Paula 1128. Sábado 17 de agosto 2013.
Pocas personas logran vivir hasta los 100 años: Louis Bourgeois casi lo consigue. Murió en 2010, a punto de cumplir 99. Longevidad necesaria para alcanzar a disfrutar del reconocimiento que le llegó tardíamente, pasados los 70. Con una vitalidad y una curiosidad siempre infantil, esta artista francesa se mantuvo hasta el final de su vida produciendo una obra audaz y experimental, alimentada de su mundo síquico y sus quiebres emocionales.
Cuando el Museo de Arte Moderno de Nueva York hizo la primera gran retrospectiva de la obra de una artista mujer, en 1982, La elegida fue Louise Bourgeois, una mujer que pasó a la historia como una artista inclasificable, cuya obra atraviesa épocas y se mantiene siempre actual, arriesgada y potente. "En realidad, nunca he dejado de ser una niña incapaz de entender el mundo", escribió en su diario de anciana, cuando el mundo artístico ya le había dado el reconocimiento a su arte excéntrico, que antes solo había sido apreciado por galerías experimentales y por su círculo de amistades compuesto por figuras de la talla de Duchamp, Giacometti, Le Corbusier y Miró.
La araña más valiosa de la historia
Nacida en París en 1911 y muerta en Nueva York en 2010, Louise Bourgeois creció en una familia que tenía una fábrica y galería de tapices para muebles finos. Aunque se crió en un ambiente privilegiado, su infancia fue traumática. En sus escritos, cuenta que el padre la denigraba por ser mujer, enrostrándole que siempre había querido tener un hijo hombre."Me sentía culpable, sentía que tenía que pedirle perdón por ser mujer", escribió. A los 21 años, cuando su padre formalizó la relación de amante que tenía con la niñera de la casa tras la muerte de su madre, Louise cayó en una profunda depresión. Entonces ya había sacado un pregrado en Filosofía y estudiaba Matemáticas en la Sorbonne, pero suspendió sus estudios, porque sintió la necesidad de procesar su experiencia a través del arte. Durante los años siguientes aprendió de distintos artistas en talleres de Montparnasse y Montmartre. A los 27 años, en París, conoció a su marido, un crítico de arte norteamericano, con quien se trasladó a vivir a Nueva York.
A pesar de que tuvo una vida bastante convencional –fue dueña de casa, madre de 3 hijos y 35 años de matrimonio–, se atrevió a cuestionar su propia vida, su mundo doméstico, su relación de pareja y su maternidad a través de una obra artística que resultaba inquietante y hasta repulsiva para los cánones de la época: figuras femeninas sostenidas por frágiles miembros, esculturas que simulan órganos vitales rotos, aguafuertes con textos que denuncian la desilusión amorosa, perturbadores objetos de género cosidos a mano que aluden a guaguas y a órganos sexuales. Son todas obras que realizó en su taller privado, mientras criaba a sus hijos, cuando ya entonces estaba involucrada en el sicoanálisis y entendía su trabajo como una forma de procesar sus traumas de infancia anidados en el inconsciente: "Lo que me interesa es la capacidad de dominar el miedo, ocultarlo, huir de él, enfrentarlo, exorcizarlo, avergonzarse de él y, finalmente, tener miedo a tener miedo. Ese es el tema. No soy una experta, pero sé lo que es el miedo, sé lo que el miedo nos puede llevar a hacer. En mi arte me burlo del inconsciente. Hubo miedos terribles que no pude enfrentar. Todavía los tengo. Y me avergüenzo de mi temor", escribió en su diario.
Hasta su muerte en 2010, a punto de cumplir 99, louise bourgeois se mantuvo en una búsqueda incesante. Hizo dibujo, pintura, escultura, instalaciones; experimentó con madera, mármol, género, metal, vidrio; y no le hizo el quite a ningún tema, enfrentando los traumas de su propia infancia, los conflictos femeninos, el sexo, el miedo, el amor, los celos y la culpa.
Tras la retrospectiva que hizo el MoMA con su trabajo, se sucedieron exhibiciones y homenajes a su obra en importantes museos de Europa y, a los 82 años, la Bourgeois aparecía en los diarios como una especie de monumento al arte femenino: a esa edad representó a Estados Unidos en el Pabellón Americano de la Bienal de Venecia y dos años más tarde expuso en la Bienal de São Paulo. Una de sus intervenciones más impactantes la realizó el año 2000, a los 88 años, cuando una de sus gigantescas y apabullantes arañas inauguró la sala Turbine Hall, del museo Tate Modern de Londres. Esas arañas, por las que Bourgeois se hizo mundialmente conocida, se han expuesto en las calles de muchas capitales. Famosa es la que está frente al Museo Guggenheim de Bilbao y, más cerca de Chile, la que se encuentra en Buenos Aires, frente al edificio de la Fundación Proa. Un año después de su muerte, cuando se celebraba un siglo de su nacimiento, una de esas arañas se vendió en 11 millones de dólares. Con ese golpe maestro, Louise Bourgeois apuntó su último tiro: es el precio más alto que se ha pagado en la historia por la obra de una mujer.
Arch of hysteria (1993). Pieza colgante de bronce. Fotografía: Allan Finkelman
"No soy una experta, pero sé lo que es el miedo, sé lo que el miedo nos puede llevar a hacer. En mi arte me burlo del inconsciente. Hubo miedos terribles que no pude enfrentar. Todavía los tengo. Y me avergüenzo de mi temor", escribió Bourgeois en su diario de anciana cuando su arte perturbador, antes de ser considerado excéntrico, fue reconocido y respetado en el mundo entero. E
Nature study (1984-2002). Goma azul en base de acero inoxidable. Fotografía: Christopher Burke.