La filántropa del clan

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Francisca Cortés Solari –nieta de los creadores de Falabella– convenció a Corso, la oficina que reúne a su clan familiar, de compartir su riqueza creando un fondo destinado a la filantropía. En esta, su primera entrevista personal, detalla el curioso camino que la llevó a cambiar el rumbo de su vida y por qué se declara enemiga de la codicia.




Paula 1202. Sábado 18 de junio de 2016.

Por la ventana de una avioneta Cesna 172, Francisca Cortés (49), la hija mayor de Teresa Solari, una de las mayores accionistas de Falabella, divisa un trozo de Chile que parece un pedazo perdido del edén: la cumbre de los volcanes Chaitén y Puntiagudo. Más allá, una gruesa culebra de agua esmeralda que cae desde las montañas: el río Palena. Luego, la entrada a uno de los fiordos que se apoderan del mapa aquí, donde parte la Patagonia en la Región de Aysén.

Va rumbo a Melimoyu, un pueblo ubicado a los pies del volcán que le da el nombre a la zona, donde en 2012 Corso –la oficina que administra los bienes de la familia Cortés Solari– por insistencia de Francisca compró 16 mil hectáreas donde, entre bosques de tepas, cipreses y arrayanes, habitan pumas, ranitas de Darwin, pudús y, en su costa, delfines y familias de enormes ballenas azules. Kilómetros y kilómetros de naturaleza prístina que esta diseñadora de vestuario y empresaria por herencia familiar, los convenció de adquirir, pero no para hacer negocios, sino que para hacer conservación ambiental. En parte, porque en ese recóndito lugar, los antiguos dueños habían montado Meri, un centro de investigación de la ballena azul, de la que Francisca decidió convertirse en guardiana tras un sueño premonitorio durante un viaje a Japón.

"Fue un sueño súper simple", recuerda mientras se baja de la avioneta. "Iba por un muelle donde había una playa blanca y un tiburón muerto, con una aleta cortada. Y yo caminaba por este muelle, con puras ballenas al lado que saltaban como pidiéndome ayuda. Al día siguiente fui a Fukushima. Quería conocer el lugar donde estaban las plantas de energía nuclear que destruyó el maremoto. Y me encontré con un mar absolutamente enajenado, enojado. Ahí me empecé a sentir mal. Tenía ganas de vomitar. La guía me dijo que volviéramos a Tokio, pero le dije que siguiéramos. Dos kilómetros después, entramos a un mercado de pescados. Lo primero que vi fue un letrero donde aparecían los tipos de carne de ballena que podías comprar. Ahí me di cuenta de que yo había viajado hasta ese lugar para entender que tenía que convertirme en una protectora de las ballenas", dice convencida.

"Cuando grande entendí el peso de ser parte de una familia con dinero. Decía mi apellido y todo el mundo decía 'ahhhh'. Pasé a ser alguien especial sin querer serlo. Eso de diferenciarse de los demás por dinero me molestaba".

¿Y qué pasó de vuelta en Chile?

Me enteré que otro comprador, que estaba interesado en las mismas tierras que yo en Melimoyu, iba a hacer una oferta. Y entendí que se me acababa el tiempo. Porque yo venía hacía años diciendo en las reuniones de directorio de Corso que necesitábamos invertir en tierras, hacer conservación, porque la humanidad está en un problema grave. Pero pocazo me escuchaban. Me decían "para qué queremos un lugar para conservar si lo nuestro es el retail".

Pero más allá del sueño, ¿por qué era tan importante para ti que tu familia invirtiera en tierras y en proteger a la ballena azul?

Porque a través de ella podemos estudiar el ecosistema completo y darnos cuenta del daño que le estamos haciendo al planeta. De la ballena azul dependen 400 especies. Si ella corre peligro, corren peligro todas las demás. Y para mí también era importante, porque sé lo que está sucediendo en el planeta. Los científicos hablan de que al planeta le quedan 30, otros 50 años y yo creo en eso. Por eso en las reuniones yo insistía: ¿Qué mundo les vamos a heredar a nuestros hijos? ¿De qué sirve que les deje dinero si no van a tener cómo tomar agua, porque va a estar contaminada? ¿Si no va a haber pesca, porque los océanos van a estar sobreexplotados y degradados como está pasando?

¿Y qué hiciste para convencerlos si te decían que no?

