Paula 1210. Sábado 8 de octubre de 2016.

La mujer ronda los 30 años y está viajando de Buenos Aires a San Pablo, pero no va de vacaciones: la empresa para la que trabaja la ha enviado a auditar una fábrica de tornillos. Sentada en el avión, hojea el diario apesadumbrada, cuando algo llama su atención: "Concurso de novela La Sonrisa Vertical, Editorial Tusquets". Se queda mirando el aviso. Desde muy chica, la mujer escribe: poesías, cuentos, lo que sea. Alguna vez soñó con estudiar Sociología pero la Dictadura Militar cerró la carrera, así que terminó estudiando Ciencias Económicas, dedicándose a la contabilidad, y la escritura quedó relegada a los tiempos libres

Durante aquel vuelo, piensa: "A la vuelta del viaje me pido una licencia en el trabajo y me pongo a escribir para este concurso. Si no, me voy a quebrar". Vuelve a Buenos Aires, pide la licencia, empieza a escribir. Busca las bases del concurso y descubre que se trata de un certamen de literatura erótica. Sigue escribiendo la misma novela, pero les sube el tono a las escenas de sexo. Termina la novela, El secreto de las rubias, y la presenta en el concurso. Semanas después, recibe una carta de Barcelona que la declara entre las 10 finalistas.

"Fue un shock, porque era lo primero que escribía. No gané, pero al quedar finalista fue la primera vez que pude pensarme en la situación de escritora, pensar: 'si escribo, si me esfuerzo, a lo mejor puedo llegar a hacer algo con la escritura'". Sentada en el living de su departamento en Palermo, Claudia Piñeiro (56)- habla con modestia. Hacer "algo" con la escritura suena escueto, considerando la prolífica carrera que desarrolló una de las autoras más renombradas de Latinoamérica.

El concurso de Tusquets, en 1991, fue un momento bisagra. "Me di cuenta de que escribir era algo demasiado fuerte y, aunque siempre escribí, ya no podía postergarlo. Apareció como un salvavidas que me tiraron en ese momento", diría, años después, en una entrevista con la revista literaria Ñ. Dejó su trabajo contable y consiguió un puesto en una revista para mujeres, Emmanuelle. Luego vendrían otros trabajos como guionista de series televisivas. Tras quedar finalista de un concurso literario de la Editorial Planeta, en 2003, sería otro certamen el que la situaría definitivamente en la categoría de escritora: el Premio Clarín Alfaguara, que ganó en 2005 con Las viudas de los jueves, una novela inquietante que combinaba trama policial con crítica social y que fue best seller inmediato. En los años siguientes publicó seis novelas más –una reedición, Tuya–, todas éxito de ventas, cuatro de las cuales se adaptaron al cine, además de obras de teatro, artículos y columnas periodísticas, y recibió varios premios incluyendo el prestigioso Sor Juana Inés de la Cruz, que entrega la Feria del Libro de Guadalajara.

Separada y actualmente en pareja con el diputado nacional y ex ministro de Justicia Ricardo Gil Lavedra, Piñeiro es madre de tres hijos en edad universitaria. El año pasado publicó Una suerte pequeña, su séptima novela, y ya está terminando la octava. Convocada por Paula, es parte del jurado del Concurso de Cuentos de revista Paula de este año, junto al colombiano Héctor Abad y al chileno Alberto Fuguet. "Me puse muy contenta cuando me invitaron a ser jurado, porque significaba que el premio sigue vivo. Es un gran incentivo para que los escritores poco conocidos puedan publicar", dice.

¿De dónde viene tu pasión por las letras?

Escribo desde que soy lectoescritora, solo que después tuve que hacer infinidad de lecturas para poder aprender a hacerlo bien. Siempre tuve la necesidad de inventar historias escritas, pero no podía imaginarme como escritora porque en mi familia no había ni escritores ni artistas, me parecía imposible pensarlo como otra cosa que un pasatiempo. La forma de vida tenía que ser otra y, si podía escribir, mejor. Pero creo que es ontológico, que uno nace con esto y no sabe bien por qué. Lo que sí sé es que si no escribiera no sería la misma persona. Y cuando estoy escribiendo estoy más centrada en mí misma, me ordena la vida.

Las viudas de los jueves hizo polémica al meterse en el mundo de los exclusivos countries privados. ¿Sentías que hacía falta hablar de eso?

