Paula 1202. Sábado 18 de junio de 2016.

A los 56, Iván Petrowitsch vive un nuevo comienzo. Emblemático fotógrafo de moda y autor de cientos de campañas publicitarias, en los próximos días, y por primera vez en 25 años de carrera, exhibirá su trabajo más íntimo, ese no hecho por encargo, sino empujado por sus históricas obsesiones: el cuerpo y el retrato femenino, las situaciones espontáneas protagonizadas por mujeres en paisajes naturales y urbanos.

Desnudo es el nombre de la muestra que podrá verse hasta el 26 de julio en Ekho Gallery (especializada en fotografía), compuesta por 15 fotos en diversos formatos, todas análogas y en blanco y negro. Una selección que comprende los inicios de Petrowitsch desde 1985, cuando partió a formarse a Europa, hasta 1995 cuando regresó a Chile.

¿Por qué demoraste tantos años en mostrar tu trabajo personal?

Nunca antes había tenido las ganas, a pesar del placer que me provoca hacer mis fotos. Por un lado soy muy autocrítico y, por otro, muy cuidadoso con lo que considero íntimo, que quiero, cuido y respeto. Diría que soy hasta maniático en el cuidado de mi intimidad, que incluye a mis amores, a mis hijos, mis objetos personales que son pocos, pero que aprecio por su diseño y belleza, y ahí también está mi fotografía. En un ejercicio nostálgico por lo que habían sido mis años en Europa, donde aprendí a mirar, donde me volqué por entero a la fotografía y me desarrollé como fotógrafo de moda y retratista, mandé a hacer unas copias a la galería que causaron curiosidad en el laboratorista, el director artístico, y la gente que pasaba y las veía. Y así partió. Esta exposición, entonces, la siento como una vuelta a mis inicios.

Es decir, haces una completa separación entre tu trabajo de fotografía publicitaria y tu trabajo autoral.

Absolutamente. En algún momento de mi vida salía a la calle en Santiago y podía contar la cantidad de campañas publicitarias que había hecho. A través de mi trabajo comercial me he expuesto, pero ese trabajo no cuenta con mi cariño. Es una herramienta, una forma de ganarme la vida.

Sin título, fotografía de 1992, hecha en la playa Salinas de Pullally, cerca de Papudo. "Me gusta hacer fotos en la playa, un paisaje amplio y simple, y luz natural. Esta imagen, con referencias de la escuela clásica, resume mi interés por las formas del cuerpo, los volúmenes y las sombras. La cara no es parte de la toma", detalla Petrowitsch.

Iván Petrowitsch Noseda (apellido letón, por parte de padre, e italiano por parte de madre) se encontró precozmente con la fotografía. Niño tímido, introvertido, de pocos amigos y observador –características que perseveran hasta hoy– a los 11 o 12 años su padre marino le regaló su primera cámara. Con ella, en un viaje en barco por los canales de Punta Arenas, hizo sus primeras fotos, a la vez que descubrió un refugio y una forma de saciar su curiosidad visual. Ya a los veintitantos, con una clásica Leica, y después de estudiar en FotoArte, partió a Europa. Tras meses de periplo se estableció en Milán, por entonces la cuna de la moda, los años del "Made in Italy". Allá, en plena efervescencia fashion, y compartiendo techo con aspirantes a diseñadores, modelos, maquilladores y fotógrafos, se integró a una agencia para retratar nuevos talentos del modelaje, lo que en el rubro se conoce como new faces, para luego expandirse realizando editoriales para L'Uomo y Harper's Bazaar, entre otras.

Angelika, artista plástica alemana y amiga del fotógrafo, retratada en una pieza en Madrid en 1989. "Eran años en que todos fumábamos y el cigarro, en términos fotográficos, aporta un motivo gráfico, como una extensión de la mano que se complementa con el rostro".

En 1991, motivado por la nostalgia, regresó a Chile, cuando en país vivía un refresh en el campo editorial, marcado por el nacimiento de revista Caras. Con todo lo aprendido, Petrowitsch –y su imponente metro 84, cierto aire al actor Viggo Mortensen y carácter fuerte– comenzó a liderar editoriales de moda, catálogos de retail y campañas publicitarias, a la vez que, tras su separación, criaba a sus tres hijos: Félix, de 25, cientista político y músico electrónico radicado en Estocolmo; Anton, de 20, rugbista de la selección; y Elna, de 17, colegiala y modelo de la agencia Elite.

Todas las fotografías de esta exposición, así como las de tu trabajo personal, son en blanco y negro. ¿Por qué?

Los fotógrafos se dividen en los que son fetichistas con la cámara y prefieren ciertas marcas, y a los que les da igual, como a mí. No me interesa la eficiencia extraordinaria, sino la imagen, que es el valor final. Lo mismo ocurre con el color. Esas grandes características de la fotografía predigital, perteneciente a la alquimia de los laboratorios fotográficos, que hoy se está retomando.

Hoy, con el teléfono, todos somos fotógrafos. ¿Qué te pasa con eso?

No soporto las selfies, que me parecen de un acto vanidad espantosa. El resto es divertido, porque es como ver a niños jugando. Pero, como no tengo apego a la cámara, tampoco tengo problemas con la fotografía digital. De hecho, hice un viaje a la India y la mitad de las imágenes tremendas que tengo, y con las que voy a armar otra exposición, las hice con un iPhone. El teléfono te entrega otras posibilidades. Más chico y común que una cámara, no intimida, y facilita el camino de la comunicación que requiere un retrato espontáneo hecho en cualquier parte.

Te has pasado buena parte de tu carrera fotografiando a mujeres extraordinariamente bellas. Desde nuevos talentos en Europa, a modelos chilenas y figuras como Claudia Schiffer, Cindy Crawford y Penélope Cruz. ¿Esa belleza es la que te impulsa a fotografiar mujeres?

La Penélope Cruz no es bella, pero sale bella en todas las fotos. Fotografiar a Schiffer y a Crawford fueron buenas experiencias. Pero a mí no me interesa esa belleza que se consume de manera rápida, como un dulce. Lo que me motiva es la emocionalidad que veo en una mujer, sus formas, las líneas, sus ojos y manera de mirar. No basta con una cara bonita para que sea interesante. El atractivo que hace potente una fotografía que, además, debe resistir el paso del tiempo, lo encuentras en cualquier mujer. Una mujer joven o vieja; gorda o flaca.

Cuando retratas a una mujer, ¿qué es lo primero que miras?

Todo y eso, entiendo, es intimidante y transgrede el espacio de quien es retratado, porque como fotógrafo intentas llegar al alma de esa persona. Me enfrento como un sicólogo a quien tengo al frente. La fotografía te desnuda el alma. Mi exposición de llama Desnudo por eso, pero también porque yo haré el ejercicio de desnudarme.

"Esta es una foto espontánea que hice mientras caminaba por las calles de Avignon, en 1985. Tiene algo de intrigante y de apocalíptica. Es clásica y moderna. Se nota mi interés por la fotografía de los años 30, 40 y 50".

* Ekho Gallery está en Merced 349, loc 12, Barrio Bellas Artes.