Llamé al dueño de las tierras y le dije "dame dos días". Corté, llamé a mi mamá, a mi hermano, a todo el mundo para tratar de convencer al directorio de Corso. Les pedí una reunión. Armé una presentación con muchas fotos para que vieran los efectos del cambio climático. Y les dije "Tenemos la posibilidad de invertir en un lugar que será una zona de refugiados climáticos". Y ahí, de rodillas, le dije a mi hermano (Juan Carlos Cortés, presidente de Corso y vicepresidente de Falabella): "Yo no puedo comprar sola esa reserva, pero siento que es un mandato, que debemos protegerla. Por favor, dame cuatro años".

¿Cuatro años para qué?

Para demostrarle que la conservación es un tema urgente para la humanidad. Y que esta decisión iba a ser algo de lo que nos sentiríamos orgullosos como familia. Y entonces me dijo "ya".

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EL INICIO DE UN CAMBIO

20 años atrás, Francisca Cortés no imaginaba que algún día se interesaría en la filantropía. Su historia, hasta entonces, no había estado marcada por sobresaltos. Aunque desde chica se sintió el bicho raro de la familia por ser disléxica. "Me costó aprender a leer, a escribir, se me iba la onda, era súper dispersa", dice.

Por eso sus días en el colegio Los Andes los recuerda como un calvario. "Pasaba en clases particulares, escuchando que era tonta, porque en esa época, si eras disléxica, eras tonta. En el colegio me perseguían para decirme que el moño tenía que ser de tal manera, que el uniforme tenía que taparme lo más posible. Me hacían la vida imposible", dice. Fue entrando a séptimo básico cuando se le acabaron las razones para seguir ahí, luego de que expulsaran a su mejor amiga, porque sus papás se habían separado. "Entonces, le dije a mi mamá: 'O me sacas o hago que me echen'". Y así, tras convencerla, de un colegio Opus Dei, Francisca saltó a El Dorado, mixto y mucho más sencillo.

"Mi sueño siempre fue ser independiente. Demostrar que podía sola. Quería hacer mi propio camino. No ser la hija o la nieta de".

¿Y te gustó el cambio?

Sí, fíjate. Es decir, claro, era más raro. La estructura, los baños, las salas de clases eran más humildes, más cercano a la realidad. Pero lo cierto es que ahí realmente renací. Ese colegio me ayudó a creer más en mí y a mirar la diversidad. Convencida de que por su dislexia solo podía acceder a "sueños cortos y chicos", cuando salió del colegio se inscribió en Diseño de Vestuario en el instituto Incacea. Tras titularse, buscó trabajo en una fábrica como encargada de diseño de una línea de algodón.

¿Y por qué esquivaste el negocio familiar?

Porque uno de mis sueños siempre fue ser independiente. Y también demostrar que podía sola. Quería hacer mi propio camino. No llegar a un lugar y ser la hija o la nieta de.

¿Te pesaba el apellido?

Siempre me di cuenta de que era un tema, pero cuando grande entendí el peso de ser parte de una familia con dinero. Cuando decía mi apellido, todo el mundo decía 'ahhhh'. Pasé a ser alguien especial sin querer serlo. Y eso de diferenciarse de los demás por dinero era un tema para mí. Me molestaba. Incluso se saltaban mi apellido. De llamarme Francisca Cortés, me empezaron a decir Francisca Solari o Francisca Solari Falabella. Se saltaban a mi papá y eso me dolía.

A los 24, se tomó un año sabático para cumplir un sueño: correr en Fórmula 4. Ahí conoció al empresario automovilístico Claudio Israel. Como compartían el gusto por los autos, los viajes, los deportes, se emparejaron y al poco tiempo llegaron sus hijas Fernanda y Javiera. 10 años después llegaría el tercero, Nicolás. Con la vida más armada, Francisca volvió a trabajar: junto a su hermano, montaron Rebels, la tienda especializada de golf. Fue por esa época cuando murió su abuela Eliana Falabella y su madre y sus tías recibieron por herencia una fortuna. Poco tiempo después, una llamada por teléfono de su marido marcó el inicio de un cambio en su deriva: a Jeremías, el hijo mayor de su primer matrimonio, le habían encontrado un tumor cerebral, grave y raro, con solo 17 años. "Hasta ese día, yo era de las personas que me levantaba y hacía mi vida sin preguntas. Pero ahí se me apareció un universo de dudas existenciales para las que no tenía respuesta. Me empecé a cuestionar por qué podía pasarle algo así a un niño, pero también por qué yo tenía plata, por qué hay gente pobre. ¿¡Por qué?! Y ahí me dije: 'Yo a todo esto le tengo que encontrar una explicación'".

