Javiera Vásquez: "Dejé de vivir en función de los otros y me permití ser yo misma"
Hace dos años, Javiera aprendió a decir que no. Decidió que ya había vivido suficiente tiempo evadiendo sus emociones, sintiendo a través de los demás y que había llegado a un punto de no retorno, donde ya no podía seguir siendo lo que no era: un hombre. Y ahora, a sus 33 años, y por primera vez, cuando se mira en el espejo ve el reflejo de lo que siempre soñó ser.
"Viví como hombre hasta el año pasado. Siempre lo explico de esta forma: supe que era diferente desde que tenía cinco años, en esa edad en la que te empiezas a formar una consciencia de ti misma. No sabía que había un nombre para lo que sentía y las veces que traté de entenderlo, me frené en seco, porque pensaba que, si esta era mi realidad, entonces iba a terminar muerta a los 20 años debajo de un puente.
Las tasas de suicidio de las personas trans son muy altas, quienes sobreviven lo hacen porque aprendemos a disociarnos de la realidad. Yo tengo esa capacidad muy bien desarrollada, casi al punto de obviar todo lo que pasó durante mi infancia. Me cambiaron de colegio muchas veces, porque me hacían bullying, pero como era una persona inteligente, al final aprendí a analizar los patrones de comportamiento de los hombres y a mimetizarme con ellos, lo que funcionó por muchos años. Aprendí a hacer cosas prácticas; cómo saludarlos, qué cosas decir y cómo actuar para no generar dudas. Es simple. O juegas a la pelota o no juegas a la pelota. Esta capacidad para entender los códigos e interpretar patrones la tengo respecto a la gente y los computadores. No estudié computación, pero terminé en eso porque el profesor de unos amigos que estudiaban ingeniería se dio cuenta que yo los ayudaba en las tareas y me ofreció trabajo en su empresa. Hay personas a las que los computadores les hablan, y yo soy una de ellas.
Fue exactamente hace dos años que conocí el concepto trans. Para mí sólo existían los travestis, asociado a la precariedad. Muchas veces supe la razón por la que las cosas no calzaban, pero algo en mí decía que no era viable concretarlo. Mi cerebro me protegió durante todo este tiempo, porque en el fondo sabía que, si me ponía a investigar y encontraba la respuesta, no había vuelta atrás. Y así fue.
El punto de inflexión fue una serie sobre una persona mayor que hace la transición. En esa época vivía con mi polola, con la que llevaba 7 años. Y algo me hizo click. No dormí durante tres noches y a la cuarta, desperté a mi polola a las 4 de la mañana y le dije: "Creo que soy mujer". No podía mentirle a la única persona que me importaba en la vida, a la persona que era mi familia. O le decía o me tiraba al metro. Era una situación binaria. Ahí me derrumbé. Siempre he sido muy trabajólica, organizada, nunca había estado con licencia ni tres días. Desaparecí un mes de la pega. Mi pareja me ayudó a buscar una psiquiatra, porque en ese momento yo era inútil. Me acompañó en ese primer proceso, tuvimos unas últimas vacaciones y se fue el día que empecé el tratamiento hormonal. Lo que más me angustiaba era sentir que le estaba destruyendo la vida a ella. Mi vida pasó a segundo plano, porque esa era la dinámica: vivir para el resto de la gente. Dado que nunca fui feliz conmigo misma, me dediqué a hacer feliz al resto. Si ella estaba triste, entonces yo también. Vivía a través de sus emociones.
No me sentí valiente cuando le conté, lo hice porque sentí que era el último recurso. Eso o nada. ¿Cómo puedes volver a vivir después de que explota la burbuja que te contiene? Soy una persona muy resiliente y por eso aguanté durante tanto tiempo.
Mi vida era súper buena en general: ganaba bien, trabajaba en lo que me gusta. Era fácil. Sobrevivía. La sociedad te manipula para que te comportes de una forma, pero yo dije 'no'. Ahora estoy aprendiendo a vivir diciendo que no, cosa que nunca había hecho. Ya no estoy en modo sobrevivencia. Dejé de vivir en función de los otros y me permití ser yo misma. Para mí, eso es amor propio, aprender a decir: 'No quiero vivir como la sociedad me pide, quiero ser yo'.
