Paula 1148. Sábado 24 de mayo de 2014.

Imágenes de protestas callejeras, fotos de sitios eriazos y autos abandonados, conos de tránsito semi destruidos, trozos de rejas, materiales de demolición. Con estos fragmentos de la calle, el artista Pablo Jansana (37) ensambla objetos y los dispone en una instalación que habla de un Santiago dividido entre la modernización y la marginalidad. Durante junio en Galería Artespacio.

Pablo Jansana agarra tablas, barras de metal, desechos, y los tira a un rincón para después reorganizarlos en objetos híbridos y perturbadores que surgen como producto del conflictivo encuentro entre materiales y contenidos callejeros. La figura del artista se vuelve casi invisible en medio del patio interior de un gigantesco edificio que alberga su momentáneo taller, un palacio de 1850 del Barrio Yungay, a pasos de la Peluquería Francesa. Antaño ese inmueble fue una lujosa sede de tertulias literarias; hoy apenas queda en pie la fachada. Hace poco la casa fue comprada por los coleccionistas Ramón Sauma y Gabriel Carvajal para construir en el futuro un centro de arte contemporáneo. Se necesitaron varias camionadas para vaciarla de los desechos, basuras, trapos, mobiliario, tablas, fierros y todo tipo de vestigios que se desparramaban allí. Como la implementación de este proyecto cultural tomaría mucho tiempo, los dueños le entregaron el espacio a Jansana, en enero, para que el artista –que por estos meses está instalado en Santiago, pero que vive y trabaja en Nueva York– lo utilizara como taller y realizara allí las piezas que en junio mostrará en Artespacio.

Antes de dejar Chile, en 2009, Jansana tenía una carrera bastante consolidada. Concentrado en la pintura geométrica, había logrado ingresar exitosamente al mercado y ya era representado por la galería con la que ahora expone. Pero sentía la urgencia de salir de esa zona de seguridad y partió, por su propia cuenta, a hacer una residencia de un año en el International Studio & Curatorial Program (ISCP), un lugar donde artistas de todo el mundo comparten talleres e intercambian opiniones sobre el proceso de su obra con otros artistas y curadores. Al terminar el período, como no tenía financiamiento institucional, salió a buscarse la vida a la intemperie. Se instaló en el sector de Williamsburg, un barrio en Brooklyn de pasado industrial con mucho encanto arquitectónico, donde convive una elite cultural con obreros y antiguas factorías. Allí su obra sufrió un quiebre radical: la inseguridad de su propia situación como inmigrante y artista, la experiencia de un entorno abrumadoramente diverso, las calles repletas de basura y los desechos industriales que se esparcían como secreciones urbanas, produjeron una profunda transformación en su forma de enfrentarse al arte. Jansana salió de la pintura para abrirse a múltiples formas y contenidos que provenían de una conciencia agudizada sobre los conflictos sociales que se expresan en el espacio público. Sus nuevos trabajos exacerbaron la carga intrínseca de los materiales como cartón, cemento, resina, aluminio y basura, los que, combinados a veces con fotografías, generaron piezas que él concibe como metáforas de esta conflictividad. Este cuerpo de obra captó el interés de galerías, curadores y museos; y, desde 2011, Jansana ha exhibido en distintos espacios internacionales, bajo el apoyo de uno de los críticos de arte más importantes de Estados Unidos, el chileno Christian Viveros-Fauné, quien es también el curador de su actual muestra. En 2013 fue elegido dentro de los artistas destacados de la feria ARCO, en Madrid y en julio vuelve a Nueva York para exponer en Galería Eleven Rivington, un espacio contemporáneo muy activo últimamente.

La intervención que exhibe en Chile es producto de su proceso de observación de Santiago y, específicamente, de Quinta Normal y el Barrio Yungay, donde ha trabajado los últimos cinco meses. Jansana recorrió el sector, recolectó y seleccionó desechos y materiales del entorno y, con ellos, construyó sus objetos y esculturas, en un intento por extremar la lógica y la estética callejera de su obra reciente. También realizó fotos personales de miles de situaciones fallidas que encontró en espacios residuales, como paraderos de buses y sitios eriazos con autos abandonados. Combinó estas imágenes con registros de protestas y expresiones culturales de la marginalidad santiaguina, desde los años 80 en adelante, que extrajo de los archivos del Museo de la Memoria. Pero las fotos no se presentan como tales, sino que están intervenidas con madera, metal y otras técnicas que les otorgan cuerpo y agresividad, a través de formas filosas, que salen hacia el espacio como armas cortantes.

Una obra híbrida, poco complaciente con los placeres estéticos, que se rehúsa a obedecer la ley de las bellas artes para dejar en evidencia las contradicciones sociales. "Lo que hago es mostrar las fallas, los quiebres y tensiones de una ciudad que mantiene fachadas perfectas pero que, por dentro, es un caos. Una ciudad con Transantiago y Costanera Center, pero con kilos de basura acumulada bajo la alfombra. Ya no me interesa hacer cosas bonitas, sino que la obra funcione como un comentario crítico, que transgreda el espacio protegido del arte y hable desde la periferia", dice.