Paula 1213. Sábado 19 de noviembre de 2016.

Conocí a Héctor Abad durante el cuarto Congreso Internacional de la Lengua Española de 2007, en Cartagena de Indias, frente a un mar turbio, en un hotel de playa a las afueras de la ciudad vieja. 40 escritores dábamos vueltas por sus extensos pasillos y a cada tanto íbamos a dar al lobby. Con sus ventiladores en el techo y su barra generosa, se prestaba para que se formaran grupos de conversación aquí y allá. En uno de ellos fue que Héctor y yo hablamos por primera vez y nos caímos bien. Me llamó la atención su manera de opinar, entraba al debate con buenos argumentos, pero sin llegar a convertir la discusión en una batalla. Disentía con una sonrisa y celebraba las ocurrencias de su contradictor. Yo aún no sabía que Abad había escrito el quizás más grande éxito de ventas y de crítica en la Colombia del siglo XXI, ni que tendríamos tanto en común como escritores. Casi al mismo tiempo que yo publiqué Madre que estás en los cielos, él presentó El olvido que seremos (2005), novela en que revive la conmovedora relación que tuvo con su padre. Me gusta pensar, para mi ventaja, que son novelas hermanas. Nueve años más tarde él publicó La oculta, al mismo tiempo que yo sacaba Jardín, dos historias unidas por el apego de una familia a su lugar de pertenencia. El olvido que seremos vendió más de 100.000 ejemplares en Colombia, fue celebrada en España y se tradujo a los principales idiomas europeos. La oculta, por su parte, ha sido bienvenida por sus lectores y publicada en toda Hispanoamérica.

En el último tiempo, Abad se ha involucrado en el debate sobre el proceso de paz y sus columnas en el diario El País son referencias valiosas para entender mejor la situación que enfrenta Colombia.

¿Fue difícil para ti escribir El olvido que seremos? Te lo pregunto en cuanto al costo personal que tuvo, al pudor que pudo despertar en la familia, al dolor y la nostalgia que trae el recuerdo.

Fue tan difícil que esperé casi 20 años para poder escribir el libro. Durante mucho tiempo yo quise olvidar el asesinato de mi padre para poder recomponerme; después tuve que recordarlo para poder curarme del todo de la tristeza y del rencor. Yo escribí esa historia, en primer lugar, para mis hijos, pues quería que ellos conocieran al menos en palabras al abuelo que no habían podido conocer. Antes de publicarlo, les entregué el manuscrito a mi madre y a mis hermanas. Si ellas hubieran puesto objeciones, el libro no habría salido publicado. Pero ocurrió todo lo contrario, las cinco no solo gozaron mucho leyéndolo, sino que me ayudaron a terminarlo, a añadir detalles que yo había olvidado. No quisieron que quitara o cambiara nada; me animaron a publicarlo y me contaron historias que yo no sabía y que mejoraron mucho el libro.

La literatura abunda en ajustes de cuentas de hijos con sus padres, en cambio El olvido que seremos es más bien un homenaje. Hay quienes dicen que es más fácil denostar a una persona (o a una obra de arte) que ensalzarla sin perder credibilidad. ¿Cómo hiciste para no caer en las trampas del elogio y el sentimentalismo?

Creo que fue precisamente el filtro del tiempo lo que me ayudó a no hacer un libro sentimental o lacrimoso. Yo había intentado contar antes esa historia, pero como siempre me conmovía demasiado, me daba cuenta de que todavía no era el momento de contarla. Habría salido demasiado dolorosa. Necesité el filtro del tiempo y no escribir con la herida abierta y sangrante, sino ya cicatrizada. Esto no me impidió que muchas veces tuviera que parar en la escritura, o gritar, o ir a dar una caminada, porque escribir estas cosas es volverlas a vivir. Yo no quise hacer hagiografía ni contar la vida de un santo. Mi padre fue muy bueno, pero no dejo de contar también sus debilidades como hombre. Yo tuve un padre excepcional tanto en la vida pública como en la vida privada, y su amor por la humanidad no le impedía amar también intensamente a las personas cercanas, a nosotros. Para tratar de no ser cursi, yo simplemente di testimonio de lo que sabía, y al mismo tiempo usé un lenguaje muy familiar y corriente: el español que se hablaba en mi casa.

