Una de las tantas sorpresas que llega de regalo con la maternidad -entre el cansancio y el miedo que produce cuidar de un otro- es la sensación constante de culpa. Una emoción que habita entre el anhelo del ideal de madre y la madre que se es en realidad. Es transversal a las mujeres y empieza desde el primer día; por no haber logrado el parto pachamámico que traería a ese ser en armonía con el universo, hasta por dar más relleno que leche materna. Por dejar a la guagua en una guardería para volver a trabajar y por ponerle pantallas para tener un momento de paz. Y no, no termina ahí, en esos primeros años; la culpa va mutando, se transforma y vuelve a aparecer una y otra vez, en cada fase de la crianza, alcanzando con el tiempo más y más aristas. Si los niños hacen pataleta, si le pegan a otros en el colegio, si son hiperactivos, si comen mucha azúcar, o se llegan a perder en un supermercado, se mira siempre a la madre en busca de explicaciones. Ante esos constantes cuestionamientos, las madres terminan preguntándose qué hicieron mal, analizando cada paso en falso para encontrar dónde fallaron. Y no se trata -como se suele pensar- solo de una inseguridad personal o de tener una personalidad demasiado “autoexigente”; esa culpa materna es un síntoma evidente ante la presión de lo que todo un sistema espera de una “buena madre”.
“La culpa es casi un sello de la maternidad”, dice la psicóloga y madre feminista Liza Toro. En su trabajo como psicoterapeuta ha identificado la culpa como la emoción transversal de las madres. Eso la motivó a entrevistar a decenas de mujeres para su libro La estafa de la maternidad, que espera publicar este año. “La culpa en las madres es una de las emociones más presentes. Es triste, pero es real y urgente visibilizarla. Esto tiene su origen en que socialmente se espera que seamos “buenas madres”. Se nos responsabiliza la crianza siempre más a nosotras, porque se supone que somos las principales cuidadoras. Parece que el hecho de que los hijos e hijas se gesten en nuestro útero nos diera una responsabilidad mayor, pero no es así”.
La periodista española Esther Vivas, autora del libro Mamá desobediente, ensayo que analiza la maternidad desde una perspectiva feminista, concuerda con este punto. “Se considera que la madre es la principal responsable de los hijos porque se supone que somos cuidadoras por naturaleza. Así nos lo han inoculado desde pequeñas, hemos sido educadas desde esta mirada. Y así asumimos este discurso. Nos han hecho creer que nosotras somos las únicas responsables del bienestar de los niños y niñas. Incluso que el futuro de nuestros hijos está básicamente en nuestras manos, y eso es falso. Esto nos genera un grado de culpa y de responsabilidad enorme, y también nos genera, a menudo, mucho malestar con la experiencia materna”.
El apuntar a la madre con el dedo por cada decisión que toma potencia la culpa desde distintos flancos. Por una parte se juzga a la mujer por su forma de vivir y ejercer la maternidad, con experiencias tan personales, por ejemplo, como el parto, la lactancia o la forma de criar. Pero luego, a medida en que las hijas e hijos crecen, se deposita también en las madres la responsabilidad de todo lo que le acontece a ese niño o niña, desde su comportamiento social hasta cuando les sucede algo malo. Tanto Liza como Esther concuerdan que, para liberarnos de esa presión, es importante como madres tener claro que en ningún caso somos las responsables absolutas de todo lo que ocurre con nuestros hijos o hijas. “El cuidado y la crianza deben entenderse como una responsabilidad de todos, femenina y masculina, y maternar no se debe entender como una tarea individual, sino como una tarea colectiva, que debería ser responsabilidad del conjunto de la sociedad”, dice Esther. Liza agrega que, si bien el vínculo madre / hijo es fundamental en la primera infancia, la personalidad y el comportamiento de nuestros hijos e hijas son propios de cada uno. “Nosotros les podemos entregar valores, transmitir creencias, pero finalmente los hijos van conformando su propio camino. Podemos como padres y madres hacer todo por el futuro de nuestros hijos, pero a veces la fuerza del entorno es mucho más importante. Creo que tenemos cierta responsabilidad, pero no un control completo”.
Esther Vivas agrega, en el caso del comportamiento social, que no solo depende de nosotras como madres, ni siquiera de la familia. “Hay que tener en cuenta que nuestros hijos socializan en un contexto determinado que influye también en sus acciones. Nosotros como sus progenitores podemos intentar actuar como antídoto ante algunas prácticas sociales que no nos representan, dar ejemplo a nuestros hijos a partir de unas actitudes de respeto hacia el otro. Pero no siempre es suficiente para contrarrestar prácticas sociales que no son deseables”.
Para poder emprender un camino hacia la liberación de la culpa materna, tanto Liza como Esther coinciden en la importancia de entender qué es lo que origina este sentimiento, y parte fundamental de su raíz -señalan- tiene que ver con un sistema que lo propensa y perpetua. “La culpa es patriarcal” aclara Esther. “Cuando yo siento culpa como madre es porque me miro en un espejo de la maternidad donde se me dice que tengo que ser una madre perfecta, una madre abnegada, una madre que llega a todo, una madre que nunca se equivoca”. Este ideal, dice Esther, nos pone frente una maternidad tóxica, romantizada, inasumible e indeseable que hay que erradicar. “El problema no es mi maternidad, sino este espejo en el cual yo me miro, que no representa la experiencia real.”
Liza también responsabiliza esta culpa a un sistema patriarcal, que construye la idea no solo de buena madre, sino de buena esposa, pareja, hija o profesional. “Hay que liberarse de esas ideas, sacarnos el “qué dirán”, es la única manera de vivir tranquila, no solo como madre sino también como mujer y como persona”. Esther va más allá, y plantea la importancia de volver la erradicación de la culpa materna una causa política. “Cuando yo politizo esta realidad, entonces soy consciente de que la culpa no es mía, la culpa es del sistema. Cuando yo entiendo las causas de por qué yo siento esa culpa, se pone en evidencia que tiene que ver con el hecho de que maternamos en un contexto que es hostil a la propia experiencia materna y que dificulta tener una experiencia satisfactoria. Acabar con la culpa materna implica hacer una lectura política de esta culpa, y entender que tiene mucho que ver con este sistema patriarcal y es inherente al mismo”.