"Yo me veo como una enlazadora de mundos. Y creo que eso tiene que ver con una capacidad mía de no mirar a nadie en menos".

Obsesionada en entender cómo y por qué se gatillan las enfermedades, se puso a estudiar. "Pero me fui por el lado esotérico", dice. Empezó a leer los libros de Patricia May, a tomar cursos de reiki, de flores de bach. Guiada por una amiga, se inscribió en un curso de coaching. "Y fue ahí donde en mi vida empezó un antes y un después", dice. "Empecé a ver cosas que nunca había visto, a entender cuál era la herida que había arrastrado y el juicio que me había llevado a no pegarme saltos más grandes".

¿Y cuál era ese juicio, esa herida?

Que me había tragado la creencia de que era una tonta por ser disléxica, y que supuestamente no podía aprender. Que por eso era insegura y no me atrevía a sacar la voz. Ahí entendí que me habían cagado la vida en el colegio, porque me habían insegurizado a tal punto que no me veía a mí misma. Recién ahí empecé a ver quién era yo. Y me gustó, porque empecé a valorarme. Me di cuenta de que podía hacer cosas grandes si trabajaba lo que era débil en mí. Y me picó el bichito por aprender, sacarme de encima ese discurso y reconstruirme.

Ese proceso se tradujo en varios años estudiando Coaching Ontológico, Sicología Transpersonal, Bioenergética y Danza Primal. En esa época participó por primera vez en un temascal. "Y olvídate lo que fue esa cuestión, cuando vi que dentro de la ruca arrojaban infusiones medicinales a unas piedras calientes que llamaban abuelas. Yo no entendía nada, pero me di cuenta de que quería aprender cómo era el diseño de la cosmovisión de los pueblos indígenas: cuál era el sentido de sus ceremonias, qué era una danza al sol, qué eran las cuatro direcciones".

¿Y en tu casa qué dijeron? ¿Nos cambiaron a la Francisca?

Esa podría ser una pregunta para mi marido. Ahora, viéndolo desde sus ojos... Obviamente yo creo que sí. Hoy puedo ver mi gula por querer aprender. Porque todo lo que estaba aprendiendo, sin querer lo traté de traspasar en mi casa. Me costó entender que era mi proceso y que nadie tenía por qué seguirme el ritmo. Pero, más que cambiar, yo creo que me conecté con lo que siempre había sido. Cuando te sanas, se te va aclarando la vida y puedes ver. Y esa es la diferencia entre mi vida de antes y la de ahora. Antes no cachaba nada. Ahora sí. El costo de eso es que al ser cada vez más consciente de lo que pasa en el mundo y en tu vida, no te puedas hacer más la loca. Aunque, como digo yo, siempre puedes elegir si quieres ser una vieja de mierda o una vieja sabia. Yo preferí ser sabia.

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ENTRE CHAMANES Y CONSTELACIONES

Todavía no muy segura de qué rumbo iba a tomar su vida en esa nueva etapa, Francisca siguió trabajando en la tienda de golf. En paralelo, su mamá y tías empezaron a buscar la vía de armar una fundación en vista de que cada vez más personas se acercaban a la familia a pedir plata. "Y, como me veían en este cuento, un día me quedaron mirando y me dijeron 'Ya, tú hazte cargo'".

15 millones fue el aporte que recibió en 2003 de cada heredera del clan Solari Falabella para poner en marcha el primer summer camp para los hijos de los trabajadores del Club Hípico. Al año siguiente, Francisca decidió repetirlo pero bajo el alero de Caserta, como llamó a la naciente fundación de la familia. En el camino, una de sus tías le pidió resolver un favor que le había pedido un cura amigo: construir una multicancha en un colegio vulnerable. En vez de regalarles la plata, Francisca diseñó, de manera intuitiva, un programa deportivo, para que, cuando el gimnasio estuviera en pie, los niños aprovecharan mejor las instalaciones. "Pero ahí, con los profesores de educación física que contraté, nos dimos cuenta de que todos los niños eran obesos y que, si queríamos generar un cambio, había que trabajar con el director, con los profesores, cambiar el sistema de alimentación y sacar a los niños de la sala de clases", dice.