"Durante mucho tiempo yo quise olvidar el asesinato de mi padre para poder recomponerme; después tuve que recordarlo para poder curarme del todo de la tristeza y del rencor. Yo escribí esa historia, en primer lugar, para mis hijos, pues quería que ellos conocieran, al menos en palabras, al abuelo que no habían podido conocer".

Después de publicado El olvido que seremos hubo maledicentes que echaron a correr el rumor de que a tu padre lo habían matado por ser homosexual, con el fin de ocultar la responsabilidad de los paramilitares en su asesinato. Aún así, en la novela pareces reconciliarte con la posibilidad de que tu padre fuera bisexual. ¿La noticia de esa posibilidad cambió algo en ti? ¿Tu disposición hacia la memoria de tu padre, hacia la diversidad sexual?

Lo del "crimen pasional" es una infamia que han dicho recientemente algunas personas de la extrema derecha, quizás porque leyeron o les contaron un capítulo de mi libro; los mismos que han dicho que lo asesinaron por pertenecer a las Farc. Ambas cosas son asquerosamente falsas. A mi padre lo asesinaron los paramilitares por ser un defensor de los derechos humanos y un hombre no violento que defendió a los asesinados y desaparecidos de la UP (extrema izquierda) aunque siempre hubiera pertenecido al partido liberal.

Después del crimen de mi padre a mí me encargaron mis hermanas y mi madre que me ocupara de los papeles que había en su biblioteca y en su oficina. En El olvido que seremos hay un capítulo que se llama "Abrir los cajones", en el que insinúo que mi padre podría haber tenido una relación homosexual. En esos cajones yo encontré una breve correspondencia amorosa con un joven que tenía mi misma edad. Ese es el único indicio que tenía de que mi padre hubiera podido ser bisexual. Mi madre y algunas de mis hermanas habían tenido también noticia de episodios que hacen pensar que mi padre no tuvo problema en amar también a personas de su mismo sexo. Lo que mi madre, que aún vive, me ha dicho siempre, es que ella quiso a su marido como era, entero, con todos sus defectos y todas sus cualidades. Y esta faceta no es necesariamente un defecto, ni siquiera el hecho de que él quisiera mantenerla oculta, o privada. Después de publicado mi libro, el joven (que ya no era joven) de la correspondencia hallada entró en contacto conmigo. Este hombre me contó que mi papá le había enseñado el gusto por la filosofía de Platón, por la música clásica y que le había ayudado con un tratamiento odontológico cuando en el servicio militar le habían volado todos los dientes de un culatazo. Que habían tenido una relación amorosa como de maestro a alumno, sin sexo. Quizás mi padre haya tenido sexo con otros hombres. No lo sé con seguridad y francamente si la respuesta es sí o no, no cambia para nada la imagen que tengo de él. Si era bisexual, no tengo ningún problema en seguir queriéndolo y recordándolo de la misma manera.

Una última cosa que me llamó la atención en El olvido que seremos es que padre y madre no respondían a papeles de género preconcebidos. Tu padre era un hombre de afectos y tu madre una mujer más práctica. ¿Cómo influyó en ti haber crecido en una familia libre de esos estereotipos?

Sí, ellos dos eran opuestos en muchos sentidos, cual también puede decirse de un modo más agradable: complementarios. Mi padre era socialista y mi madre capitalista; mi madre es muy creyente y mi padre era agnóstico en materia religiosa; mi madre es práctica, ahorrativa, y mi padre era soñador y manirroto. Si mi padre pudo dedicarse con libertad a su trabajo en bien de los demás era también porque mi madre se encargaba de que la economía doméstica funcionara bien, con el trabajo de ella. Pero ellos dos se llevaban muy bien y discutían sus diferencias políticas o religiosas con mucha alegría, con inteligencia y con una inmensa tolerancia por el otro. Digamos que mi casa fue un ejemplo de tolerancia, de respeto por la diferencia. El ateo y la católica discutían con amor sobre la existencia o la no existencia de Dios, y también con mucho cariño sobre si era mejor regalar el propio sueldo o dedicarlo por entero a la familia. El no creyente era más cristiano que mi madre en sus obras; y la mística tenía los pies en la tierra para que los hijos no sufriéramos las consecuencias del altruismo excesivo de mi padre.

