La historia de Antonia
En diciembre, una denuncia por violencia había sido el punto final del pololeo de su hija. Eso pensaba María Consuelo, quien se enteró de que la relación había continuado solo después de la trágica muerte de Antonia, quien cayó del departamento de su pareja el 7 de febrero. Esta es la historia desde la perspectiva de la madre.
A las 16:45 horas del martes 7 de febrero Antonia Garros (23) le dijo a su mamá, María Consuelo Hermosilla (50), que iba a la casa de una amiga. Horas más tarde, ella se acostó para ver la televisión. Estaba en eso cuando su otra hija, Rosario (21), entró a la pieza y le dijo: “La Antonia tuvo un accidente”.
Su hija mayor murió tras lanzarse del piso 13 del departamento donde vivía su ex pololo, Andrés de 33 años. Eran pasadas las 12 de la noche y los Carabineros habían llegado al departamento donde se encontraba Antonia y Andrés, alertados por el conserje por una trifulca en el lugar. Los policías estaban en el procedimiento cuando ella se lanzó al vacío por la ventana.
Hoy, a pocos días del fallecimiento, él está citado en calidad de testigo del suicidio de Antonia y próximamente se presentará una querella contra quienes resulten responsables por su muerte. Por su parte, María Consuelo dice que no va a descansar hasta sacar la Ley Antonia, para que la inducción al suicidio sea tipificada como un homicidio o femicidio, y para ampliar la Ley de Violencia Intrafamiliar al pololeo, que hoy no se contempla por no considerarse una relación formal, y solo se aplica en matrimonios, convivientes o personas con un hijo en común. Esta es su versión.
Un hombre sin alma
"Antes de pololear con este hombre de 33 años, mi hija tuvo otros dos pololos. Al último lo conoció hace dos años. Una amiga de la Antonia la invitó con la Rosario a una fiesta en la casa de un amigo. Era el hermano chico de este tipo. Como yo siempre las acarreaba de un lado a otro, esa noche me llamaron tipo 3 de la mañana para que las fuera a buscar".
"Su familia vivía en un lugar muy exclusivo, para llegar había que pasa por un bosque. Cuando las recogí, venían hablando del carrete, una le decía a la otra 'oye, el huevón extraño que estaba ahí, me cayó pésimo', refiriéndose a este hombre mayor. Al preguntarles por qué, la Antonia me respondió 'tenía una mirada rara, como de hombre sin alma'. Esa frase nunca se me olvidó. Cuando supe que estaban juntos me extrañó tanto –por lo que me dijo la primera vez que lo vio–, pero ella me decía 'ya lo he conocido más y lo que pasa es que es tímido'".
"Me contó que le gustaba y le encantaba que fuera tan macho. En un principio se entretenía. La llevaba a andar en moto porque competía. Estaba súper entusiasmada. Pero no tenían ningún amigo en común. Desde siempre mi hija fue muy buena para salir a bailar con su grupo de amigas, pero cuando empezó con él, se iban temprano porque era completamente celoso, y con diez años de diferencia, obviamente que tenían intereses distintos. Sus amigas le decían que era tóxico. Comenzaron a alejarse de ella. Él fue compañero de colegio de mis sobrinos, lo conocían y me dijeron que era violento. Cuando yo le transmitía esto a la Antonia, se alejaba. Y él también. Para las celebraciones familiares o cumpleaños llegaba siempre tarde, cuando la mayoría de los invitados se había ido, porque sabía lo que pensaban de él".
“Siempre eran bromas”
"La primera vez que me di cuenta de una agresión fue cuando llevaban como seis meses de pololeo. Estaban en un asado en mi terraza y escucho que la trata de 'huevona'. La llamé a mi pieza para decirle que no permitiera eso, que no tenía por qué aceptarlo, pero me dijo que era una broma. Siempre eran bromas".
"Nosotras vivimos con mis papás en una casa de dos pisos. La Antonia, la Rosario y yo dormíamos en el segundo. Como éramos puras mujeres, solíamos caminar desnudas después de salir del baño para, por ejemplo, ir a buscar algo al clóset. Me empecé a fijar, y tenía moretones en los brazos, en sus piernas. 'No me pasó nada, me caí', me decía. De un día para otro mi hija se convirtió en una persona 'torpe', según ella. En una ocasión me contó que a su pololo le daba nervio y de broma la pellizcaba. No aguanté más y le dije que iba a hablar con él. La Antonia puso una cara de pavor, me rogó que no lo hiciera, se indignó conmigo y me dijo que era un juego".
"Ella sentía terror. Andaba súper irritable. Rompía cosas. Era como una olla a presión. La llevé al psiquiatra y al psicólogo. Le dieron remedios, pero nunca les contó nada de esto. Pasé por muchas estrategias: hablarle en buena, en mala, castigarla, hasta decirle que se fuera de la casa, pero me di cuenta de que cuando le prohibía algo, siempre terminaba en problemas con él. Era otra Antonia".
