¡Hey, Cleopatras!
Fueron un mito, figuras de culto a fines de los ochenta. Casi 30 años después se vuelven a juntar a propósito del lanzamiento de su primer disco, Cleopatras, que incluye cuatro canciones compuestas en esa época por Jorge González, uno más del grupo multimedia. Esta es la historia de cuatro artistas y de una inquebrantable amistad.
Paula 1190. Sábado 2 de enero de 2016.
"¡No me gustan mis propias poses, las odio!", dice Jacqueline Fresard y se acomoda la pollera negra de tul que se abre por delante de sus largas piernas.
En un rincón del living de su casa, Cecilia Aguayo pide que cambien la música y programa un set de canciones de The Human League.
Tahía Gómez, con su pelo de leona, espera en silencio a que empiece la sesión de fotos.
"Ya son casi 28 años que hicimos las últimas fotos, las cuatro juntas", –dice Patricia Rivadeneira.
Fue en 1988 que Patricia Rivadeneira, Jacqueline Fresard, Cecilia Aguayo y Tahía Gómez posaron por última vez juntas. Ninguna superaba los 25 años y, como las Cleopatras, el mítico colectivo multimedia de performance, enfrentaban la cámara de Jorge Aceituno, principal retratista del cuarteto durante su fugaz existencia hasta 1991.
Hoy, antepenúltimo domingo de 2015, para las imágenes de estas páginas, se reúnen nuevamente ante el ojo de Aceituno, ya no un desconocido egresado de Fotografía, sino un artista aplaudido. Ellas tampoco son las jóvenes de clase alta y familia conservadora y de derecha que en el underground santiaguino del Chile de Pinochet buscaban un espacio para desarrollar una identidad e intereses artísticos. Las cuatro son dueñas de un poderoso atractivo, nutrido por una contundente historia de vida marcada por la maternidad, el amor y el desamor, y sus carreras profesionales. Las Cleopatras, punto de partida de esas trayectorias y amistad inquebrantable, inicia en estos días un nuevo capítulo.
El próximo 12 de enero lanzarán su primer disco, Cleopatras, con cinco canciones y dos audios de sus puestas en escena de mediados y fines de los 80. Un material que incluye un cover de Porque te vas, de la cantante inglesa Jeanette, interpretado por Fresard, y otras cuatro compuestas especialmente en esa época por Jorge González, entre ellas lo que podría sindicarse como la matriz de Corazones rojos, single del disco Corazones (1990), de Los Prisioneros. Allí, en vez de una voz masculina y el inmortal "hey, mujeres", se escuchan ellas y los "hey, Cleopatras", coreado por las voces dulces de esas veinteañeras. Canciones que alguna vez pretendieron ser parte de un LP, pero que jamás vieron la luz. Estaban en poder de Cecilia Aguayo hasta que hace más de un año, Rivadeneira se reunió con el artista visual Iván Navarro, creador del sello Hueso Records, quien en los 80 fue parte del acotado público que las vio actuar en el ex teatro Teletón. Aguayo, admite, era reticente a desempolvar esos casetes y VHS. "El sonido original es muy malo, cantábamos pésimo y publicando íbamos a derribar el mito", temía. Su pareja, el musico alemán Uwe Schmidt (Atom Heart), estuvo a cargo de la restauración y masterización.
Gómez, Aguayo, Rivadeneira y Fresard retratadas en 1988 por Jorge Aceituno.
CLEOPATRAS MITOLÓGICAS
Tarde o temprano terminarían juntas. Demasiado inconformismo, intereses, estética y gente en común, partiendo por Vicente Ruiz, entonces un joven estudiante de Teatro que se transformaría en realizador independiente y eje de la performance chilena. Ruiz fue el primer pololo de Jacqueline Fresard cuando ella salió del colegio y entró a Diseño Teatral en la Universidad de Chile. Después emigró a Arte en la Arcis. Terminada la relación, y como amigos, bajo su dirección protagonizó Hipólito, una relectura experimental del clásico griego, cuya figura masculina Fresard construyó inspirada en "la masculinidad dura y machista" de su nuevo amor y futuro marido: Jorge González. En ese contexto Fresard conoció a la estudiante de Medicina y bailarina Cecilia Aguayo, y a la también bailarina Tahía Gómez, reclutadas por Ruiz. "Finalmente, a la Patricia me la topo en un recital de Los Prisioneros en el teatro Cariola, al que llegó con Vicente. Eran pareja. Ella estaba con un vestido blanco y ancho, y unos zapatos de tacos muy altos que luego se sacó para andar a pata pelada, porque le dolían los pies. Nos vimos y de inmediato nos identificamos. Yo como que me enamoré de ella", recuerda Fresard.
