Irina Karamanos, a un año de dejar La Moneda

Irina Karamanos

En nueve meses Irina Karamanos cumplió con su palabra: eliminó el papel institucional de la primera dama, transfiriendo las fundaciones que dependían de este rol a diferentes ministerios. A un año exacto de abandonar el palacio, comparte en exclusiva con Paula sus reflexiones sobre el poder y el reencuentro con ella misma, ahora fuera del ámbito político.




Antes de emprender su viaje a Alemania en 2009 para cursar sus estudios en Ciencias de la Educación, Irina Karamanos (34) registró el melódico canto del chincol, un pájaro común en la fauna silvestre de la ciudad. Aunque en ese momento desconocía el nombre de la especie, deseaba llevar con ella un eco de su hogar al primer mundo, permitiéndose disfrutar del canto de este animal cuando la nostalgia se hiciera presente. Con el paso de los años, el vuelo de esta ave volvería a cruzarse en su vida, esta vez durante sus últimos días en La Moneda, marcando su despedida del rol de primera dama.

Aquella mañana de diciembre, mientras Irina resolvía algunos asuntos en su despacho, un pequeño pájaro revoloteaba atrapado en el segundo piso del palacio presidencial. Al abrir su puerta, el visitante ingresó al salón, posándose por un momento en un candelabro de cristal antes de recorrer el lugar: dio dos vueltas por “Versalles”, como es conocida la oficina de la primera dama porque, según cuentan, es la más bonita de La Moneda: un gran salón decorado con cuadros, muebles tallados que tienen cientos de años, alfombras y la lámpara en la que se instaló el chincol.

Casi como una despedida, el pájaro encontró una de las ventanas abiertas y se lanzó al vuelo abandonando La Moneda. Unos días después, ya liberada de sus responsabilidades, Karamanos se tatuó al pajarito -caracterizado por su distintivo copete y pecho rojo- aunque el diseño incorporaba alas de ave fénix en lugar de las originales.

“Estoy sanando una excesiva disciplina militante que tuve que tener para llevar adelante esta misión en un año”, reconoce Karamanos. “Fue uno de desgaste, seguido por otro de recomposición, pero primero tuve que mantener una disociación muy necesaria para poder estar bien: una cosa es el rol y otra es tu ser más privado”, añade a un año exacto de haber eliminado el cargo.

ÚLTIMOS DÍAS EN LA MONEDA

¿Cómo fue tu despedida del palacio presidencial?

“Hay un lugar que para mí es muy especial dentro del palacio. Debajo del primer piso, en los lugares donde no llega la luz, se gesta todo: se lavan las camisas que se manchan con café y se devuelven pulcras para arriba, limpiadas por señoras que llevan décadas ahí y que en muchos casos nadie sabe nombrar. Hay un salón de carpintería donde se construyen todos los escenarios, atriles para los discursos y los pendones para las presentaciones. Tras cada acto o anuncio, ellos son quienes construyen todo. Lo arman y desarman rápido. Y con ese equipo en particular tuvimos una buena relación. Así que me despedí de todos ellos.

Salir fue lento. Nos tomó más de un día. Sacamos las cosas en horarios en que la prensa no estuviera pendiente, porque no queríamos fotos, se podía leer como una imagen triste, pero la verdad es que estábamos orgullosas con el equipo de haber cumplido con éxito una misión: alivianar al Estado”.

¿Te acomodaste en tu lugar de trabajo? ¿Hiciste tuya la oficina?

“No sé si podría decir que me apropié de ese espacio como mi oficina. Tuve mis rincones, por ejemplo. Había una mesa en la que teníamos reuniones. Un mueble poco importante que estaba en una esquina más oscura que todo el resto del salón. Ahí me senté muchas veces a prepararme o a aprender discursos. Me sentía cómoda. No tenía una ventana en la espalda, estaba protegida y veía todas las puertas. Creo que eso necesitaba en ese minuto: sentirme protegida. Es un momento de muchísima exposición”.

¿Y qué se siente dejar La Moneda?

“Se genera un apego extraño que, al soltar, también suelta muchos procesos comprimidos. Así me sentía yo: comprimida. Salir de la oficina fue fuerte. Lloré. No lloraba de pena por irme, sino de lo mucho que había significado estar ahí. Le di un cierre. Es eléctrico el salón. El poder es como una esfera magnética y uno se electrifica con eso, pero no porque te encante, sino porque te afecta. Al menos en mi experiencia, que iba contra la corriente a cambiar un rol, quizás para otros resulta más cómodo”.