Yo quería hablar de la década del 90. A mí las historias se me ocurren como una imagen, y en este caso la disparó un cuento de Cheever, El nadador, sobre un tipo que recorre piletas de un country de la década del 50 en Estados Unidos. Es una novela más sobre el 2001 que sobre un country, pero como lugar era paradigmático. Y, además, funciona como el cuarto cerrado del policial negro: si es tan difícil entrar y salir, y matan a alguien ahí, el que los mató está dentro.

El policial pareciera ser el género que más te convoca.

A mí me interesa la ficción, y ni siquiera la ficción policial, porque no escribo las novelas con esa intención: yo escribo y en algún momento me toma el policial de camino. Me pasó en todas las novelas anteriores que alguien vino después y le puso ese rótulo. Para mí la única del género es Betibú.

¿Qué rol juega el humor en tu escritura?

Me gusta lo que dice el dramaturgo italiano Luigi Pirandello del humorismo: con un chiste uno se ríe y se olvida; el humorismo, en cambio, hace que te rías y al rato reflexiones sobre estar riéndote de una barbaridad. Me interesa entrar con el humor a ciertos lugares donde no puedo con otras cosas. Tengo un humor muy irónico que quizás muchos pasan de largo. Cuando mi hijo mayor leyó Betibú me dijo: "No sabía que tenías buen humor, ¿de dónde lo sacaste?". ¡Se ve que en casa no se nota!

¿Existe para ti la "literatura femenina"?

Las mujeres ante esa pregunta aprendimos a defendernos y rápidamente decir que no existe la literatura femenina ni la masculina sino buenos libros y malos libros, escritores y escritoras, porque reaccionamos ante un prejuicio. Me he cansado de leer reseñas peyorativas sobre el libro de una mujer porque es "literatura femenina". Hace poco leí la solapa de un libro de una escritora hecha por un gran escritor que alababa el texto "porque no parece literatura femenina". ¡Insólito! Ahora, si uno lo reflexiona, así como un chino va a contar historias de la China de una manera, hay muchas cosas relacionadas con el mundo femenino que una mujer escribe de una manera y un hombre de otra.

¿Qué autores te interesan?

De la literatura argentina Manuel Puig y Juan José Saer, y de los escritores vivos los más importantes son Ricardo Piglia y César Aira. De la literatura universal me interesa Chéjov como cuentista; también Coetzee, David Lodge, que me hace reír o Natalia Ginzburg y su ficción autobiográfica. Leo mucho autores nuevos. Hace poco estuve en Bolivia y me traje libros de Maximiliano Barrientos y Rodrigo Hasbún.

¿Y de los chilenos?

La última vez que fui a Chile traje libros de Nona Fernández y de Lina Meruane, que me gusta mucho. También Zambra, Simonetti, Fuguet, Carlos Franz, y de los más clásicos Bolaño, Lemebel, Donoso.

Los concursos literarios marcaron tu carrera como escritora. ¿Cómo es para ti ser jurado?

Es un trabajo tremendo. Quizás porque empecé mi carrera a través de un concurso, soy muy respetuosa del que manda las cosas. Hay jurados que dicen: "Si leí la primera página y no va, no va", pero yo leo todos hasta el final. El trabajo es encontrar la cota: leer hasta que aparece el texto que se despega del resto, aquel con el que pensás: "Es este el que me marca los que están para abajo y los que están para arriba".

Durante varios años dictaste talleres. ¿Crees que se puede enseñar a escribir?

Se puede, pero si una persona no tiene condiciones para ser escritor, difícilmente un taller lo logre. Los talleres funcionan como orientadores de la lectura, oídos que escuchan lo que escribiste y hacen un aporte, o para corregir imperfecciones técnicas. Para ser escritor se necesita un poquito de talento y mucho de trabajo y de deseo.

¿Qué les dirías a los que aspiran a ser escritores?

Para escribir bien hay que leer mucho, tener el contexto de la literatura universal. Y tener paciencia, porque el camino de la publicación es difícil. Hay gente que se apura y publica solo, gasta una fortuna y después tiene el libro para regalárselo a sus tíos. Lo importante de un libro es que circule: si nadie lo distribuye o lo muestra a otras personas que no sean tus parientes, es un libro que nace muerto.