Paula 1165. Sábado 17 de enero de 2014.

Los Martinson García eran de esas familias que casi-casi habían vivido una vida perfecta. Los cuatro hijos –Francisco, Kurt, Paul y Annie– vivieron una infancia plena, primero en la Comunidad Ecológica en Santiago y desde 1987 en Chuquicamata con los conocidos privilegios de los supervisores de Codelco, cargo que ejerció el padre hasta el 2000. Ahora son todos profesionales, treintañeros, despegando en sus propias vidas. Paul y Annie ya tienen hijos. Y, salvo el divorcio de los padres –Ana y Glenn– hace una década, ninguna tragedia parecía asomar la cola negra en la agradable medianía de esa familia.

–Cuando en octubre gané el concurso de acuarela en Valdivia–, dice Ana García, la madre que se aficionó por el arte cuando se casó con Walter, su segundo marido, y que ganó el Primer Premio en el IX salón Ricardo Andwandter con su tela Otoño, –Kurt me envió un mensaje por whatsapp. Decía: "Te estás haciendo famosa. Me siento orgulloso de ti. Linda, te quiero".

Sin duda, Kurt era su hijo regalón. El más libre, el más especial, el que hasta el final necesitó apoyo. Y la madre se lo daba sin medida. Ella tenía las claves de sus cuentas de banco y hasta un poder general para representarlo en todo. Se mensajeaban si no todos los días, al menos dos o tres veces por semana. Y él siempre le terminaba diciendo: Linda, te quiero.

–Hablamos por última vez el viernes 21 de noviembre y en la noche le escribí que por fin le enviaría una bicicleta y Kurt ya no me dejó esa (esperada) respuesta: Linda, te quiero. Ni gracias. No lo molesté más porque pensé que estaría muy ocupado.

Ese viernes Kurt cumplía su primer mes contratado como guía del exclusivo Hotel Alto Atacama. Hacía un año que vivía en San Pedro pero hasta ese momento todos sus trabajos habían sido freelance, así que estaba feliz de tener un contrato. Kurt había estudiado Ingeniería Forestal en la UC en Santiago gracias a una beca deportiva como jugador de la Dirección Mayor de Básquetbol, Dimayor. Pero abandonó la carrera al primer año y estudió Ecoturismo en el Duoc, de donde egresó en 2006. Trabajó un año en Torres del Paine, otro en Antuco y otras temporadas en San Pedro. Nunca logró estabilizarse económicamente, por eso su madre siempre lo ayudaba.

Casi todas las tardes, los Martinson se sientan a cenar y planificar la búsqueda del día siguiente. "Al comienzo se nos acercaba gente con distintas versiones o nos daban una palabra de aliento", dice Ana, la madre, que en la foto aparece junto a su hija Annie. Ahora, después de dos meses, cuenta que los miran con una mezcla de pena y desprecio. Algunos opinan que tanta búsqueda y tanta policía perjudica el turismo de San Pedro.

Kurt tenía un turno de 12x4 en el hotel Alto Atacama, pero en ocasiones trabajaba hasta 15 días seguidos sin descanso.

Jeannete Hurtado, la mejor amiga de Kurt, que fue su compañera de curso en el exclusivo Colegio Chuquicamata y hoy es relacionadora pública de un hotel en Calama, también le dejó un whatsapp ese fin de semana que hoy puede leerse como premonitorio: "Hola Kurcito, ¿cómo estás? Da señales de vida".

–A mí–, dice Ana –no me respondió ni el sábado, ni el domingo. El lunes (24 de noviembre) comencé a llamarlo por teléfono. Su celular sonaba muerto. Y entonces llamé al hotel.

Fue a partir de ese momento que los mecanismos de la tragedia empezaron a mover sus engranajes.

LAS VIUDAS DE KURT

–En Chile todo el tiempo desaparece gente, uno sabe–, dice Ana, la madre. –Veo las noticias. Pero siempre hay una razón: una pelea, un crimen, deudas, enfermedades, accidentes, locura. Pero desaparecer así, como desapareció Kurt, ¿sin dejar rastro? Solo dejando sospechas… No se lo doy a nadie.

