La casa en que crecí era un departamento en el tercer piso de un edificio antiguo del barrio Lastarria. En esa época no existían todas las construcciones modernas que hay hoy en el sector y desde una de nuestras ventanas veíamos el Cerro Santa Lucía y por otra el ex UNCTAD III, el edificio que hoy es el GAM. Vivíamos ahí junto a mi mamá y mis abuelos, fue mi casa desde que nací hasta pasados los veinte años. Era un departamento con techos altos, vigas a la vista y puertas con vitrales. Todos los muebles y la decoración eran antiguos.
Soy hija única y haber crecido en esa casa entre puros adultos me marcó hasta el día de hoy. De niña siempre fui más bien seria y me gustaba leer, además de hacer cosas con mis abuelos. Recuerdo que con mi abuelo escuchaba música en el living y a pesar de que durante toda su vida había sido una persona bien estricta con sus propios hijos, conmigo era completamente diferente, siempre cariñoso. Era la regalona y con mi abuela lo mismo. Desde chica la acompañaba en sus actividades y panoramas con amigas, siempre rodeada de gente mayor. A mí todo eso me encantaba, nuestro departamento era un refugio y un espacio feliz aún cuando no tenía mucho contacto con otros niños.
Si bien en Lastarria siempre ha existido vida de barrio, en esa época era un sector bohemio y los lugares residenciales eran habitados en general por personas mayores. No tenía permiso para salir sola a la calle porque no habían vecinos de mi edad ni tampoco niños jugando afuera. Por eso hacía toda clase de cosas dentro de la casa. Me gustaba andar en bicicleta por un pasillo muy largo que unía el hall de entrada con todas las piezas y espacios comunes del departamento. Como el piso era de madera, había que encerarlo y yo dejaba marcas por todos lados con la bicicleta. Mi abuela muchas veces hacía como que no se daba cuenta porque como yo era la única niña de la casa eran permisivos conmigo. Más grande aprendí a andar en patines y también practicaba dentro del departamento pasándome de una pieza a otra porque estaban todas conectadas. Siempre podías salir por una puerta distinta a la que habías usado para entrar y que te llevaba a otro espacio completamente diferente, casi como un laberinto.
Cuando tenía tres años mi mamá trató por primera vez de llevarme al jardín infantil pero no resultó. Creo que lloraba mucho y mis abuelos no querían que pasara tanto tiempo fuera pudiendo estar en la casa con ellos así que desistieron de esa idea por un tiempo. Un par de años después ya era inevitable que yo empezara a ir al colegio y recuerdo que lo pasé pésimo. Lloré meses y no entendía por qué tenían que sacarme de mi casa para ir a otro lugar si yo con mis abuelos lo pasaba tan bien. Estaba muy acostumbrada a hacer actividades de grandes como ver noticias o las teleseries con mi abuela. No entendía por qué en el colegio nos hacían cantar canciones infantiles todos juntos y muchas de las cosas que nos enseñaban yo las había aprendido en la casa a través de mis abuelos.
Cuando ya era más grande mi mejor partner era mi abuela. Hacíamos muchas cosas juntas, yo la seguía acompañando a sus reuniones con amigas y me encantaba estar con ella porque era una mujer muy alegre. Llenaba todos los espacios de la casa y siempre estaba haciendo algo. Ella era la que se encargaba de que nuestra casa fuese acogedora porque el departamento donde vivíamos era un punto de encuentro para toda la familia. Cuando llegaban mis tíos y primos, mi abuela siempre tenía el almuerzo listo para todos. Nada era improvisado ni sencillo, había mucha producción y ella lo hacía ver como algo simple. Recuerdo que en mi casa siempre había ese olor a algo rico en el horno: pan amasado, sopaipillas, empanadas o quequitos que nos hacía ella.
Recuerdo con mucho cariño ese departamento y me siento muy afortunada haber compartido tanto tiempo allí con mis abuelos antes de que murieran. Siendo la única niña chica de mi entorno me sentía tan acompañada en mi mundo de adultos que nunca quise tener un hermano. Hasta el día de hoy me siento más cómoda con personas mayores y mis amigos son todos bastante más viejos que yo. Creo que eso es en parte porque me crié en un entorno de adultos pero también creo que hay algo en mí, como una especie de alma más vieja, que siempre se sintió muy cómoda y feliz creciendo en una casa de grandes.
María José Illanes (35) es diseñadora de vestuario y textiles, es aficionada a la fotografía y los collage. Hace 5 meses vive con sus dos hijos y su marido en Holanda.