"Un novelista sin capacidad de salirse de sí mismo es un novelista castrado. Shakespeare dijo: 'sabemos lo que somos, pero no lo que podríamos ser'. Uno en la literatura tiene que ser todo lo que no ha sido".

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La oculta, tu última novela, está narrada desde el punto de vista de cada uno de los tres hermanos de la familia, dos mujeres y un hombre. El hombre es el menor, el memorioso, el que quiere contar la historia de la familia desde el momento en que los pioneros pusieron pie en esas tierras. Él es un hombre gay que vive en Estados Unidos con su marido. ¿Por qué elegiste que fuera gay? ¿Te costó trabajo adoptar su perspectiva? ¿Por qué quisiste contar esta historia de colonización?

En Colombia, y particularmente en Antioquia, los finqueros o los hacendados suelen ser, o parecer al menos, muy machos, incluso muy machistas. Yo quise que Antonio, el que cuenta la historia de esa tierra y de esa finca, fuera gay, de manera que ningún ganadero o hacendado de Colombia se pudiera adueñar de mi novela. Antonio es gay como una vacuna contra el lector terrateniente tradicional, conservador y autoritario. Adoptar la perspectiva gay no fue difícil. Tengo un cuñado gay que vive con su marido en Nueva York, en Harlem, y eso me ayudó a modelar cierto modo de vida de los personajes. Yo no creo que para ti sea difícil ponerte en los zapatos de un heterosexual en tus novelas. Un novelista sin capacidad de salirse de sí mismo es un novelista castrado. Shakespeare dijo: ´sabemos lo que somos, pero no lo que podríamos ser´. Uno en la literatura tiene que ser todo lo que no ha sido.

La historia de la colonización era importante porque esta se sale de la tradición del despojo violento de la tierra, a los indígenas o a los campesinos. La colonización del Occidente de Antioquia fue un episodio muy interesante de Colombia: fue hasta cierto punto igualitaria, democrática, pues muchos pobres recibieron tierras a cambio de trabajo. Para mí es un ejemplo interesante de llevar a cabo un sueño sin violencia, sin demasiado abuso. A veces el hombre no es lobo para el hombre. Pocas veces, pero ha pasado.

Las dos hermanas representan dos maneras completamente diferentes de ver la vida y de enfrentar la violencia en el país. Cuéntanos cómo entiendes tú a estas dos protagonistas de La oculta. ¿Te fue difícil como narrador no tomar partido por una de ellas?

Creo que mi deber como novelista era serles fiel a las dos sin optar por ninguna. Una es tradicionalista, más conservadora, católica; la otra es moderna, volcada a la libertad, sin ningún interés religioso. La primera está apegada a la herencia, a la tierra, a la finca; la otra odia esa finca y quisiera que se vendiera. Creo que ninguna de las dos es tonta ni torpe; creo que ambas defienden su estilo de vida con inteligencia. Una piensa que la monogamia es mejor que la sucesión indefinida de distintas parejas. Nadie tiene, en realidad, la fórmula de la felicidad, ni de la familia perfecta. Tal vez un novelista con creencias tan contradictorias y amorfas como las mías les puede dar voz con más tranquilidad a todos los puntos de vista. Quizás eso fue lo que aprendí en mi casa: a no ser nada, y a ponerme siempre en el papel del otro, en la opinión del otro.

En La oculta hay un afán de rescatar la importancia de nuestros lugares de pertenencia. ¿Pensaste que la dificultad de esa familia por conservar ese pedazo de tierra, a pesar de los repetidos intentos de los paramilitares, de la guerrilla o de los capitalistas por apropiársela, podía leerse como una metáfora de la dificultad de proteger a Colombia de la guerra?

