La casa en que crecí: Robinson Martínez

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"Mis papás son de La Bandera, de San Ramón, yo soy el primer puentealtino de la familia: mi casa queda en una villa que se llama "Andes del sur" y todas las calles tienen nombres como "volcán Osorno", "volcán Tronador" o "cerro la Ballena". Es una villa nueva, tiene mi edad. Cuando yo llegué, había camino de tierra. Antes, cuando solo estaba el mall Plaza Tobalaba, alrededor todo era campo, un peladero. De hecho, todavía hay partes que lo son. Pero es casi nada; todo se ha ido pavimentando y se han ido construyendo casas.

Mi calle es similar a un pasaje, porque es una calle chica. En ella hay más o menos ocho casas, y al principio eran todas iguales, de ladrillo y dos pisos. En el primer piso está el living comedor y la cocina, abierta, y en el segundo dos piezas y un baño. Pero con los años han ido cambiando, porque a la gente se le hacen muy chicas. Las familias son más grandes. Hay vecinos que han cerrado la cocina, y otros que han ampliado sus casas, agrandándole el segundo piso hacia el patio. Cuando era chico, compartía pieza con mis dos hermanas, diez y cinco años mayores. Ellas dormían en un camarote y yo en una cama, al lado. Peleábamos harto, pero lo típico de hermanos no más. En realidad a mí no me molestaba compartir pieza, porque siempre me gustó el mundo de los grandes, y mis hermanas llevaban a sus amigos. Yo los encontraba bacanes, quería escuchar su música.

Lo que más ha cambiado en el barrio son las familias, no las casas. Los hijos mayores tienen guaguas y se van, o creciste viendo una pareja con hijos y ahora no está el papá de los niños, sino la mamá con otra pareja. En mi familia también ha habido cambios. Un tiempo se fue mi papá, en otra época viví con el pololo de mi hermana grande, mis hermanas se fueron, una volvió, y así. Igual como estudio lejos y paso mucho tiempo fuera, me pierdo de varias noticias de la calle, pero he visto cómo las familias han ido cambiando. Todos en la calle nos conocemos, pero no todos se hablan. No hay una comunión, pero sí una tendencia general a sociabilizar. Cuando era chico las mamás se ponían de acuerdo para sacarnos a dar la típica vuelta en Halloween o a buscar al Viejito Pascuero, mientras los papás ponían los regalos debajo del árbol de Navidad. Y para el Año Nuevo salíamos todos a la calle a saludar a los vecinos, y todos se abrazaban. Incluso los que se odiaban.

En el pasaje éramos hartos niños, porque como era una villa nueva, llegaban familias jóvenes. Cerca hay dos plazas: una más escondida y otra hacia la avenida México, a la que no me dejaban ir cuando chico porque estaba muy cerca de los autos. Se suponía que no podíamos llevar la pelota, pero igual llevábamos, y se armaban equipos según la calle en la que uno vivía. Como dos pasajes más allá eran mejores, yo siempre estaba atento para ofrecerme por si a ellos les faltaba un jugador. Los niños de las distintas calles no pelébamos, pero yo veía a veces que algunos trataban de forzar una enemistad, como formar bandos. De repente pasaba alguien en bicicleta, lo miraban feo y le preguntaban qué andaba haciendo allá. Una estupidez.

Cuando chico tuve dos mejores amigos de mi pasaje con los que fui muy unido hasta los diez años. Nuestras aficiones distintas nos fueron distanciando. Cuando tenía como doce o trece años, se puso de moda andar en skate. Todos en la calle nos pusimos a patinar, pero como al año los demás se aburrieron y yo seguí. Al principio patinábamos en nuestra calle, porque era más lisa —después, de a poco, el pavimento empezó a erosionar y resquebrajarse—, frente a la casa de una vecina. Pero un día la vecina se cabreó del ruido y nos echó. Ahí cambió mi relación mis amigos, porque yo empecé a buscar otros lugares, a salir del barrio. Además, entré a estudiar en el Instituto Nacional, en el centro, y cuando empezaron las tomas del 2011 pude ir a patinar al colegio. Después iba al mall, al estacionamiento, que los días de semana está vacío y se reúnen ahí todos los skaters y bikers. Ahí conocí a amigos que tengo hasta ahora, que son de Puente Alto, pero de otras manzanas. Esa fue la primera casa de skate de mi barrio".

Robinson Martínez tiene 21 años y es estudiante de diseño.

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