¿Y cuál es la reflexión macro que haces a un año de haber dejado de ser la primera dama?

“Que han pasado diez años (se ríe). Sobre el cargo, creo que fue una misión acotada, lograda y muy puntual, y al cerrarlo la pregunta se movió hacia cómo retomar mi trayectoria profesional, la autonomía material, reorganizar la vida de pareja en su momento con Gabriel y más tarde la separación.

Creo que al vivir una experiencia tan intensa como esta, más que preguntas, deja muchas respuestas, y quedan claras varias cosas sobre el futuro: piensas en qué es lo que más importa, a qué le vas a dar más sentido. Hoy quiero aprovechar cada vez más el tiempo. El poder es la posibilidad y capacidad de hacer algo, es facultativo. Moldear la realidad es una responsabilidad que genera mucha tensión y mucho respeto, a mí me preocupaba a diario el cambio que podría estar haciendo desde mi lugar. Era una sensación permanente de búsqueda de la mejor versión de las cosas. Mi equipo estaba cansado de que preguntara ‘¿cuál es la mejor versión de esto?’ Me sentía responsable del cambio que estaba proponiendo”.

¿Qué te parece el posteo del presidente Boric sobre el término de tu relación? Nunca habíamos tenido un Presidente usando Instagram para hablar de amor.

“El posteo es un acto de honestidad, porque podría haber sido un comunicado, pero esto es más valioso y honesto. Al haber tenido una relación pública era mejor para ambos transparentar nuestra situación. Es hacerse cargo de la propia narrativa para evitar especulaciones. Y, por otro lado, se necesita una explicación para cosas profundas, y para otras más cotidianas: que se entienda por qué no acompaño a Gabriel a eventos, hasta que me dejen de preguntar por él en la calle. Nos separamos y explicamos la razón y listo, aclarando las libertades de ambos, sin dejar subtextos. La crítica va más hacia la extensión emocional y la transparencia afectiva, en ese sentido yo fui un poco más pragmática quizás”.

DESPIDIENDO A LA PRIMERA DAMA

Irina Karamanos

Karamanos ya no es una autoridad. Sin embargo, en este año fuera del palacio de gobierno, sigue siendo reconocida en la calle. La gente la mira, la saluda, quiere una foto con ella, mientras Irina está intentando instalarse otra vez como una persona común y corriente. Dejó la casa en Yungay y los horarios de presidencia, y en lugar de eso, en el ámbito profesional, se ha dedicado a ser analista de investigación en temas de educación y migración, armó la base del Observatorio de Política Feminista y ha hecho talleres de formación para mujeres de su partido, además de protagonizar una Charla Ted en inglés titulada “Es hora de repensar el cargo de primera dama”

Al interior de su hogar, dice que se dedica a sus plantas, cocina más, leyó los libros que tenía pendientes y está trabajando en el proyecto de una cafetería propia.

Se criticó mucho tu silencio durante ese año.

“Sobre mi labor yo preferí no decir mucho, porque quería primero trabajar y después mostrar en lo que había estado trabajando. Yo no quise promocionarme a mí misma y eso genera mucha desconfianza. No se lee como un acto de humildad, ni mucho menos austero, sino soberbio. Yo iba a algo muy puntual: entrar y salir, entonces, ¿por qué iba a hablar? Pero si no explicas el proceso permanentemente, no se entiende. Yo creo que ese fue un error. Yo asumí que sería menos engreído ocupar tanto tiempo en mi imagen comunicacional, como ir a la televisión, que lo hacen la mayoría de los políticos, porque sentí que habría perdido mucho tiempo si me hubiera dedicado a eso en lugar de trabajar en el cambio”.

¿Y cuál crees que fue la narrativa que se instaló sobre ti?

“Inmediatamente se asociaba a una chica privilegiada, desorientada, caprichosa y sin voz -porque no dije nada y nadie explicaba lo que estaba haciendo- y cuando hablaba, además, criticaba el lugar en el que estaba. En la realidad, y lo que no se vio, es que junto a mi equipo trabajamos arduamente en la oficina, y luego, adicionalmente, en las minucias de las fundaciones que anclaban a la primera dama a una estructura estatal con fondos y recursos destinados a las familias de Chile. Estábamos tratando de arreglar unas cañerías que nadie quería oler. Y nadie quería entender adentro lo que yo estaba haciendo, no se sabía cómo iba a salir, si iba funcionar o no. Cuando algo sale bien, todos se suman, pero no mientras estás cambiando la cañería que huele mal…”

¿Qué expectativas se tenían sobre la primera dama?

