Intimidad financiera: por qué hablar de plata es tan importante como hablar de sexo

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Hace un par de meses, Carolina Molina estaba trabajando en un café. Había poca gente y se escuchaba la conversación de una de las mesas cercanas: una pareja, muy relajada, hablaba sobre qué les gusta -y qué no- cuando tenían sexo. “Lo que me llamó la atención no fue que hablaran de sexo, sino que me sorprendí al pensar que no recordaba haber escuchado hablar a una pareja de plata en un restorán. Considerando que ambos, sexo y dinero, son componentes esenciales en una relación”, dice esta psicóloga y coach, que lleva doce años dedicada a estudiar la mentalidad financiera y la relación que tienen las personas con el dinero.

“Observando mi propia experiencia, la de amigas y también de clientas y alumnas, llegué a la conclusión de que es mucho más fácil hablar de sexo que de dinero. Muchas parejas hablan de lo que les gusta en la cama, arman panoramas, compran juguetitos sexuales, pero nunca han hecho un presupuesto juntos. La mayoría sabe qué le gusta a su pareja en términos sexuales, pero no tiene idea de su nivel de deuda. Y eso no es saludable. Es fundamental trabajar además en otro tipo de intimidad: la financiera”, sostiene la especialista, quien comparte contenidos y reflexiones en su cuenta de Instagram @soycaromolina.

La intimidad con otro alude a un espacio seguro, donde podemos mostrarnos sin sentirnos enjuiciados. Y si le agregamos la palabra financiera, se trata precisamente de la posibilidad de poder abordar temas de plata sin miedo o vergüenza. Para Carolina Molina, la intimidad financiera comienza cuando ambas personas de la pareja deciden que hay un proyecto de vida en común, que ese proyecto implica dinero y que hablar de dinero no ensucia al amor. “Algo en lo que, por supuesto, no estamos educados. Porque hablar de plata está tan cultural y emocionalmente cargado, que no estamos acostumbrados a decir lo que sentimos ni pensamos. Ni tampoco a asumir que los sueños hay que financiarlos. Entonces, la intimidad financiera es lograr un espacio comunicacional amable, en el que se llegan a acuerdos y compromisos sobre cómo ganaremos la plata, cómo la administraremos, cómo la cuidaremos y cómo la haremos crecer”, añade.

¿Por qué cuesta tanto hablar de plata?

El terapeuta de parejas Assael Romanelli, columnista del sitio web Psychology Today, cuenta que el tema del dinero y el poder casi siempre está presente en las parejas que atiende, y que en casi todas hay una persona que gana más dinero que el otro, incluso si ambos trabajan a tiempo completo. “Generalmente cuanto mayor es la brecha entre los ingresos, más desequilibrada está la dinámica del poder”, escribe. Tal dinámica se manifiesta, dice, pues quien gana más espera que la pareja compense la disminución de sus ingresos invirtiendo más tiempo en la relación, la casa, la cocina o los niños. Mientras que quien gana menos, acumula un sentimiento de frustración o culpa. La relación se deteriora cuando -en vez de dialogar- ambos expresan sus frustraciones con crítica, actitud defensiva y evasivas.

Pero hablar de dinero aún no ha dejado de ser un tabú, y especialmente para las mujeres. Como explica la psicóloga Francisca Vargas, especialista en temas de liderazgo femenino y creadora de la Escuela Ayurverde (@ayurverde), esto se debe a que la sociedad aún opera con un sistema de creencias muy antiguo, que dejó fuera a las mujeres de estos temas relacionados al poder. “Estamos hablando de un sistema que viene desde la transición que se hace del feudalismo al capitalismo, en donde el trabajo comienza a ser remunerado y se empieza a utilizar el dinero como intercambio. Ahí es cuando se produce lo que algunas autoras llaman la sexualización del trabajo”, señala. Así, se entendió que el trabajo asalariado sucedía solamente fuera de la vivienda, en el ámbito público, y era la actividad de la cual estaban a cargo los hombres. “Las mujeres quedaron reducidas a no-trabajadoras, a cargo de las labores domésticas y de cuidado de la familia, que no eran reconocidas como trabajo, y por las cuales no tenían acceso al dinero ni a la vida pública, y mucho menos al poder”, añade.

Las consecuencias han sido, entre otras -dice Vargas-, que a las mujeres adultas de hoy no se nos incluyó en las discusiones económicas de nuestras familias, ni se nos enseñó de finanzas cuando fuimos niñas. “Se nos educó en un sistema en que las matemáticas eran cosa de niños, dejándonos fuera de poder adquirir herramientas que nos capacitaran para tener voz y voto sobre qué pasa con el dinero del mundo hoy. Pero es tiempo de que atravesemos la incomodidad y comencemos a educarnos financieramente y a poner sobre la mesa nuestra visión femenina sobre la economía del hogar y del mundo. Necesitamos entender que perder el miedo a conversar de lo incómodo es liberador”, reflexiona la psicóloga.

Conversar, conversar, conversar

“La intimidad financiera se construye primero trabajando las propias creencias sobre el dinero. Recién ahí conviene conversarlas con la pareja y ver cómo estos mapas personales han impactado en nuestras acciones”, puntualiza la coach Carolina Molina. Es decir, primero se habla de plata sin hablar de números, presupuesto ni gastos -continúa- sino de qué es lo que creemos y pensamos.

Francisca Vargas coincide en el punto. “La clave es no enjuiciar la conducta o creencia del otro sobre las decisiones de gasto, ingresos o ahorro. Tampoco hay que creer que todo se aclarará con solo una conversación, sino partir por hablar de las creencias que cada uno tiene, de los miedos sobre el dinero, de los sueños, etc. Y luego establecer metas en conjunto”.

Además, conviene tener en cuenta ciertas claves que explicita la terapeuta financiera estadounidense Amanda Clayman, quien señala que hay cinco elementos necesarios para la intimidad financiera: igualdad, es decir, tener la misma voz (y el mismo poder) en las decisiones financieras; inclusión, es decir, ambos deben ser participantes activos en las decisiones financieras y nadie puede optar por no participar; transparencia, es decir, la información sobre finanzas debe compartirse abiertamente; sostenibilidad, es decir, elaborar un plan financiero que ambos puedan cumplir a largo plazo; y flexibilidad, es decir, estar abierto al cambio.

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