El miércoles 26 de noviembre, luego de cinco días sin tener noticias de su hijo, Ana les avisó a sus hermanos. Ellos viajaron a San Pedro el jueves y viernes junto a su padre Glenn. Ana llegó el sábado 29 y, desde entonces, no se ha movido de ahí.

Al principio alojó en hostales y cuartos. Luego en casas de amigos. Pero ninguna visita es eterna. Para el Año Nuevo, la encuentro a ella y a Annie, la hija menor que es ingeniera ambiental y tiene 31 años, compartiendo una pieza apretada con colchones en el suelo, en la casa de un amigo.

Casi todas las tardes, los Martinson se sientan a cenar y planificar la búsqueda del día siguiente en el restorán Las Delicias de Carmen, en la calle Caracoles, el paseo central de San Pedro. La madre dice:

–Al comienzo se nos acercaba gente con distintas versiones o nos daban una palabra de aliento.

Pero después de dos meses, cuentan, los miran con una mezcla de pena y hasta desprecio. Algunos opinan que tanta búsqueda y tanta policía perjudica el turismo de San Pedro.

Glenn, el padre, renueva constantemente los carteles con la foto de Kurt y la palabra desaparecido. En muchos locales se los despegan o los arrancan de los postes y debe imponerse para colocarlos. Su metro 90 es bastante convincente.

El sábado siguiente a la desaparición un taxista encontró los documentos de Kurt en el paradero junto a las cocinerías aledañas al estadio municipal de San Pedro. Dos días después apareció ahí mismo su tarjeta Cuenta RUT. El lunes siguiente, tras insistentes llamados de su hermano Francisco, alguien contestó el celular de Kurt: lo tenía un tipo que estaba en Peñalolén.

A fines de año alguien le hizo llegar a Ana una pista misteriosa. Unas coordenadas de GPS que indicaban un punto exacto en el desierto, en San Bartolo rumbo a los géiseres del Tatio. No quiere entrar en detalles, solo dice que alguien vio restos que podrían ser de Kurt.

–¿Cuántos kilómetros son hasta el punto?–, preguntó Annie Martinson, al teniente de Fuerzas Especiales encargado de la búsqueda.

–16 kilómetros –respondió el oficial– 8 de ida y 8 de vuelta.

Le digo que por fin le dieron un dato concreto, pero Annie responde con una expresión trágica.

–¡Imagina! Encontrar su cadáver sería una suerte. Por lo menos cerraríamos esta etapa.

Al día siguiente, con bototos y un palo en la mano, Annie se internó en el duro desierto junto a 8 miembros de Fuerzas Especiales. El suelo a veces es blando como una playa y otras, duro como cemento. La mayor parte de las veces con rocas como meteoritos que doblan los tobillos.

Esa imagen recuerda la búsqueda de El Empampado Riquelme, un hombre que apareció en el desierto después de 44 años en 1999 y que originó reportajes, un libro y un documental. Fue ubicado gracias a las coordenadas de GPS dejadas por un desconocido en un baño del aeropuerto de Antofagasta.

Tras casi seis horas de caminata por un terreno imposible, levantando cada piedra sospechosa, Annie volvió ese día abatida, no tanto por el cansancio sino por la nueva frustración. Ahora dice:

–¿Por qué la gente dará pistas falsas? Al principio creía que todo lo que decían era cierto. Pero ahora ya no creo nada. Solo que Dios nos devolverá a Kurt.

Es cristiana igual que su madre y un hermano.

Los primeros testimonios muy vagos –citados solo por la prensa y no confirmados por la fiscalía– decían que a Kurt lo vieron en una quebrada; que estaba como ido; que andaba con polera; que andaba sin polera; que estaba eufórico; o que estaba deprimido. Han dicho incluso que lo vieron en Bolivia. Pero nada de eso convence a los Martinson.

