Cuando conocí a mi ex marido, él estaba separado y tenía un hijo. Yo era joven, tenía 23 años, y aunque en general era tranquila, quería vivir como cualquiera de esa edad: salir, viajar y pasarlo bien. No estaba en mis planes comenzar una relación estable y a largo plazo, ni menos tomar una responsabilidad tan grande como cuidar a un niño. Suena mal, lo sé, pero hay que ser sincera y reconocer que la inmadurez nos hace ver la vida desde otro punto de vista. Aun así, las cosas se fueron dando de manera natural y después de un año de relación, nos fuimos a vivir juntos. En todo ese tiempo la figura de su ex y madre de su hijo era algo que me incomodaba. Ella, obviamente intentaba que su hijo tuviese una buena relación con su papá, más allá de lo que hubiese pasado con ellos como pareja, pero yo, que no había vivido la experiencia de ser madre, solo la veía como una mujer despechada que intentaba hacerle la vida más difícil a mi ex. Y en ese contexto no contribuí mucho a que esa relación se nutriera, aunque sé que no era mi responsabilidad hacerlo.
Estuve con mi ex durante 15 años y fui muy feliz. Nos casamos y tuvimos dos hijos increíbles que, aunque suene cliché, me hicieron cambiar la forma de ver el mundo. La maternidad me hizo cuestionar todas mis relaciones, incluso aquellas que nunca tuve, como con la ex de mi ex. Pero no fue hasta hace un par de meses, cuando decidí separarme, que realmente descubrí lo valioso de ese nexo sororo y familiar. Y uso esos calificativos porque conocer a esa mujer fue probablemente de los descubrimientos más lindos que he tenido en mi vida de madre, de mujer y de amiga.
Nunca voy a olvidar el día en que le escribí por primera vez. Necesitaba algunas respuestas, así que le mandé un WhatsApp. Cinco minutos después del mensaje me llamó y hablamos por lo menos durante una hora y media. Reconocimos experiencias en común y sentí que su apoyo y contención era la misma que hubiese recibido de mis mejores amigas. Jamás me juzgó porque al comienzo de mi relación fui una pendeja descuidada que no se preocupó lo suficiente de su hijo. En esa conversación no hubo críticas, ni recelos, solo contención y la certeza de que teníamos algo en común: nuestros hijos tienen el mismo padre y eso nunca va a cambiar.
Cuando corté, entendí miles de cosas. Me di cuenta de que la construcción que había hecho todos estos años de ella, no era buena y menos justa. Me arrepentí del tiempo perdido y de no haberla apañado cuando ella era la que se había separado hace poco y necesitaba sentir la tranquilidad de que su hijo estaría bien cada vez que visitara a su padre. Me arrepentí incluso de haberla juzgado sin conocerla.
Y es que así se nos ha enseñado históricamente a ver a las ex de nuestros ex. “Tiene que ver con la cultura de competencia en la que nos han criado a las mujeres, que se basa en el pensar que otra mujer siempre es una posible amenaza”, dice la psicóloga Carolina Aspillaga, quien ha dedicado buena parte de su carrera a estudiar las relaciones amorosas. Explica también que en este caso influye la cultura del amor romántico, en el que lo más común es que que las relaciones no terminan desde el cariño, sino que con resentimientos y en muchos contextos la ex se configura como una amenaza para la relación actual.
El problema –agrega Carolina– es que aunque la ex de tu ex no necesariamente tiene que ser una amiga o una aliada, eventualmente pueden haber situaciones en la vida que nos lleven a necesitar de la ex pareja, sobre todo cuando hay hijos, como en este caso. “Si esa relación se da de manera sana y sin recelos y competencias, le estás mostrando también a tus hijas e hijos la posibilidad de nuevas formas de relación donde hay respeto hacia la otra persona, la historia que traía antes y hacia la mamá de sus hermanos”.
Es lindo y necesario liberarnos de esos mandatos, como el que dice que por defecto uno tiene que odiar a la ex de tu ex. Así al menos me pasó a mí en estos meses. Desde ese primer WhatsApp hemos hablado prácticamente todas las semanas. Me invitó a una meditación online que ella hace todas las noches, hace un par de meses. Me dijo que ayudaba a renovar las energías y a partir bien el día. Y me ha servido bastante. También nos hemos juntado a almorzar los domingos, con la familia de mi ex y nuestros hijos.
Es muy fuerte ver cómo la vida te pega cachetadas en la cara. En esos almuerzos mis hijos, que ahora la adoran, se tiran encima de ella y ella los levanta imitando a un avión, con una calidez que le sale por los poros. Les trae de regalo los juguetes que tenía guardados de su hijo cuando era chico. Y yo, que ya no soy la cabra chica de esos años, abrazo a su hijo y lo atiendo como si fuera el mío. Finalmente es el hermano de mis hijos, y se nota que los tres se aman. Y eso nos va a unir siempre. Ahora mis amigas bromean con que tengo una nueva mejor amiga. Y tienen razón. Descubrirlo ha sido lo más enriquecedor de este difícil proceso.