Nadie nunca se lo imaginó. En ese momento trabajaba de desarrollador web en Cornershop. Lo hablé con los dueños, pero nadie sabía mucho qué hacer. Tomé la batuta, porque si bien nunca he sido una persona sociable ni activista, entiendo que estoy en una situación donde puedo demostrarle a la gente que la realidad que se les enseñó –y que es la misma que se me enseñó a mí- no es la única. Mostrarles a mis compañeros que no es el fin del mundo si sus hijos son trans, que siguen siendo la misma persona, que pueden seguir trabajando con gente a cargo en una empresa. Porque la sociedad te deja ser trans, siempre y cuando estés dentro de los parámetros en los que nos han estigmatizado.
Una vez un amigo, estando ebrio, me dijo que no le molestaba que yo fuese trans porque pasaba piola, pero que en su pega había una chica a la que siempre se le iba a notar que era hombre. Fue tan violento lo que me dijo, que no supe cómo responder. En el fondo, me acepta sólo porque parezco mujer, porque estoy dentro de los estándares. ¿Y qué pasa con las trans que tienen barba, pero no tienen plata para hacerse la depilación láser? Yo pude hacer todo eso porque tenía los recursos, pero me da mucha impotencia pensar que, como en todo, tu nivel socioeconómico sigue siendo una limitante.
Hace poco me cambié de trabajo para poder estar rodeada de personas que nunca conocieron a Javier, porque es muy distinto el trato de la gente que me conoció antes versus quienes siempre me han conocido como Javiera. Quiero vivir mi vida lo más normal posible, y por eso he intentado que ser trans no sea un tema que me defina. Soy de la idea de que no hay que empujar a la gente a aceptar algo, porque finalmente todos nos formamos dentro de esta misma sociedad. Creo que la labor de cambio debe ser desde el amor, y no desde la radicalidad.
Me gustaría que en mi casa el ambiente y la comunicación hubiesen sido desde el amor. Habría sabido lo que me pasaba mucho antes. Pero, como en la mayoría de las familias chilenas de clase media, la lógica era muy conservadora y no había espacio ni para conversar estos temas. Hay una historia que mis papás siempre contaban, en que mi hermana grande tenía una muñeca nadadora y la usaba en la tina. Un día yo me metí a la tina y rompí la muñeca porque quería desarmarla para ver cómo funcionaba. Pero la realidad es que yo sólo quería jugar con la muñeca. Es un cambio muy sutil en cómo interpretamos la realidad, lo que podría significar mucho para un niño trans.
Lo más difícil ha sido empezar a mostrar emociones, porque antes era una persona totalmente disociada de mi propio sentir, muy calculadora y funcional. Perdí muchos años de mi vida en donde estuve bloqueada, y sería absurdo querer recuperarlos, pero hago un trabajo constante de amor propio en que me escucho y me permito conectarme con mi sentir. ¿Cómo puede una persona que vivió una mentira durante 30 años, de un día para otro, aceptar toda esa verdad? Mi transición terminó físicamente, pero yo recién estoy empezando a ser la persona que quiero ser y ese proceso va a durar muchos años. Nadie está preparado para eso.
Mi psicóloga me preguntó una vez, antes de la transición, qué veía cuando me miraba al espejo, y yo no entendí su pregunta. "¿Las personas se miran al espejo?", pensé. Yo entraba al baño, hacía lo que tenía que hacer y me iba. Rechazaba mi imagen. Ahora soy feliz cuando me veo. Me saco selfies, me miro. Es muy básico, pero eso es: querer a la imagen que tienes al frente. Y más allá de eso, me reconozco cuando me veo. Por supuesto que no todos los días son buenos, pero ahora entiendo que puedo hacer lo que quiera. Antes, aunque tuviera días buenos, siempre eran debajo de una máscara, de una mentira de la que ni yo era consciente. Creo que la transición fue la parte más fácil, y lo difícil viene ahora. Porque soy yo la responsable de elegir qué quiero hacer con todas estas nuevas posibilidades, que por primera vez son mías."
Javiera Vásquez tiene 33 años y es desarrolladora web.
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