Los hermanos han seguido cada pista en el desierto acompañados de carabineros, amigos, militares, bomberos, guías y andinistas. Paul, el hermano de 34 años que es fiscal de la Fiscalía de Las Condes, bajó 7 kilos y ha cambiado dos veces la piel de la nariz quemada por el sol. El otro hermano, Francisco (36) que es abogado, se abocó a los medios y a gestionar entrevistas en Santiago para logar recursos y prolongar la búsqueda. Glenn, el padre, al igual que Annie, rastrea a pie. Incluso recorrió el sur de Bolivia pegando carteles y conversando con personas que decían haber visto a su hijo. Pero las descripciones no coincidían con la estatura, el color de los ojos o nada.

Kurt mide un metro 92 y pesa 90 kilos. Es moreno, musculoso, de sonrisa afable. En 2012 fue modelo en Bolivia y la TV de farándula de Santa Cruz lo bautizó como "el bombón chileno". Su amiga Jeannete Hurtado cuenta que en el Colegio Chuquicamata, las niñas se asomaban a la ventana de la sala, solo para verlo. Y en San Pedro muchas mujeres coinciden en su atractivo y mencionan también su caballerosidad. "Es caballero, incluso tímido", dicen.

Esta mañana Annie recorre un basural clandestino camino al Paso de Jama. Toma un hueso calcinado y dice:

–¿Podrían ser de humano o son de vaca?– El hueso es grande, blanco. Concluye que son de animal.

A veces se levanta a las seis de la mañana para recorrer basurales, cerros, quebradas, sierras y laderas en los alrededores de San Pedro. Y escarba con sus propias manos la tierra seca donde se asoma alguna ropa vieja o restos sospechosos. Se acuesta tarde. Come apenas.

Ha buscado en Catarpe, Vilama, Jama, San Bartolo, el Valle de la Luna, la Quebrada del Diablo. Rompió ya dos pares de bototos y dos pantalones de excursión rastreando el altiplano. Sus amigos le regalaron ropa. En la familia se gastaron todos los ahorros en la búsqueda y lo donado en dos cuentas corrientes por amigos y cercanos.

–A veces siento que no se mide–, dice Rodrigo Gómez, amigo de Annie –pero ¿quién es uno para decirle que no busque más?

LOS OPERATIVOS

–Tenemos que volver– le dijo Paul al piloto del helicóptero que rastreó una quebrada inaccesible cerca de San Pedro. –No te puedo pagar otra media hora.

Media jornada de vuelo el 2 de diciembre les costó 2,8 millones de pesos.

En la Comisaría de San Pedro, hasta el Año Nuevo se acumulaban 34 bitácoras con recorridos de Fuerzas Especiales, Gope y Carabineros. Sumaban 500 kilómetros de búsqueda a pie y 2 mil km en vehículos. Dos allanamientos. Sobrevuelo en helicópteros y filmaciones con drones privados. Entrevistas a una docena de personas. Cuatro excavaciones con maquinaria.

Kurt estudió ecoturismo en el Duoc, de donde egresó en 2006. Trabajó un año en Torres del Paine, otro en Antuco y otras temporadas en San Pedro. Nunca logró estabilizarse económicamente, por eso estaba feliz de que lo hubieran contratado como guía en el hotel Alto Atacama. Llevaba un mes trabajando ahí cuando desapareció.

La PDI y los militares del Regimiento N° 1 de Calama, el Cuerpo de Bomberos de San Pedro y hasta el Cuerpo de Socorro Andino de Antofagasta han participado también en las infructuosas búsquedas. Un día hubo un centenar de personas buscando.

Pocas veces se ha visto tal despliegue de recursos tras una persona desaparecida. Incluso "las búsquedas normales no superan los 10 días", dice un policía.

–Mucha gente cree que es porque Paul es fiscal o porque suponen que tenemos dinero– dice Ana. –Pero en realidad es porque esto conmovió a los ex habitantes del clausurado pueblito de Chuquicamata –que se conocían entre todos– y por las gestiones que hemos hecho nosotros.

Ella ha hablado con generales, carabineros y amigos de todo tipo. Ha removido cielo y tierra para que no se dejen de buscar.

–Están allanando el hotel. Nosotros vamos para allá –me avisa Annie al teléfono la mañana del 29 de diciembre. La familia había pedido allanar el hotel hace un mes.