Eso fue lo que hizo en la siguiente intervención, cuando la sostenedora de tres colegios en La Pintana le pidió implementar su incipiente programa en sus escuelas. Entusiasmada con su nuevo desafío, Francisca decidió renunciar a su trabajo en Rebels y abocarse por completo a la fundación, para que más colegios se sumaran a su plan: implementar una metodología que permitiera a los niños aprender felices. Para eso, y en vista de que cada año su mamá y tías le daban más aportes en plata, se impuso una primera gran meta: comprar un parque. "Lo que yo quería era convertir a la naturaleza en una gran sala de clases", dice. Likandes, en el Cajón del Maipo, fue el primer parque educativo (y que, tras ser elegido por el Premio Pritzker Alejandro Aravena, por estos días se exhibe en la 15ª Bienal de Arquitectura de Venecia, que reúne las obras más innovadoras a nivel internacional). Luego vino Puri Beter, en San Pedro de Atacama.

Viendo que el modelo resultaba tan exitoso y que al corto tiempo trabajaban con más de 20 colegios, a los aportes que en un principio hacían de manera particular su mamá y sus tías, se sumó el de Corso, el family office. "Y así, sin ponerle nombre, y sin mucho darnos cuenta, con el directorio empezamos a hacer filantropía".

¿Y cómo sabían ellos que no estabas botando la plata?

Ese fue un gran tema, porque como con el equipo que formé hacíamos cada vez más cosas, yo pedía cada vez más plata. Entonces me llamaron al orden. Querían saber si estábamos haciendo bien las cosas, porque no confiaban mucho en mí. O sea, sí confiaban, pero siempre con un dejo de "pucha, ¿esta estará haciendo las cosas bien?". Además, yo veía que cada día se nos abrían posibilidades de hacer más cosas, como la conservación. Pero ellos no lo entendían. Al punto que había días donde salía del directorio con los ojos llenos de lágrimas.

¿Pero qué guiaba lo que le proponías al directorio?

Al principio fueron mis intereses, mis obsesiones por generar cambios en la educación. También harta intuición. Después se sumó la urgencia de hacer algo por el medio ambiente. Entremedio apareció la posibilidad de comprar tierras en el sur, apoyar la investigación sobre las ballenas y me fui casando con ese tema.

¿Pero por qué, de trabajar en educación, quisiste convertirte en conservacionista? ¿Conociste a Douglas Tompkins?

No. No lo conocí. Siempre he actuado por instinto y porque creo que tengo una conexión. Yo me guío mucho por los mensajes, incluso por el colibrí que entra por una ventana.

Esa conexión con el mundo trascendental, más allá de lo físico, Francisca lo aprendió en su acercamiento a los pueblos indígenas.

¿Qué despertó tu interés por los pueblos originarios?

Su espiritualidad. Hasta ese momento yo renegaba ese lado de la vida. Sentía que la espiritualidad estaba solo en la religión, una cosa impuesta a la que soy absolutamente contraria. Ellos me reconectaron con el amor por la tierra, los animales, las personas, las culturas, las ceremonias, los ritos y me enseñaron que eso es la espiritualidad.

¿Cómo lo hiciste para entender su cosmovisión?

Le pedí a una amiga chamánica que me enseñara. Así entendí que todos los pueblos indígenas guían su vida según las cuatro direcciones: el este, por donde sale el sol, es la vida, y el oeste, por donde se esconde, la muerte. El sur son los ancestros y el norte, los descendientes. A esas se suman el cielo, que simboliza al padre, la tierra, que es la madre y nuestro corazón, donde se cruzan todas las direcciones.

¿Cómo marcó tu nuevo camino saber todo eso?

Mucho, porque fue un chamán y líder espiritual mexicano, Aurelio Díaz Tekpankalli, quien me planteó la gran pregunta. Durante una ceremonia de la Danza al Sol, me dijo: "¿Qué quieres hacer Francisca? ¿Tener una fundacioncita o de verdad hacer algo que genere un impacto y comprometerte a no echar pie atrás?". Esa fue la primera vez que dije "yo de verdad quiero esto, pase lo que pase". Ese día me comprometí a trabajar para transformar lo que estaba haciendo en un gran legado. Le dije que yo iba a ser la nana del Gran Espíritu. Te lo juro por Dios. Y en eso estoy desde entonces, siendo muy obediente.

¿Por qué te sientes comprometida con los pueblos originarios?

Porque me doy cuenta de que son los últimos que tienen la conexión con el espíritu de la tierra. Ellos han sido quienes han cuidado durante milenios el ecosistema para nosotros, han luchado por defender nuestra identidad y nosotros nos hemos encargado de hacerlos pedazos. De lo que no nos hemos dado cuenta es que al hacerlos desaparecer a ellos, estamos haciéndonos desaparecer a nosotros mismos.

