Va como avión: Andrés lee una, dos, tres palabras de corrido, pero a la cuarta se entrampa. Confunde la d con la b, o la m con la n, y es como si recordara, de repente, que aún no consigue hacer algo que quiere hacer hace un buen rato: leer. Entonces, se le caen las lágrimas.
“Le digo que no se preocupe, que va muy bien, que lo está logrando. Él es tremendamente capaz, pero se frustra. Y lo entiendo. Andrés va en segundo básico y primero lo hizo a través de clases remotas. Es esperable que eso haya influido en su proceso de aprendizaje”, dice la historiadora Catalina Díaz, quien hace un par de meses acompaña a Andrés a través de tutorías semanales para apoyarlo en la lectoescritura.
Catalina Díaz no es profesora, sino parte de los 1.440 tutores que este año están trabajando voluntariamente en Letra Libre, una fundación que nació en pandemia para ayudar a los estudiantes no lectores de 1°, 2° y 3° básico, acompañándolos de manera personalizada en aprender a leer y escribir.
La iniciativa primero se llamó “Salvemos el 2020″ y nació de un grupo de jóvenes profesionales que tenían interés por temas sociales y que habían participado de diversos voluntariados. Después de ver en las noticias que se suspendían las clases presenciales en 2020, y que los más afectados serían los niños de primero básico en su proceso de lectoescritura, decidieron tomar cartas en el asunto. “Partimos ofreciendo una tutoría online a un colegio, que nos dijo que no. El siguiente nos dijo que sí. Y desde ahí no paramos más. Se comenzó a correr la voz, y de repente teníamos a 500 tutores queriendo ayudar, y una lista de espera de colegios que nos pedían apoyo. Solo en 2020 trabajamos con 54 colegios. Vimos que la necesidad de apoyo era tremenda, nos profesionalizamos y nos convertimos en fundación”, cuenta la arquitecta María Jesús Valenzuela, directora ejecutiva de Letra Libre.
En efecto, el problema de la lectoescritura en el país no había comenzado con la pandemia, sino que venía de antes. Un informe de 2018 emitido por el Ministerio de Educación, señalaba que más del 60% de los niños de segundo básico no tiene el nivel adecuado de aprendizaje en lectura, y que la brecha se evidencia más en la medida en que disminuye el nivel socioeconómico.
La crisis de la lectoescritura, por cierto, no solo ocurre en Chile. Hace menos de un mes un nuevo informe del Banco Mundial-UNICEF, en colaboración con UNESCO, hizo un llamado urgente a la acción para mitigar la crisis de aprendizaje tras la pandemia, pues se prevé que cuatro de cada cinco alumnos de sexto grado en América Latina y el Caribe no alcancen el nivel mínimo de comprensión lectora. Estas pérdidas de aprendizaje podrían costar a los alumnos de hoy una reducción en sus ingresos del 12% a lo largo de su vida, dado que se estima que perdieron 1,5 años de aprendizaje.
¿Dónde estamos fallando?
Para la psicopedagoga Lorena Sariego, directora social de Letra Libre, el impacto que tiene el aprendizaje de la lectura y escritura en niños y niñas en su autoestima, es fundamental. “Es verdad que los niños tienen su propio ritmo de aprendizaje, pero en el país tenemos un currículum nacional, que va exigiendo contenidos y habilidades en ciertos niveles. Y aquellos que no aprenden a leer en los tiempos estipulados, van perdiendo su propia confianza, comienzan a desmotivarse porque leer es central para avanzar en todas las asignaturas”, comenta Sariego, y añade un ejemplo: un niño con mejor desarrollo en lectura un resultado 30% superior en matemáticas.
“El irse quedando atrás les afecta, incluso pueden generar rechazo al contexto escolar. Eso es brutal. Son niños que sí quieren adquirir la habilidad de la lectoescritura, pero que no lo logran por una serie de razones”, dice Lorena Sariego. Parte de esas razones tienen que ver con la esfera vincular y social.
Catalina Díaz, que además de tutora es parte del equipo en Letra Libre, comenta que se ha visto que los niños y niñas que adquieren de modo más fluido el aprendizaje de lectoescritura, son aquellos que en sus casas hablan más, son escuchados, se les pregunta la opinión, ven libros circular, escuchan cuentos antes de dormir. “El lenguaje tiene las dimensiones de leer y escribir, pero también las de escuchar y hablar. Y lo que hacemos los tutores tiene precisamente que ver con esto. Los acompañamos, los animamos, y podemos personalizar el aprendizaje. Que es algo que lamentablemente cuesta mucho en un aula de clases donde hay 40 niños. Nosotros no buscamos reemplazar la labor docente, sino simplemente acompañar a niños y niñas”, comenta.
“Creemos que este es un tema país: no se trata solo de un sistema educacional que haya fallado, sino que es un problema a nivel cultural. Si a un niño o niña le están enseñando a leer, él o ella necesita una extensión de ese aprendizaje en su casa y en los contextos donde está inserto. Esto tiene que ver con un cambio social. De ahí que hemos visto la experiencia de otros países que están invirtiendo en las tutorías, como un elemento que complemente la educación. En tiempos donde una pandemia trajo tantos desafíos, creemos que es urgente plantearlo”, finaliza María Jesús.