La fotógrafa de las mujeres valientes
La fotógrafa estadounidense Paula Allen (57) tiene la particularidad de haber documentado con su lente la intimidad de la vida de mujeres y niñas en zonas de conflicto o guerra a las que siguió durante décadas. Su registro más extenso es el que hizo con un grupo de chilenas: durante 25 años viajó a Chile a registrar la búsqueda de las mujeres de detenidos desaparecidos de Calama que barrían el desierto buscando sus restos, trabajo que ahora está exhibiendo en el Museo de la Memoria.
Paula 1172. Sábado 25 de abril de 2015.
En 1989, Paula Allen viajó por primera vez al Desierto de Atacama para fotografiar a las mujeres de Calama que recorrían la pampa buscando los restos de 26 hombres que habían sido ejecutados el 19 de octubre de 1973 por la Caravana de la Muerte del general Sergio Arellano Stark. Sin información oficial del paradero de sus seres queridos, ellas salían solas a buscar sus restos en la vastedad del Desierto de Atacama. Durante 25 años Paula volvió una o dos veces al año a Chile a fotografiar la búsqueda de las mujeres de Calama, cavó con ellas en el desierto, y las acompañó en momentos clave, como cuando en 1990 encontraron una fosa común con los restos destrozados de sus hombres, o cuando en 2008 las mujeres se enteraron de que solo habían encontrado fragmentos porque los cuerpos habían sido desenterrados y arrojados al mar. Con estas fotografías publicó un libro en 1999 llamado Flores en el desierto, del que editó una nueva versión ampliada en 2013. Sus fotografías fueron parte del documental Nostalgia de la luz, de Patricio Guzmán, también inspirado en las mujeres de Calama. Hasta junio, Paula Allen exhibe por primera vez este trabajo en Chile, en una exposición del Museo dela Memoria y los Derechos Humanos con 58 fotografías que registran con gran delicadeza y emoción la búsqueda de las mujeres de Calama.
¿Cuándo comenzó tu interés en fotografiar historias de mujeres?
Yo tenía 20 años, estaba estudiando en un college en Boston y mi papá me regaló una cámara fotográfica para mi cumpleaños. Cuando tomé la cámara sentí que tenía en mis manos un vehículo para expresar mi voz en el mundo. Dejé la universidad y me fui a hacer fotos a Nueva York, quería empezar cuanto antes. Conseguí que la revista Newsweek me enviara a Washington DC a fotografiar una protesta de mujeres contra las armas nucleares. Yo nunca había estado en una protesta antes y quedé fascinada. Miles de mujeres encerraron al Pentágono en un círculo, tomadas de las manos. Algunas tejían unas telas alrededor del Pentágono, una actividad muy femenina, como tejer, para encerrar el mayor centro de poder militar del mundo. Al fotografiar a las mujeres que se manifestaban, me sentí parte de ellas. Yo quería ser como ellas, luchar por los derechos humanos, pero usando mi cámara.
Leonila Rivas pasó más de 30 años buscando los restos de su hijo. Murió antes de que los identificaran.
Mientras otros fotógrafos en zonas de desastre se enfocan en la guerra y la violencia, tú buscas estas otras historias protagonizadas por mujeres.
Ni siquiera tengo que buscarlas, ellas aparecen. En los peores lugares he encontrado a mujeres luchando por cambiar las cosas, con gran coraje y creatividad, en todos los rincones del mundo, también aquí. La tenacidad de las mujeres de Calama, que llevan más de 40 años buscando los restos de sus seres queridos. O Agnes Pareyio, en Kenia, que ha evitado que miles de niñas sufran mutilaciones genitales femeninas (MGF). Cuando la conocí, en 2000, ya había salvado, ella sola, a 1.500 niñas y recorría las aldeas enseñando a la gente lo innecesario y peligroso que es este ritual. Esas son historias que necesitan ser contadas, y que muchas veces los medios o la historia oficial pasan por alto.
¿Cómo te involucraste en el proyecto con las mujeres que buscan a sus desaparecidos en Calama?
En 1989 la revista Newsweek me envió a cubrir la transición del poder desde Augusto Pinochet hasta Patricio Aylwin. La noche antes de viajar vi la película El baile de la esperanza, de Deborah Shaffer, quien también vivía en Nueva York. Una escena me conmovió. En el desierto estaban reunidas las madres, esposas e hijas de los 26 hombres que habían sido ejecutados porla Caravana dela Muerte en Calama. Era el aniversario de las desapariciones de sus seres queridos y ellas lanzaban claveles rojos al aire, porque no tenían una tumba para dejarles una flor. De inmediato quise conocerlas. La directora de la película me escribió una carta de recomendación para Violeta Berríos, presidenta dela Agrupación en Calama. Llegué justo el 25 de diciembre y ese mismo día de Navidad la acompañé a ella y a un grupo de mujeres al Valle dela Luna, con palas y linternas, a buscar los restos de sus hombres. Yo fui como fotógrafa, pero al poco rato tomé también una pala y ayudé a las mujeres a cavar. Durante una semana, Violeta, Vicky y Leonina, me acogieron en sus casas, me contaron sus historias y día tras día volvimos al desierto.
"A los 20 años, cuando estaba en el College de Boston, mi papá me regaló una cámara para mi cumpleaños (...). Sentí que tenía en mis manos un vehículo para expresar mi voz en el mundo".