Pero la gente tiene la impresión de que es el empresariado, el mundo al que perteneces, el que ha aportado a quebrar la espiritualidad del mundo. ¿Sientes que es tu misión empezar a sanar ese daño?

Sí. Me encantaría que los empresarios tuviesen una visión menos sesgada y que pudiesen aportar al desarrollo de un mejor país. Que entendieran que no todo se trata de utilidades económicas, sino también de revalorizar y proteger activamente lo nuestro: nuestra gente, nuestros paisajes, nuestros ecosistemas. Deberían tener un rol más activo y comprometido en ese sentido.

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¿Te has parado en un foro de empresarios a hablar de esto?

No. Pero he ido a universidades y me paro a hablar de todo esto, porque veo que la gente que lidera el país es gente vieja. Y, perdón por expresarme así, pero es cierto: es gente anticuada, que podrá tener muchas habilidades propias del antiguo paradigma –competencia, exitismo, individualidad–, pero del nuevo paradigma donde las cosas se resuelven en colectivo, no cachan nada. Eso pasa en todo el mundo. Pero como vivo en Chile viendo a mis políticos y a mi gente, puedo decir que estoy viendo eso. Y me duele. Me duele tanta injusticia.

¿Sientes que tu mundo te ve como un bicho raro?

No sé. Y, la verdad, me da lo mismo. Hasta ahora nunca he recibido ningún rechazo ni me he sentido perseguida. Sé que como soy mujer y soy dama, genero eso de "¿Aló? ¿Quién es esta mina?". Pero resulta que si se sientan a hablar conmigo se dan cuenta de que no hablo sin saber. Por eso me veo como una enlazadora de mundos. Y creo que eso tiene que ver con una capacidad mía de no mirar a nadie en menos.

¿Te genera conflicto tu dualidad?

No, lo veo como un valor, porque sé convivir entre dos mundos. Porque claro, a nosotros nos llegó una fortuna que forjaron mis abuelos, pero fue con sacrificio. Entonces, ¿qué vamos a hacer? ¿Vivir la vida como si eso no tuviera importancia? Uno tiene la responsabilidad de seguir los negocios. Es parte del legado y del sistema, pero también es una responsabilidad compartir. Porque pucha, hemos ganado tanto. Y de verdad sí. Uno se hace rico. Entonces, si a uno le sobra, compartámoslo. Porque, ¿para qué más? A mí la vida me puso en una situación privilegiada. Y claro que tengo apego a las cosas materiales. Pero no entiendo la codicia, esa ambición que va mucho más allá, porque entiendo que el valor de la vida está en las cosas simples y en los vínculos.

"Me encantaría que los empresarios entendieran que no todo se trata de utilidades económicas, sino también de revalorizar y proteger activamente lo nuestro: nuestra gente, nuestros ecosistemas".

¿Por qué te interesaste en indagar la historia de tus antepasados?

Porque en un momento, sin tener idea de qué se trataba, fui a una constelación familiar. Ahí me di cuenta de que algo en mi historia familiar me resonaba y me hacía sentir culpable.

¿Culpable de qué?

Culpable de lo que tenía. Y creo que por eso, en el fondo, partieron mis preguntas. Sentía que quién era yo para tener esta vida. Me daba vergüenza. Por eso no me gustaba que supieran que era de la familia Falabella. Eso fue un temazo en mi vida.

¿Y cuándo te lo perdonaste?

Cuando empecé a recopilar cartas de mis bisabuelos y entendí que detrás de ellos había una historia de riqueza, pero también de sufrimiento. Por el lado de mi abuela, mi tatarabuelo era un noble. Su hijo sastre fue el que vino a invertir su fortuna a Chile. Pero por el lado de los Solari, hubo mucho sufrimiento. Mi bisabuelo se vino con tres de sus once hijos y nunca pudo reunir a la familia. Yo tengo las cartas de esa época y pienso que él se murió de pena. Eso me hizo entender que en mi vida existían dos mundos y que podía transitar en la dualidad.

¿Y qué pasó cuando entendiste todo eso?

Cambié la culpabilidad por el agradecimiento. Hoy soy una agradecida de lo que tengo, porque me permite cumplir mis sueños y poner mi creatividad al servicio de otros. Esa gratitud hizo que me comprometiera con el Gran Espíritu, con Dios, con la vida, de que igual lo iba a pasar bien y todo el cuento, pero que mi labor en la vida iba a ser esa: compartir lo que tengo. Y creo que esa misión la estoy cumpliendo.

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