Tahía Gómez coincide en que el "enamoramiento entre las cuatro", fue determinante en la formación del grupo y amistad. "Antes de trabajar juntas, a la Patricia la vi en la escuela de Fernando González. Estaba un año más abajo que yo. Las dos éramos líderes y nos observábamos. Teníamos cosas en común con el cuerpo, la cara, la prestancia".
Antes de conectarse a través de Ruiz, Fresard y Gómez ya se habían visto en varios casting. Las dos trabajaron como modelos de publicidad y pasarela. Es más, Gómez, figura habitual en los desfiles de Luciano Bráncoli, alentada por su pareja, el artista plástico Pablo Barrenechea (un ícono de esos años, ex novio de Jacqueline), y ya como parte de las Cleopatras, se presentó a Miss Paula, pero tuvo que retirarse debido a que al tiempo supo que estaba embarazada.
Rivadeneira tenía 19 años cuando ingresó a estudiar Teatro.
Al poco tiempo se enamoró perdidamente de Ruiz y de su propuesta artística. Tras el fin de la relación, "que terminó de una manera tremendamente dolorosa para mí", dice hoy, Ruiz se fue de Chile y estas cuatro actrices-bailarinas-cantantes-musas se quedaron huérfanas de director-maestro-referente. Ya con claros rasgos de liderazgo, Rivadeneira las invitó a formar las Cleopatras. Era 1986.
"Bonitas, power y talentosas, y distintas entre ellas" fueron las características que a Rivadeneira le interesaron de Fresard, Aguayo y Gómez. Con ellas compartía también el sentimiento de desarraigo respecto de sus familias nucleares y la certeza de que, a diferencia de sus madres, el matrimonio no era para siempre. "No creía en el amor, sino en el enamoramiento y cuando este se terminaba, se terminaba todo. Quería ser autosuficiente y en mi fantasía los hombres eran objetos sexuales, tal vez como una suerte de venganza", dice Rivadeneira. Otros temas eran el "patriarcado, el machismo y el poder". "Ser mujer en Chile era ser inferior. Donde crecí, había un montón de cosas que yo no podía hacer: desde salir sola a la calle hasta ir a fiestas. Mis compañeras de colegio estudiaban párvulos para aprender sobre niños, casarse y hacer familia. Y estaba también esta imagen del dictador". Toda esa sensibilidad se convirtió en material que poner en escena.
Un cierto vocabulario en el vestir también las unía. "A la Patricia y a mí nos gustaba vestirnos como señora, como reacción a todos los que usaban ropa de colores fuertes y se pintaban el pelo. Andábamos con polleras escocesas y aritos de perlas", cuenta Fresard.
Cecilia Aguayo venía de la Escuela de Medicina de la Chile y vio en Vicente Ruiz, y luego en las Cleopatras, un espacio de aire fresco. "Pasé del blanco y negro al color total, porque era otro ambiente, no tan politizado, más estético, más pop. Había mucha alegría, disfrute, era un mundo más hedonista, positivo y creativo".
La primera performance, Cleopatras, chicas del Nilo, nace del interés que les despierta el atractivo físico y sexual, y el poder que ejerce sobre los hombres, la legendaria reina de Egipto. Con un texto escrito por Rivadeneira, montaron escenas corales, monólogos, coreografías y la música en vivo de Archi Frugone (ex Viena). El uso de diaporamas y cámaras fue producto de que Rivadeneira ya venía dando sus primeros pasos en el cine y la TV y manejaba ese lenguaje. El arte y el vestuario estuvo a cargo de Fresard, quien con Ruiz había iniciado su labor de directora de arte. El debut, en 1987, en las oficinas de Publicine y con Jorge González sentado como parte del público, determinaría el nombre del cuarteto y su registro performático, más ligado al new wave y al pop, que a la estética conceptual dura de otros artistas del momento, como Carlos Leppe.
"La idea era que las Cleopatras fueran como un grupo de rock y los textos quedaran en el oído del público como estribillos de canciones, asunto que sucedió con, por ejemplo, 'tontito, tontito, no te das cuenta que estoy loca por ti' que, después de una de nuestras presentaciones, todas las mujeres comenzaron a repetir con el mismo tono nuestro", cuenta Tahía Gómez.
"La Patricia, con toda su pasión y poder, me obligaba: 'Tú tienes que cantar, tú tienes que bailar, esta obra la escribí para ti'", agrega Fresard. Y ahí nace un texto basado en La peonía roja, obra del escritor chino Lin Yutang, que habla de una mujer que desafía al patriarcado.
La montaron en el Wurlitzer, una sala que estaba en el subterráneo del Drugstore de Providencia.
Las obras de las Cleopatras, frente hasta 300 personas, y que se sabían por el boca a boca, eran ambiciosas y requerían de un alto nivel de producción que a la larga fue amenazando al proyecto original. A eso se sumó que Rivadeneira también quedó embarazada de su único hijo, Adriano. En total no fueron más de diez performances. No más de diez, pero con carácter de mito.