A los 3 o 4 meses de ese primer viaje, ellas me avisaron que habían encontrado una fosa común secreta a 15 kilómetrosde Calama, con pequeños trocitos de huesos, restos de telas. Volví en octubre de 1990, justo para el aniversario de la muerte de sus hombres, pero esta vez, ellas en vez de lanzar la flor al aire, la depositaron en el lugar donde encontraron la fosa. Por eso el libro con sus fotografías lo titulé Flores en el desierto. Mi compromiso con ellas no ha disminuido en estos 25 años. Todos los años vuelvo a Calama y nos escribimos cartas, ahora mails.
¿Qué fue lo que te comprometió tanto con ellas?
Me comprometí primero porque había una urgencia en sus historias. Cuando llegué a Calama la primera vez, ningún medio hablaba de ellas, estaban tremendamente solas en su búsqueda de los cuerpos, de verdad y de justicia. Sentí la urgencia de publicar estas fotos, de dar a conocer lo que pasaba en Chile. Además, la historia de las mujeres de Calama no ha terminado. Las mujeres, los hijos y ahora los nietos todavía están pidiendo justicia por estos crímenes y aún esperan la identificación de ocho de los hombres cuyos restos no han sido encontrados. Aunque nunca conocí a sus hombres desaparecidos, me han contado tanto de ellos, que siento como si los conociera. Y a veces, cuando he dado conferencias en Estados Unidos y empiezo a hablar de los ejecutados de Calama y de las mujeres que los buscan, siento la presencia de ellos ahí, como si se hicieran presentes los 26 juntos.
La primera vez que Paula Allen se encontró con las mujeres de detenidos desaparecidos de Calama, el 25 de diciembre de 1989, las acompañó al Valle de la Luna, con palas y linternas, a buscar los restos de sus hombres. "Yo fui como fotógrafa, pero al poco rato tomé también una pala y ayudé a las mujeres a cavar".
¿Por qué es importante para ti formar un vínculo con tus fotografiados, no tomar distancia, sino que lo contrario?
Mi trabajo está basado en la intimidad y confianza con los sujetos que trabajo, es la documentación de vidas y emociones que evolucionan a través del tiempo. No me gusta fotografiar a gente que se siente obligada, sino a aquellos que quieren ser fotografiados después de conocernos. La fotografía para mí se trata de generar cercanía e intimidad. No distancia.
¿Qué piensas cuando ves todas esas cosas terribles que les pasan a las mujeres?
Me niego a que las mujeres sean definidas solo por esa situación de violencia o ese momento terrible del que fueron víctimas. No son víctimas, son sobrevivientes. Al refugio "City of Joy" para mujeres que sufrieron violencia sexual en el Congo he vuelto varias veces desde 2007 y vi cómo ellas volvieron a reír, a bailar. En todas partes, no solo en zonas de desastre, las personas necesitan contar sus historias, ser escuchadas y tener tiempo para sanar.
Vicky en la orilla del Océano Pacífico en octubre de 2008, después de que la investigación oficial revelara que los restos de los 26 hombres fueron removidos de la fosa común y arrojados al mar. "Cuando supimos esa versión, fuimos al mar, frente al lugar donde se supone que habían lanzado los restos", dice Paula Allen.
¿En qué otros proyectos estás trabajando ahora?
En el proyecto "V-Day" con Eve Ensler (Monólogos de la vagina), en el Congo y también en Kenia, apoyando a Agnes Pareyio, que abrió dos refugios para salvar a las niñas de la mutilación genital femenina (MGF), financiados por V-Day. En Kenia, miles de niñas mueren producto de estas mutilaciones que se hacen como un ritual previo al matrimonio a los 9, 11 o 13 años. Muchas niñas en el refugio escaparon de sus casas para evitar que las mutilen. Agnes educa a sus familias sobre el tema y fue una promotora clave de la ley que prohíbe en Keniala MGF. Todos los años vuelvo y he visto a muchas de las niñas felices en el colegio y también a algunas ir a la universidad.
Mónica Muñoz Mayta y Ruth Mayta Ríos, hija y esposa de Milton Muñoz Muñoz, aún desaparecido.
"Me niego a que las mujeres sean definidas solo por esa situación de violencia o ese momento terrible del que fueron víctimas. No son víctimas, son sobrevivientes. Al refugio 'City of joy' para mujeres que sufrieron violencia sexual en El Congo he vuelto varias veces desde 2007 y vi cómo ellas volvieron a reír, a bailar".
Además, en el refugio ocurrió algo inesperado. Conocí y adopté a una niña keniana, Simaton, que ahora es mi hija. Ella afortunadamente logró salvarse de la mutilación genital cuando tenía 9 años, la adopté cuando tenía 15 y se vino a vivir conmigo a Nueva York. Ella ahora tiene 21, es masái, alta, hermosa, imponente. Hace un año decidió volver a Kenia para estudiar en la universidad en su país. Lo que me parece muy bien. Ahora voy mucho más seguido a Kenia, porque ahí vive mi hija.
¿Es tu única hija?
Sí. Fue algo que me ocurrió gracias a mi trabajo y ha sido hermoso. No pensaba en ser madre, nunca quise dar a luz. Pero ocurrió con Simaton, nos encontramos la una a la otra y esta era la relación que teníamos que tener juntas, ser madre e hija. Estamos aprendiendo. Tener a Simaton ha sido conocer otra parte de mi corazón que se ha abierto y estoy aprendiendo algo nuevo sobre el amor y sobre ser humana. Gracias a ella.·
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