Cuando se casaron y empezaron a buscar una casa, lo único que querían mi mamá y mi papá era poder ir caminando a todas partes. Compraron un terreno en un barrio residencial típico de Concepción, lejos del centro, pero se arrepintieron. Pensaron que iban a depender mucho del auto para moverse, y no querían eso, así que buscaron departamentos en el centro de la ciudad. Cuando estaban a punto de comprar uno, vieron que justo frente a ese edificio nuevo había una casa antigua que se vendía.
La casa está a dos cuadras de la plaza Perú, muy cerca de la Universidad de Concepción, y fue construida en 1935 por unos ingleses, súper mega reforzada para que resistiera los terremotos. Tiene unas paredes enormes y puertas muy gruesas, y cada habitación está muy aislada, no se escucha ningún ruido. Después de estos ingleses vivió en ella una familia de apellido Oneto, y luego ellos se la vendieron a mis papás. Ahí llegó la modernidad, porque ellos prácticamente la hicieron de nuevo. Fue justo antes de la crisis asiática, y podían hacerlo. Mantuvieron la cáscara pero por dentro cambiaron todo: recuerdo que cuando llegamos tenía un patio de luz en lo que ahora es la cocina. Tenía una cocina, obviamente, pero era más chica, y mi papá hizo una gigante. También había un clóset tan grande que lo convirtieron en baño. El patio tenía muchas flores de distintos tipos, claramente alguien de la familia que vivía ahí antes se dedicaba a la jardinería. También una huerta grande, con zapallos, tomates, laurel. Mantuvimos un parrón y un limonero, pero toda la huerta voló para darle paso a lo que nosotros más queríamos, que era tener una piscina. Ahora ese deseo me parece súper ridículo, porque en Concepción las piscinas prácticamente no se usan por el frío. Hoy, además, no la usamos por pudor. Alrededor de la casa está lleno de edificios.
Pasé de tener un vecino que a veces se sentaba en su balcón a leer y nos veía cuando nosotros estábamos en la piscina, a tener cientos. La piscina está congelada, porque es pura sombra, cubierta por altas construcciones. Todo el barrio cambió. Yo aprendí a andar en bicicleta en esa calle, pero hoy sería imposible. Mi papá lavaba el auto en la calle los domingos. Hoy mi casa es la única en la que vive una familia en toda la cuadra. La casa que está justo al lado de la nuestra se transformó en un espacio de co-work. La que sigue es una clínica odontológica, y la otra es el Diario de Concepción. Por el otro lado tenemos una pensión de estudiantes. El resto son locales comerciales, y por el frente edificios: una empresa de ascensores, una clínica de la universidad.
Es una pena que en Chile no exista un mínimo de regulación urbana. Para mí, lo mejor de vivir en el centro era que teníamos todo cerca: el colegio, la universidad y el trabajo de mi papá. Por eso pudimos hacer harta vida familiar, íbamos todos los días a almorzar a la casa. Eso es lo que más valoro de mi infancia. De hecho, hasta el día de hoy mi papá va en bici a todos lados. Sería ideal que Chile se hubiese construido sobre esa base: que los barrios tuvieran de todo. Ir al colegio cerca de tu casa, trabajar cerca, ir al supermercado de tu barrio, la farmacia de tu barrio. Pero no se pensó así. Yo pude tenerlo porque mis papás lo pudieron pagar, pero no todos pueden.
Mis papás tienen mucho apego por lo material de la casa, y lo entiendo, porque es algo súper romántico y porque se esforzaron mucho: todas las molduras fueron hechas a mano por un grupo de trabajadores peruanos que iba tirando el yeso fresco y lo trabajaban con espátulas. Es una cosa preciosa. Las puertas son todas de madera nativa y las de dos hojas tienen ventanas de vidrio quemado. Mi papá siempre dice "si yo vendo o arriendo esta casa me van a hacer pebre las puertas". Le digo a mis papás que empiecen a deshacerse de cosas, porque yo no sé qué vamos a hacer mis hermanos y yo con ellas. ¿Dónde vamos a meter un comedor de catorce puestos, tres camas de dos plazas y una king?
Ahora vivo en un departamento de un dormitorio, con todo chico, e intento desapegarme de las cosas materiales. Mis papás no quieren vender la casa, pero viven ahí ellos dos y mi hermano chico, que se va a ir apenas termine de estudiar. Mis hermanas también se fueron. Lo que creo que va a pasar es que va a terminar convertida en una clínica, o algo así. En un arriendo comercial. Me gustaría que mis papás pudieran vivir en esa casa todo el tiempo que quieran. Que cuando se vayan sea porque lo decidieron, no porque ya no puedan pagar las contribuciones de una casa en el centro. Me gustaría que cuando ellos ya no estén ahí, se convierta en algo positivo para la ciudad. Para mí algo positivo sería que fuese de la universidad, porque si va a utilizarse para difusión de educación, me parece bien.
Natalia Medina tiene 29 años y es periodista.