“Hay una expectativa que viene desde los medios, donde lo que más les gustaría ver de ti tiene que ver con tu vida personal, porque eso los lleva a conocer al Presidente. Se empiezan a hacer interesantes los detalles porque te conviertes en la mejor vocera de describir los elementos personales del mandatario: cuánto lo ayudas, qué es lo que haces, cómo lo cuidas; hay una sed de perfilar esta parte personal donde se espera que esta mujer no haga mucho más que ‘cuéntanos cómo tú sostienes a este hombre importante’”.

¿Por qué el hombre necesita ser sostenido? No recuerdo que a Michelle Bachelet se le exigiera un marido contenedor.

“En política es muy difícil tener líderes como los imaginamos. Esos con voz de mando, con las cosas excesivamente claras, que no tiritan, con asertividad. Y justamente esta figura imaginaria no alcanza a sostener todo el resto de otras cosas blandas que hay que hacer, entonces alguien tiene que cumplirlo. Ahí se divide el rol sexual del liderazgo político: el presidente y su mujer. Yo quise demostrar otra manera de aparecer, donde no se viera a la mujer decorativa, cauta, insípida y con ninguna innovación, porque lo que se espera es que cuide al Presidente y a Chile, sobre todo a los sujetos de cuidado: niñas y niños, personas mayores. Si hablas por fuera de esas líneas, comienza a ser ruidoso. Hay una expectativa de complemento muy machista, donde la mujer espera con la comida a este hombre cansado, y por supuesto que un presidente está cansado, pero cuidarlo significa muchas cosas.

No se entiende tanto qué hace la primera dama, pero lo que sí se entiende es que dejó de hacer todo lo que hacía antes. Se desvanece. Y eso me llamaba mucho la atención: entrar al palacio sin la cédula de identidad, por ejemplo, entraba a mi casa sin una llave, podías ser como un fantasma y eso me parece aún más cuestionable, que se gaste recursos en un cargo como ese, donde yo podría no haber hecho nada y habría pasado desapercibida”.

¿Cuál es el imaginario que permanece sobre la primera dama?

“A pesar de los avances generacionales, hay poco movimiento. La primera dama no te puede dar la idea de que tiene un cuerpo sexual. El arquetipo es muy maternal y ahí ya no importa la verdad, porque en política muchas veces pesa más la narrativa, lo performático y la imagen. El presidente debe seducir a todo Chile, mientras la primera dama debe maternar. Y más allá de un hijo físico, tiene que verse como una persona que al menos está lista para tener uno.

Me llamó la atención también que había toda una fijación sobre los genitales y las orientaciones sexuales, donde se usaban como insultos para agredir de manera violenta, despectiva y discriminatoria. Creo que ese arco entre ‘no están casados, son jóvenes y no tienen hijos’, daba pie a campañas subterráneas. Al final no es tan complejo, la norma trata de mantenerse, y estar casados y tener hijos es lo que demostraría compromiso, abundancia y abrazo. A pesar de todos los cambios culturales, lo que me pedían todo el tiempo es que lo cuidara más, ese es el mandato”.

Cuando se le pregunta a Irina si será recordada como la mujer que puso fin a la institución de la primera dama, ella dice que no. Pero hace una pausa para pensar. Esa fue su labor y lo hizo en nueve meses, sin embargo, decirlo en voz alta suena gigante y ahí la institución pesa. “O por lo menos no me lo imagino así (...) Es muy categórico. Y aunque eso fue lo que hice, no me atrevo a escribir historia en el presente”. En 200 años de república, Karamanos podría ser la primera mujer en contar que entró al Estado para, desde allí, transformar un papel tradicional que no estaba actualizado a los tiempos. “Yo lo pensé harto. Si bien este cargo no está escrito en ninguna parte, y por lo mismo no está normado, sí tiene unas reglas tácitas sobre la tradición. Es una mujer que se hace conocida por ser propiedad corporal, afectiva y sexual de alguien. De pronto te transformas en la mujer más intocable. La que menos debe seducir. La que debe cumplir con cierta convencionalidad y eso, en estos tiempos, es una expectativa inaudible”.

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