Cuando Ana llamó al hotel preguntando por su hijo, solo recibió respuestas confusas. Primero le dijeron que había renunciado porque echaba de menos a su familia; luego, que lo despidieron por una trifulca con unos turistas; y más tarde, que no había ido a trabajar ni a retirar su sueldo.

El jefe de guías del Hotel Alto Atacama, Amaru Sutil, un viñamarino de 30 años radicado hace 7 en San Pedro, después de conversar con Ana por teléfono el lunes 24 y el martes 25 de noviembre fue a la pieza que arrendaba Kurt a la salida del pueblo y, al verificar que no estaba, presentó, sin consultar a la familia, una denuncia de presunta desgracia el miércoles 26.

Para Francisco Martinson eso también es sospechoso. Según él, Sutil ha dado seis versiones distintas de lo ocurrido.Amaru Sutil no quiere hablar, pero su madre, que trabaja de cocinera en San Pedro, explica que fue un malentendido y que hizo: "lo que entendió que debía hacer".

En el allanamiento del Hotel Alto Atacama participó el Laboratorio de Criminalística de Carabineros y la Unidad de Perros Buscapersonas. Cuarenta policías revisaron habitación por habitación del hotel.

–Parece que no encontraron nada–, comenta Annie a las dos de la tarde con expresión de amargura. Al rato, se enrabia y dice:

–¡Por ahí deberían haber comenzado cuando desapareció Kurt hace 35 días!

En el hotel hay 90 trabajadores: cuidadores, mucamas, guías, choferes, jardineros y hasta un encargado de cuidar un par de llamos. Pero al parecer nadie vio nada. Ni oyó nada. Y tampoco las cámaras de seguridad que hay por todo el recinto.

El sábado siguiente a la desaparición un taxista encontró los documentos de Kurt en el paradero y estacionamiento público junto a las cocinerías aledañas al Estadio Municipal de San Pedro; una especie de barrio chino del pueblo. Dos días después apareció ahí mismo su tarjeta Cuenta rut. El lunes siguiente, tras insistentes llamados de sus hermanos Francisco y Paul, alguien contestó el celular de Kurt. A Francisco se le apretó el pecho.

–¡Y contestó un tipo que estaba en Peñalolén!– dice, recordando el impacto que el celular funcionara nuevamente. –Habló Paul y le dijo: este celular es de una persona que está desaparecida…

El portador entregó el celular a la policía en Santiago. Dijo que había estado en San Pedro la semana del 24 al 30 y que se "lo regaló" un niño que lo encontró en un lugar impreciso entre el Hotel Alto Atacama y el pueblo.

Después de 11 días, la propia Annie encontró a 500 metros de la entrada de la quebrada de Vilama (a 4 km de San Pedro) un poncho de lana de vicuña que la madre y una prima reconocieron como de Kurt.

Con bototos y un palo en la mano, Annie se internó en el duro desierto junto a 8 miembros de fuerzas especiales. Tras casi seis horas de caminata por un terreno imposible, levantando cada piedra sospechosa, volvió abatida. "¿Por qué la gente dará pistas falsas? Al principio creía que todo lo que decían la gente era cierto. Pero ahora no creo nada", dice.

–Me llamó la atención lo nuevo que estaba. No tenía manchas de sangre o signos de pelea–, dice Annie.

EL PUEBLO

Ana, la madre, tiene un recuerdo de Kurt cuando niño. Dice:

–Una vez Kurt colocó un huevo a la orilla de los géiseres del Tatio y lo sacó cocido. Tenía 9 años.

Iban allí en invierno y verano. De camping o vacaciones. Era un lugar muy querido cuando vivieron en Chuquicamata, a 180 km de distancia. A Kurt le encantaban y los conocía como la palma de su mano. Mucha gente lo ubicaba; lo saludaban en la calle. Después de trabajar en la Patagonia, Antuco y Bolivia regresó varias veces a San Pedro. A fines de 2012 decidió instalarse ahí porque amaba ese sol. Estuvo un año en la agencia Travel Tour donde dejó buen recuerdo y luego entró a trabajar al Hotel Alto Atacama.