Yo creo que en cualquier historia auténtica de la Colombia de los últimos decenios se cuela inevitablemente el tema del conflicto armado. Y la tierra ha sido el perfecto territorio de disputa entre la izquierda, la derecha (terratenientes, viejos propietarios, ganaderos), los mineros (el capitalismo devastador), los narcos. En Antioquia todo aquel que consigue algo de dinero lo primero que hace es comprar tierra, comprarse una finca, si es posible cerca del pueblo donde llegaron sus antepasados. Los narcos compran tierras, los industriales compran finca, los comerciantes compran finca. Hasta los poetas, si llegamos a vender un libro, nos compramos una tierrita. Todos queremos tener un lugar donde caernos muertos.

"El acuerdo era lo mejor que se podía sacar de las FARC en esas circunstancias. Ahora veremos si de verdad los ganadores del No pueden sacarle a la guerrilla algo mejor. No creo. Creo que lo que ellos buscarán será seguir en un terreno indefinido y caótico hasta las próximas elecciones presidenciales".

Fuiste un decidido defensor del Sí en el referendo que buscaba la validación de la ciudadanía para el Acuerdo de Paz entre el gobierno colombiano y las Farc. ¿Qué pasó? ¿Por qué se perdió un plebiscito que para cualquiera que mirara desde afuera era imposible de perder? ¿Ha cambiado en algo tu opinión sobre los términos del Acuerdo de Paz después de que ganara el No? ¿Faltó algo en ese acuerdo?

Colombia es un país globalizado y el triunfo del No se parece mucho al triunfo del Brexit y a Trump en Estados Unidos. Hay una masa de votantes no muy ideológicos que lo único que quieren es ver que pierda el político que está en el poder. Además, muchos jóvenes no votaron, igual que en el Reino Unido. Los partidarios del No respondieron que votarían Sí en las encuestas, por vergüenza de decir que estaban contra la paz. Y así como los partidarios del Brexit tenían un discurso populista, pero no un plan para salir bien de la votación, así mismo los del No tenían un discurso mentiroso y populista para defender sus intereses particulares, pero no un plan para salir del pantano político y práctico en el que ahora estamos.

El Acuerdo era lo mejor que se podía sacar de las Farc en esas circunstancias. Ahora veremos si de verdad los ganadores del No pueden sacarle a la guerrilla algo mejor. No creo. Creo que lo que ellos buscarán será seguir en un terreno indefinido y caótico hasta las próximas elecciones presidenciales.

Un aspecto importante de tu escritura ha sido ser el narrador de las penurias que ha implicado la división para Colombia y sus familias, aspecto en el que has seguido la lucha de tu padre para instaurar una cultura de respeto a los derechos humanos. ¿Crees que con esa historia de violencia a cuestas, considerando las circunstancias políticas actuales, Colombia aún tiene esperanzas de alcanzar la paz?

Colombia ha sobrevivido sin desmoronarse a muchos años de conflicto armado formal. También ha sobrevivido a la amenaza más violenta, más rica y mejor organizada del narcotráfico. Aun con conflicto, el índice de homicidios en Colombia es inferior al de Venezuela, que está sitiada por un populismo que no combate la delincuencia común. México vive en ciertas zonas la crisis que nosotros enfrentamos en los años 90 del siglo pasado. Somos un país curtido, que aguanta mucho. Las solas negociaciones de paz trajeron una inmensa disminución de la violencia: las Farc dejaron de secuestrar; ni un soldado, ni un policía, ni un guerrillero ha muerto en combate en los últimos meses. La extrema derecha, por rencor, por resentimiento o por miedo a los tribunales de la verdad, se opuso a ese Acuerdo. Pero tampoco ellos quieren que el país se desmorone. Vamos a ver qué proponen ahora. Como su No ganó, son ellos los que tienen la pelota. Dicen que podían hacer un Acuerdo mejor; pues bueno: que muestren cómo. Yo creo que Santos lo hizo lo mejor que se podía, y así lo reconoció el comité del Premio Nobel.