“Mi hijo Felipe nació a las 24 semanas de gestación, en lo que se conoce como el límite de la vida, porque los doctores te dicen que si nace antes de eso, su vida no es viable. Llegamos justo.
Hasta los cinco meses mi embarazo había sido absolutamente normal, pero en enero de 2019 comencé con sangrados. Como nos asustamos fuimos a varios médicos para tener diversas opiniones, porque la mayoría nos decía que todo estaba bien. Evaluaron una posible infección y me dieron algunos medicamentos y reposo. Pero estando en cama, seguí sangrando y días después comencé con contracciones. Me fui de urgencia a la clínica Dávila donde me recibió un doctor experto en prematuros y me dijo que estábamos en un muy mal escenario, porque me quedaban días para cumplir las 24 semanas. Mi guagua era muy chiquitita aun y no sabíamos si lograría resistir.
Intentaron detener las contracciones y estuve así durante cinco días. El 21 de febrero, mi hija mayor estaba de cumpleaños y nos habíamos organizado para celebrarla en la pieza de la clínica. Le compramos una torta y regalos, pero en la madrugada, a las 4:00am para ser exacta, comenzaron las contracciones nuevamente. Felipe tenía 24 semanas y un día. No quedó otra opción que sacarlo. Fue todo tan rápido, que mi marido no alcanzó a llegar a la clínica, así que mi mamá entró conmigo al parto. Y desde ese momento comenzamos a vivir la experiencia Neo.
Cuando uno es mamá de un niño que nace a término, no sabes lo que hay detrás de la mampara de la Neo. Siempre lo describo como un mundo paralelo, como otra dimensión. Te tienes que lavar las manos de una manera específica, vestirte para entrar, es todo un mundo. Pero sin duda lo más desgarrador es salir todos los días de ahí y tener que dejar a tu hijo. Estuvimos así seis meses. 181 días yendo sagradamente a la clínica a ver a mi hijo. Me levantaba temprano, pasaba a dejar a mi hija mayor al colegio, después volvía a la casa a sacarme leche y luego me iba a ver a Felipe. Podía entrar de 11:00 a 12:40. Trataba de estar con él hasta el último minuto y corría al colegio a buscar a mi hija. Volvíamos juntas a la casa, preparaba algunas cosas, la iba a dejar a una guardería y regresaba en la tarde donde Felipe, de 17:30 a 19:00hrs.
Felipe tuvo una displasia broncopulmonar, por lo que estuvo intubado casi cuatro meses con infecciones, un foco de hemorragia y diversas cosas que hicieron de ese periodo el más difícil de nuestra vida. En la Neo siempre te dicen que el tiempo que puedes estar ahí es como una montaña rusa: algunas veces vas bien arriba, pero te puedes caer, avanzar dos pasos o retroceder tres, que fue lo que nos pasó.
Felipe salió de la UCI y cuando estábamos en cuidados intermedios, retrocedió. Pero de a poco comenzó a avanzar. Cada gramo que subía, era una celebración. Y esto fue con el apoyo de todos los que están ahí, que es muy especial y emocionante. Desde el primer día construí una relación con las enfermeras, enfermeros, matronas y matrones. Necesitaba conocerlos, mal que mal eran ellos los que estaban con mi hijo y así se los dije: ellos eran las mamás y papás de mi hijo cuando nosotros no estábamos.
Verlo avanzar, crecer un poco o subir de peso fue muy emocionante. Cuando llevábamos cinco meses, una doctora nos habló de la opción de hospitalización domiciliaria. Nos dijo que Felipe ya estaba preparado para dar ese paso. Hicimos todas las gestiones y nos dieron el alta. Ese día fue la primera vez que en la clínica hicieron una celebración de graduación para un niño de la Neo. Decoraron con globos, le tenían un diploma y lo vistieron con un traje de graduado. Ahí ves todo el cariño que tiene la gente de la Neo y todo lo que se vive ahí. Se esforzaron en hacer de ese día un momento especial, maravilloso. El 20 de agosto llegamos a la casa. Felipe estaba con naricera de alto flujo y sonda nasogástrica porque aun no podía comer solito. Estuvimos un año con hospitalización domiciliaria y al año lo dieron de alta.
Hoy mi hijo tiene 1 año y 9 meses y está solo con terapia de neurorehabilitación, porque todos sus procesos son más lentos, pero ya pasamos lo más duro. Y es lo que les digo siempre a las mamás, porque después de mi experiencia formé un espacio (@mini_guerreros), donde conversamos con profesionales del tema para guiar y apoyar a las mamás y papás. Yo nunca les miento, esto no ha sido fácil. Una mamá de Neo se tiene que permitir llorar, gritar y hasta culparse. También preguntar todo lo que necesite saber, por muy básico que le parezca. Es necesario vivir todas estas emociones para descargar la energía negativa, volver a respirar y apoyar a nuestros hijos que son los que tienen que dar esa pelea. Yo sé que cuesta, que quienes están ahí tienen miedo, pero deben aguantar y tener una actitud positiva porque pueden salir de ahí. Mi hijo es un ejemplo.
La preocupación con los niños prematuros es constante y quizás para siempre. Un bicho que para cualquier niño puede significar un simple resfrío, en un prematuro puede terminar en algo más grave y eso hace que se transformen en niños que requieren de mucho cuidado siempre. No se sabe qué cosas pueden ir apareciendo más adelante. Pero eso también los hace ser especiales, fuertes y resilientes. El amor que Felipe genera en todos nosotros es impagable, por eso me gusta contar su historia, porque a pesar de los momentos duros, tuvo un final feliz. El Feli es un milagro y eso hay que compartirlo”.
Javiera Hernández Bollo tiene 35 años y es periodista.