Pero, últimamente, San Pedro le parecía distinto. "Encontraba que estaba demasiado saturado de drogas y descontrol", dicen sus amigos. Varias veces se lo comentó a Ana, decía que hasta había visto niños consumir:

–San Pedro está lleno de droga. Todos mueven. Todos consumen. Está cada vez peor, me decía Kurt.

Ella le recomendaba que no se juntara con cierta gente. Que se mantuviera alejado.

–Kurt era totalmente antidrogas, no le gustaba ni la coca, ni el LSD. Bebía socialmente, pero no le gustaba perder el control–, asegura Jeannete Hurtado, su amiga.

Jeanette recuerda que una vez viendo guías que llevaban ciclistas al Valle de la Luna a las 16:00, con el sol picando en la cabeza, ella le exclamó: ¿Cómo lo hacen? y Kurt le dijo:

–Es que van todos jalados. Así pueden, si no, no llegan.

Desde hace tiempo, el municipio, Carabineros y algunos habitantes tratan de limitar el tráfico y consumo de drogas en San Pedro. Han hecho operativos antidrogas, limitado las patentes de alcoholes, regulado el ingreso de vehículos, campañas. Pero 300 mil turistas al año son difíciles de controlar por los ocho carabineros de contingente activo de la Primera Comisaría de San Pedro.

En San Pedro han limitado al máximo el alcohol y las fiestas. Pero por toda la periferia se organizan fiestas clandestinas para los turistas. Hasta cinco por fin de semana. Las más locas se hacen en lejanas cuevas iluminadas con velas –muy de gusto gringo– cuya entrada puede costar hasta  70 mil pesos. También hay otras más económicas en parcelas privadas.

–Kurt tenía la idea de hacer una discoteque subterránea y sin drogas, lejos de la ciudad–, dice Annie –porque pensaba que con eso obtendría la patente, pero realmente no era nada seguro.

Una productora de eventos de Antofagasta, Atacama Medios, intentó hacer la fiesta electrónica E-sun, en el Año Nuevo de 2013 en San Pedro. Los tramitaron un año, los taparon de papeles y finalmente nunca le dieron el permiso.

–Y Kurt tampoco es de esos tipos que se hubiera metido en una pelea por algo así. Lo habría dejado–, dice Rodrigo Gómez, su amigo.

–Es conciliador–, agrega Jeannete Hurtado–. Si alguna vez lo vi en una trifulca de colegio, su estatura de metro 90 intimidaba y la pelea quedaba ahí.

Al final, nadie de sus conocidos encuentra una razón para su desaparición. Piensan que quizás se cruzó con las personas equivocadas, en el momento equivocado. Que lo asaltaron y dejaron sus cosas esparcidas por San Pedro. Pero hay tantas hipótesis y pistas falsas, como remolinos de viento.

–Mi corazón dice que está muerto–, dice Ana. –Me siento súper tranquila porque me despedí de él. Hice todo lo que pude por él, hasta el último día. La última vez que me fue a ver en octubre, nos abrazamos mucho.

–Yo soñé con él anoche–, dice Annie a su vez. –Lo veía detrás de un auto y le decía: Kurt, ¿dónde estabas, te estamos buscando?

–A veces me pongo fechas–, comenta Annie. –Me dije: antes de un mes lo vamos a encontrar, pero pasó ese primer mes. Después me dije: antes de Año Nuevo. Cuesta pensar que está empezando 2015, que puede llegar marzo y nada… Pero sé que Dios nos va a ayudar a encontrarlo.

Ella dejó a su hijo de 9 años en Viña a cuidado de una prima. Presentó una licencia para quedarse otras semanas buscando a Kurt. Lo mismo Paul, el hermano fiscal, que está en San Pedro junto a su hija de 4 años que pide por su tío perdido en las velatones.

Ana, la madre de Kurt, cree que sus hijos tienen que retomar sus vidas.

–Pero yo voy a seguir buscando a Kurt. Incluso quiero instalarme a vivir en San Pedro. Para hacer un acto de presencia. Para dar testimonio por último ¡quiero saber la verdad! ¡quiero saber qué pasó con él!

Un viento enceguecedor sopla desde el desierto. Briznas de pasto que vienen de muy lejos rozan la cara como fantasmas. Es imposible atrapar una. ·