Cuando era una niña, para mí "el centro" era el centro de San Bernardo, no el centro de Santiago. Al crecer en El Bosque, en el paradero 39 de la Gran Avenida, fui una niña muy periférica, casi como una pueblerina. Iba a tomar la micro con mis papás y del paradero 39 hasta el 25 todavía era camino de tierra. Las micros levantaban una nube de polvo.
Cuando yo nací, mis papás ya vivían en esa casa. Primero dormía con ellos, en su pieza, porque era una guagua, y después, justo cuando entré a la etapa de necesitar una cama sola, mi hermana mayor se emancipó y me quedé con su pieza. En esta casa ocurrieron todos mis primeros recuerdos: cuando me encaramé al horno y la tapa me empujó hacia adentro, o cuando me di cuenta de que había crecido porque quise pasar por debajo de la mesa del comedor sin agacharme, como siempre, y me pegué. Y cuando probé los pellets, o cuando comí caca de perro y mi mamá me metió una barra de jabón a la boca. Viví álgidas experiencias ahí.
Mi barrio eran muchos pasajes juntos, todos cerrados con una reja. Por estas rejas la gente de alrededor nos llamaba "los cuicos", pero lo que había tras ellas eran unas casas humildes. La casa en la que yo vivía era una casita de un piso, de cemento, pareada por un lado, con techo de dos aguas. Ese techo me encantaba, siempre pensé que era mágico porque tenía un orificio por el que uno se metía y se podían guardar cosas dentro. Era mi sueño subir, el entretecho era para mí un lugar de fantasía al que nunca llegué. Los cercos de las casas eran de madera, aunque con el tiempo todas fueron teniendo distintos portones porque la gente fue enchulando sus propiedades. Algunos se quedaron con la reja de madera, otros la cambiaron. Cuando yo tenía siete años mis papás pusieron una reja de fierro y también se amplió una parte de la casa, hacia delante, para que mi papá, que era diseñador de ropa, tuviera un taller para trabajar. Ahí trabajaba con varias señoras, cortando y cosiendo ropa que luego entregaban a boutiques.
Mi papá se había colgado al tv cable y, cuando lográbamos agarrar la señal, veía el [canal] Etcétera todo el día: Kinnikuman, Sailor Moon, Aralé, Dragon Ball, Sakura que empezó después… Dragon Ball era mi serie favorita. También veía mucho el Discovery Channel con mi papá, y eso influenció otros pasatiempos: afuera del taller había un hoyo tapado con una gran roca de cemento, creo que era uno de esos espacios donde está la cosa para dar o cortar el agua, y mi gran placer era agarrar la roca, que pesaba ocho mil kilos para mí, y quedarme mirando los miles de bichos que convivían en ese hoyo: babosas, chanchitos de tierra, caracoles, gusanos, arañas de poto blanco, de patas rojas… un mundo. Me quedaba horas mirando los bichitos. Mi otro pasatiempo era partir piedras buscando oro. Me metía en cuclillas en el taller de mi papá y le sacaba el martillo, y después con eso le pegaba a las piedras. Nunca me martillé un dedo, increíble. Y nunca encontré oro, pero me gustaba partir esas piedras porque tenían muchos minerales que brillaban dentro.
También recuerdo de esa casa que vi a mi abuelo muerto. Se había muerto como dos semanas antes y yo iba a cumplir cinco años, era muy chica. Recuerdo que estaba en la cocina con mi mamá y de repente sentí la necesidad de ir a la pieza de mis papás, así que salí corriendo para allá. Lo primero que hice fue agarrarme de la reja de la ventana que daba al patio traseo, y de repente veo que flotan unos cubitos de colores que comienzan a formar la imagen de mi abuelo, pero solo hasta sus hombros, como un busto. Se armó muy rápido, cubito por cubito; amarillo, rojo y azul. Me acuerdo que estaba terneado y tenía una rosa roja en la solapa. Luego desapareció así mismo como había aparecido: flotó en el aire unos segundos, alcancé a distinguir la imagen, y luego los cubitos se fueron desgranando hacia arriba. Fue muy bacán, era muy chica y no había alcanzado a conocer a mi abuelo. Esa imagen hizo que mi abuelo se quedara en mi memoria, que se fijaran mejor los momentos que pasé con él, y es lindo porque cuando uno tiene cuatro años se le olvida la gente igual. Y es el único abuelo que conocí, entonces fue muy bacán haber tenido esa experiencia paranormal.
Cuando yo tenía nueve años mi papá vendió la casita que teníamos porque estaba endeudado y, además, años antes le había dado un preinfarto, así que le hacía mal estar en Santiago. Dijo que necesitaba brisa marina, y nos fuimos a vivir a San Antonio.
Fanny Leona tiene 26 años y es vocalista de Playa Gótica