? Ante el fracaso de la conciliación, hay empresas que incluso comenzaron a ofrecer incentivos económicos a sus empleadas para que congelen sus óvulos y retrasen así la maternidad. Grandes multinacionales como Facebook, Apple, Google, Yahoo, Uber o Spotify lo han hecho; han llegado a acuerdos con clínicas de fertilidad para proporcionar descuentos a las trabajadoras que quieran acogerse a un tratamiento de congelación de óvulos. La medida, según dicen, responde a la creciente tendencia por parte de las mujeres de retrasar la maternidad por motivos sociales, como lo es desarrollar sus carreras profesionales. Y es que en esta época, por primera vez en la historia de la humanidad, las treintañeras están teniendo más hijos que las de 20.

Pero esta política laboral ha generado mucho debate. ¿Qué mensaje se manda a las empleadas? ¿Que es mejor retrasar la maternidad para poder ascender profesionalmente? ¿Que su trabajo es incompatible con tener hijos? ¿No sería más lógico invertir en instrumentos que permitan conciliar maternidad y empleo? Y un tema que no se tiene en cuenta: ¿qué pasa si cuando quieres utilizar dichos óvulos resulta que ya es tarde? Tal vez entonces no haya más oportunidades. Finalmente, en vez de buscar más y mejores opciones para conciliar maternidad y trabajo, esto perpetúa un sistema en el que la mujer debe hacerse cargo de los hijos.

Todas estas preguntas plantea la periodista, socióloga y escritora española Esther Vivas, en su libro Mamá desobediente (Godot, 2020), donde dice que la génesis de esto es que las mujeres en la actualidad nos enfrentamos a una doble presión. “Por un lado, la de ser madres como dicta el mantra patriarcal y serlo de una determinada manera, con un manual completo, muchas veces contradictorio, de lo que se espera de nosotras. Por el otro, debemos triunfar en el mercado de trabajo y tener una carrera exitosa, aunque en la mayoría de los casos toca sobrevivir como se puede, con un empleo más o menos precario, sin renunciar, eso sí, se supone, a tener críos”.

Carolina Etcheberry, abogada feminista, lo plantea así: “Históricamente estos procedimientos (de fertilización) nacen como una solución para las mujeres que padecen de ciertas enfermedades y ahora para aquellas que quieren redirigir su atención al desarrollo profesional y académico, pero es difícil no advertir que si una empresa les ofrece a sus empleadas vitrificar sus óvulos, está pasando por alto situaciones de discriminación y vulneración que parten en la entrevista laboral cuando le preguntan si quiere o no ser mamá. Este “beneficio” es inicialmente para la empresa, porque se va evitar un pre y pos natal y va a garantizar que sigan trabajando en sus años fértiles. Lo que representa esto es una cultura en la que se sigue planteando que el destino de la mujer es primordialmente el de ser madre, incluso si eso significa incentivarlas a serlo cuando, por razones biológicas, las posibilidades de éxito van a disminuir”.

De hecho –como añade Vives– una de las consecuencias directas de la postergación de la maternidad es la dificultad para quedar embarazada. “Lo confirma una investigación sobre la infecundidad en el Estado español, en que se constata que el motivo principal por el cual las mujeres no tienen descendencia es el aplazamiento de la maternidad por razones familiares y económicas, vinculadas en este último caso con el empleo. De tal modo que cuando te planteas o ves la posibilidad real de ser madre, porque has conseguido finalmente un trabajo fijo o tienes una pareja estable, te encuentras con una edad en la que tu tasa de fertilidad ha disminuido drásticamente, y esto puede complicar dicho anhelo. A partir de los treinta y cinco años, los niveles de fertilidad de la mujer empiezan a descender, y es más fácil sufrir una infertilidad sobrevenida por la edad”.

Constanza Soto (42) lo vivió en carne propia. Decidió postergar su maternidad porque tenía un objetivo claro en su carrera profesional: llegar al cargo de directora de su departamento, para lo cual tuvo que hacer un posgrado y cumplir otra serie de condiciones que la maternidad no le iba a permitir llevar a cabo. “Una vez que lo conseguí, decidí que era momento de ser madre. Lo intentamos con mi pareja por un año y no resultó, así que llegué a una clínica de fertilidad. Cada cierto tiempo algún médico o enfermera me hacía ver que mi edad era una piedra de tope para conseguirlo. Eso me hizo sentir culpable, pues postergar la maternidad fue una decisión que yo tomé”, cuenta. Dice además que enfrentarse a esa culpa la hizo ver que por años había normalizado una situación que no está bien. Y es que para las mujeres criar y desarrollarnos profesionalmente son cuestiones incompatibles, a diferencia de los hombres. “Mis colegas, que están en el mismo cargo, no tuvieron que postergar su paternidad para llegar donde están. Ellos pudieron ser padres y al mismo tiempo crecer en sus carreras porque fueron sus mujeres las que tuvieron pre y pos natal, pero sobre todo, porque se hicieron cargo de la crianza. Y no hago una crítica solo a los hombres, porque lo que aquí falta es una política de corresponsabilidad social, es decir, que existan espacios de cuidado, políticas de cuidado, que permitan que tanto mujeres como hombres puedan realmente decidir cuándo quieren ser padres y madres, y que eso no signifique un desmedro en los otros ámbitos de su vida”, dice.

La reflexión de Constanza sobre la corresponsabilidad social, va mucho más allá de la corresponsabilidad entre madres y padres. Esa noción –según explicó a Paula en un artículo anterior, Carmen Andrade, directora de la Oficina de Igualdad de Género de la Universidad de Chile– parte del siguiente razonamiento: Así como la producción de un país, que genera bienes y servicios, es una tarea social, la tarea de la reproducción, que es igualmente importante y que garantiza la vida en sociedad, también debiese serlo. “Sería impensado que la producción fuese tarea únicamente de las mujeres o de las familias. Así mismo tiene que ser con la reproducción. Sin embargo, está feminizada y privatizada (...) No basta con que se incorporen los hombres, ese es un paso necesario, sino que hay que transformarla en una tarea social y sacarla del espacio privado porque no puede recaer únicamente en las familias”.

En su novela autobiográfica Quién quiere ser madre, Silvia Nanclares escribió: “Estábamos programadas para apurar y estirar nuestra juventud, para dejar la maternidad para ese momento en que la estabilidad laboral (qué quimera) y afectiva –otra quimera– creara un suelo sobre el que soltar los huevos maduros. (…) Ser madre añosa o añeja podía llegar a considerarse una especie de medalla, un trofeo con muescas de otras batallas, pero también una medalla engañosa o con doble fondo: la edad de nuestros ovarios no atiende a las supuestas conquistas feministas ni a las transformaciones sociales”. Esther Vives la cita y luego se pregunta: ¿Cuántas mujeres han tenido que renunciar –y tendrán que seguir renunciando– a su vida personal y familiar en beneficio de la carrera o justo a la inversa? Hoy, más que nunca, se hace urgente que pensemos en cómo planteamos la maternidad y el trabajo. Porque las mujeres hoy tienen la idea de una falsa libertad para decidir cuándo tener hijos. Esa libertad recién va a llegar cuando ser madres y poder desarrollarnos profesionalmente, al igual que los hombres, sean caminos paralelos.

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