Comer ensalada toda la semana para premiarse el sábado con un pedazo de torta. Admirar la fuerza de voluntad de la amiga que solo come un cuadradito de chocolate y guarda el resto para después. Almorzar hamburguesas con papas fritas y saltarse la cena para equiparar.

Es la historia de mi vida. Por mucho tiempo creí que estaba bien siempre buscar comer sano y eliminar la chatarra de mi dieta, hasta que conocí el concepto de cultura de la dieta y descubrí, impactada, que prácticamente todas las personas que conozco están metidas en esta lógica que se disfraza de salud, pero que en realidad es un juego mental que nunca vamos a ganar.

La cultura de la dieta es un sistema en el cual le damos más valor a lo que comemos y a cómo nos vemos que a cómo nos sentimos. Es darle un valor moral a la comida, separarla entre la buena y la mala, y restringir aquella que creemos que no nos hace bien. “Nace de la obsesión por tener un peso ideal, porque todos seamos perfectos y pesemos lo mismo. Nace por el miedo a la gordura, a la noción de que lo gordo es poco estético, que no es bonito y que, si estoy gorda, no voy a poder hacer nada bien”, explica la nutricionista María Jesús Ramos (@nutricontuti).

En el fondo, es una cultura en la que la alimentación gira en torno a la restricción, la culpa y los premios. Donde la clave es comer poco, idealmente solo alimentos que consideramos buenos y saludables y premiándonos, de vez en cuando, con algo rico. “Desde chicos nos enseñaron que si nos portábamos bien nos iban a regalar un chocolate y si nos sacábamos buenas notas nos comprarían un helado, entonces siempre hemos visto a la comida, y especialmente a los alimentos ricos en azúcares, como un premio reservado solo para ocasiones especiales”, dice la nutricionista.

Suena obvio, pero es porque aún no hemos visto el problema. Pasa que es esta restricción y esa idea de premiarnos con “comida rica, pero mala” la que genera ansiedad en torno a ella, y que una vez que la probamos, nos cueste parar. Puede pasar incluso que idealicemos su sabor, su textura, su aroma. Pero, ¿qué pasaría si tuviéramos siempre helado en el congelador y chocolates en la despensa? Tendríamos normalizados estos alimentos y sí, al principio comeríamos más, pero luego nos acostumbraríamos a tenerlos y los veríamos solo como una alternativa para cuando queramos algo dulce.

Comemos basura

El concepto “comida chatarra” aparece por primera vez en la prensa estadounidense en 1952 en el periódico News del estado de Ohio, que titulaba: “La comida chatarra causa malnutrición severa”. Se denominaba así a los alimentos de bajo contenido nutricional y altos en grasas saturadas. Si bien está claro -y nadie podría negar- que al cuerpo le hace mejor si consumimos alimentos densos en nutrientes, calificar la comida como chatarra como basura es una de las bases de la cultura de la dieta. Y algo que bien nos haría eliminar de nuestro diccionario.

“¿Acaso cuando comemos comida chatarra estamos comiendo basura?”, se pregunta María Jesús Ramos. “La comida es comida y tenemos que darle el valor que se merece por ser comida. Sí, algunos alimentos nutren más que otros, pero no podemos catalogar a la papa frita como mala y a la papa horneada como buena, porque las dos son papas, aunque una tenga más propiedades que la otra”, asegura.

Esta creencia de que cierta comida es chatarra o basura nos llena de culpa cada vez que la deseamos o cada vez que la comemos. Nos sentimos avergonzadas, nos prometemos retomar la dieta mañana, nos llenamos de culpa tomando coca cola light.

“Hay que entender que la base de la cultura de la dieta viene de la restricción de los alimentos malos, y que esa restricción va a generar que tengamos una mala educación alimenticia”, explica Ramos y agrega: “Hay personas que creen que la palta es mala porque es calórica y creen que es más saludable comer una galleta de salvado con quesillo light que comer una marraqueta con palta. Eso es un error”.

Cómo salir de la “matrix”

La nutrióloga estadounidense Bonnie Roney tiene una cuenta en Instagram llamada @diet.culture.rebel donde entrega consejos y recomendaciones para dejar atrás paradigmas dañinos respecto a la comida. Según sus publicaciones la clave es probar distintos alimentos y comer lo que tengamos ganas de comer.

Así, al alimentarnos desde lo que queremos empezaremos a notar cómo nos sentimos y nos daremos cuenta de que la comida no es más que eso. Sin apellidos ni restricciones. Dejamos de comer cuando estamos satisfechas porque sabemos que si al día siguiente queremos volver a comer ese postre tan rico, podemos hacerlo. No caemos en atracones porque la comida nos deja de producir ansiedad ya que nos enfrentamos a ella con libertad. Y nos damos cuenta, de a poco, que aunque comer pizza es rico a veces, en otras oportunidades vamos a querer algo más fresco, como una ensalada verde.

Entonces ¿vamos a engordar?

No. Bueno, tal vez al principio un poco, porque vamos a dejar de restringir ciertos alimentos, pero la realidad es que con el tiempo, al acostumbrarte a su presencia, solo los veremos como una alternativa más: “Cuando hablamos de libertad de comer se asume que va a terminar todo el mundo obeso, pero no es así. La clave es comer porque queremos, no porque nos estamos premiando o porque caímos en una tentación”, dice Ramos.

“No podemos vivir en guerra con la comida porque ¿qué calidad de vida es esa? ¿Qué calidad de vida es mirar una hamburguesa con miedo siendo que me gusta tanto? Preguntarme cuántas calorías tiene el helado mientras me lo como, no es sano”, dice la nutricionista.

Entonces, ¿todo el tiempo que pasamos pensando que nos alimentábamos saludablemente estábamos equivocadas? Lamentablemente sí, pero porque estábamos replicando lo que nos enseñaron que es lo saludable. Y resulta que lo sano no es comer solo ensalada con pollo o galletas de salvado con jamón de pavo y quesillo bajo en calorías. Porque comer sano no significa comer para bajar de peso.

“Comer saludablemente es tener una relación saludable con la comida”, dice la nutricionista María Jesús Ramos. Según ella, esta relación saludable y positiva implica que si me como una ensalada llena de nutrientes me voy a sentir tan feliz como me sentiría si estuviera comiendo pizza. “La alimentación saludable es variada y es una adecuada selección de los alimentos que preferimos, que tienen que ser los que tienen una buena calidad nutricional y no la que es baja en calorías”, explica.

Finalmente, la idea es ver todo alimento como lo que es y darle el valor que merece. Incluso las papas fritas nos dan energía, aunque carezcan de nutrientes esenciales. Pero hemos creado tal nivel de adicción a ellas en base a la restricción aprendida, que si tenemos en frente un plato de papitas y uno de ensalada, nuestro corazón va a querer la primera opción y nuestra cabeza la segunda.

En cambio, si entendemos que ambas son comida y que podemos comer papas fritas cuando queramos, podremos elegir una rica ensalada sin sentir que lo hacemos por hacer las cosas bien, sino que porque nos dieron ganas de comerla. Total, las papitas las puedes comer mañana.