De izquierda a derecha: Patricia Rivadeneira, Jacqueline Fresard, Cecilia Aguayo y Tahía Gómez.
DEMASIADO FEMENINAS
Se sentían extranjeras en sus propias familias, en el medio artístico de moda que acarreaba la bandera del arte conceptual y frente a las posiciones feministas más radicales que hervían en los 80. Rivadeneira, madre soltera, veía cómo las puertas de las casas de tíos y primos se cerraban para ella y su hijo. "Ni a mi mamá la recibían si estaba con él, una guagua era considerada una mala influencia", recuerda. Si en el barrio alto la cosa era difícil, en algunos sectores del under recibían el apodo de "Cleocatres" y "Cleocachas", probablemente porque habían sido parejas de los mismos hombres. "Compartimos la cama de un mismo hombre y, a pesar de que en algún momento me pude haber enojado con alguna de ellas porque se metió con mi novio, el desafío nuestro era superar eso", dice Rivadeneira.
Como si fuera poco, "nos peleamos bastante con feministas y lesbianas que criticaban el uso que le dábamos al cuerpo. Nosotras, a diferencia de las posturas más radicales, no estábamos dispuestas a sacrificar lo femenino, lo sensual, lo erótico, lo amoroso. Al contrario, trabajábamos con ese material y explicitábamos que era una fuente de poder que ejercíamos en los hombres", explica Tahía Gómez.
En esa dirección, en una de sus actuaciones, Patricia y Tahía simularon ser dos mujeres que van a pedir trabajo y, para lograrlo, seducen al jefe sacándose la ropa. "Así exponíamos cómo el supuesto hombre fuerte termina como un pobre viejo degenerado", comenta Fresard.
Pero no les bastaba con su obvio atractivo físico. "Sentíamos que teníamos que perfeccionarnos, bailar y movernos mejor, entonces íbamos al gimnasio, aprendíamos a bailar flamenco, queríamos ser respetadas", dice también Jacqueline.
"Nunca nos hemos separado, aunque haya etapas en que estamos unas más lejos que otras. La Cecilia siempre decía que Don Juan hablaba de que las mujeres éramos como los cuatro vientos: la del norte, la del sur, la del este y la del oeste. Así somos las cuatro", dice Fresard sobre esta amistad.
La prensa de esos años registra escaso material sobre la obra de las Cleopatras, a pesar de que sí se mencionan, especialmente debido a que Rivadeneira ya generaba interés como actriz de televisión con su personaje en la teleserie Secretos de familia (1986, Canal 13). El escritor Óscar Contardo, quien le dedica algunas líneas en su recién reeditado La era ochentera, dice a revista Paula que "eran mujeres que se tomaban en serio el pop y el punk y que estaban conscientes de que aún entre los rebeldes, ser mujer era una desventaja". La teórica y ensayista de arte Rita Ferrer, quien vio una de sus performaces en 1988, en el Garage Matucana, también las legitima añadiendo que " como Vicente Ruiz, llegaban desde los derroteros de la danza, el teatro y la música. Eran bellas, poderosas y brillaban".
En 1991, un poco antes tal vez, ya instalada la democracia, las Cleopatras se desintegran de manera natural.
Rivadeneira se vuelca a la actuación, Gómez a la biodanza (hoy tambipen es coach empresarial), Fresard a la dirección de arte y Aguayo es convocada por Jorge González para sumarse a Los Prisioneros. Juntos, incluido Ruiz, siguen siendo el núcleo que formaron hace casi treinta años. Salvo González, todos viven en Providencia, a unas cuadras de distancia. "Nunca nos hemos separado, aunque haya etapas en que estamos unas más lejos que otras. La Cecilia siempre decía que Don Juan hablaba de que las mujeres éramos como los cuatro vientos: la del norte, la del sur, la del este y la del oeste. Así somos las cuatro", dice Fresard sobre esta amistad, y agrega que "la Patricia vivió 14 años en Italia y hoy me pregunto cómo pude estar todo ese tiempo sin llamarla todos los días para contarle mis cosas, sin tenerla de consejera".
Hoy, Fresard vive una nueva etapa de amistad con Tahía y salen a bailar salsa las dos solas. "La Tahía me dice '¿Hasta cuándo crees que podamos seguir en esta?'. Porque los hombres nos persiguen y tenemos que salir huyendo".
Hoy, las cuatro juntas, no solo vuelven a trabajar, sino a estar atentas a cómo avanza la salud de Jorge González, un Cleopatra más.
Se produce una pausa en la sesión de fotos. Por los parlantes suena Carita de gato, del ex Prisionero. Las cuatro se hunden en el sofá y a Jacqueline se le llenan los ojos de lágrimas. Se produce el único silencio.
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