Piso 13
"Hace siete meses aproximadamente, él se fue a vivir solo porque sus papás le regalaron un departamento en el piso 13. Ese día sentí que iba a pasar una desgracia. Siempre supe que podía pasar algo más grave. Desde ese momento, las salidas de la Antonia se hicieron incontrolables. Se quedaba cuatro noches allá y dormía tres en la casa. No le importaba pelearse con el resto. Estaba muy presionada. Los mensajes que él le mandaba por Facebook eran como 'vente para acá que estoy aburrido'. Y ella partía. Siempre pidiéndole perdón. El 13 de agosto estaba sentada en su cama en el departamento viendo una de esas películas que él veía –como Batman o algo así, porque los gustos de él empezaron a ser los de ella–, y por un motivo que no recuerdo, él se molestó y le tiró agua de un jarro en la cabeza. Me llamó, la fui a buscar y me contó. Nuevamente intenté decirle que quería hablar con él, pero no quiso. No le insistí para que se desahogara y me hablara más tranquila respecto de lo que había pasado. Al otro día se juntó con él. Me dijo que le había puesto color".
"Meses después, en diciembre, yo estaba almorzando en mi casa cuando me llama mi hermano y me dice: 'por lo visto no estás enterada. El pololo de la Antonia le sacó la chucha'. Ese día él pidió que fuera a comprarle comida su perrito –un labrador cachorro que ella le había regalado–, pero Antonia no pudo porque tenía que ir a clases. Una vez en la casa, él llegó del trabajo, se indignó y la agredió. La sacó de una patada del departamento. Mi hija se cayó. Los vecinos salieron a ayudarla. Cuando se levantó para tocar la puerta y pedirle su cartera, él le pegó un combo en la guata, yo misma vi esto último en las cámaras de seguridad. Llegaron los carabineros y se lo llevaron detenido. Al poco rato lo soltaron. Como era pololeo, no se aplicaron medidas. Si hubiesen sido convivientes, habría tenido más gravedad. La Antonia hizo la denuncia el 9 de diciembre. La mandaron a una psicóloga del SERNAM. Fue una sola vez. Según ella, no la llamaron más, hasta el día en que murió, que recibí una llamada preguntando por ella. Ya era muy tarde".
Los últimos meses
"Después de la denuncia me contó todo lo que él le hizo durante su pololeo. No lo vio más. Estuvo tres días muy mal, pero después retomó sus amistades, anduvo normal, como si hubiese vuelto la Antonia de siempre. Durante estos dos meses dormimos todas las noches juntas, se acostaba conmigo, hablábamos. Nos fuimos a Pucón de vacaciones. Ella estaba feliz. Cuando volvimos como a fines de enero me dice que le gustaba un niño. Vi su perfil en las redes sociales y le dije que no me tincaba tanto, porque andaba en moto y tenía como 20 años. Desde ese momento se empezó a comportar de la misma manera que lo hacía cuando estaba con su ex. Salía con pura gente desconocida. Llegaba a la casa pasada a cerveza. Y ahora nos dimos cuenta: era el mismo de siempre. Nos hizo tontas a mí y a sus amigas. Ese tal amigo nunca existió sino que era este hombre. No sabemos cómo retomaron contacto. Él la tiene que haber buscado y ella también debe haber querido encontrarlo. Nos enteramos la noche del 7 de febrero".
"La Antonia quería seguir viviendo, tenía su ropa lista porque nos íbamos el jueves a Maitencillo. El miércoles le llegaron unas blusas de Ali Express para vender. Ella no quería morir. Él la enfermó. Ella era una niña muy intensa, con harto carácter y hacía valer sus ideas hasta el final. A veces se ponía roja discutiendo sobre política ya que se mantenía fiel a sus ideas. Sus mismas amigas me dicen hoy día que era impresionante cómo llenaba todos los espacios. Cuando algo que le daba risa y ya todos se habían parado de reír, ella seguía haciéndolo, solo para molestar".
Hice todo lo que tenía que hacer
"Estos días han sido agotadores, pero me despierto con más energía que nunca. Hoy día tengo un motivo para levantarme: tengo otra hija que lo está pasando pésimo, y si me ve destruida le va a costar más sentirse mejor. Mis papás también están muy mal. Tengo una mayor responsabilidad por estar bien. Si quiero llorar, me voy a la plaza y trato de estar sola. Es un poco loco que a la persona que más le duele tenga que estar conteniendo a una familia entera. Ahora estoy firme. Sé que hice todo lo que tenía que hacer, y no pude".
En enero de este año, junto a su madre y hermana se fueron de vacaciones a Pucón. En la foto, Antonia (arriba) y Rosario (abajo) regresando a Concepción.
Con sus amigas y hermana durante un viaje que hicieron a Mancora en 2015.
Después de estudiar dos años psicología en la Universidad Andrés Bello, Antonia abandonó esa carrera y se cambió a gastronomía. Este año entraba a segundo y se quería ir a Barcelona para especializarse en la cata de aceite de oliva.
A los diez años, Antonia perdió contacto con su padre. “Mis dos hijas son de papás diferentes. Siempre hemos sido las tres súper unidas, dice María Consuelo. En la foto, las hermanas en 1998.
Con el hashtag #JusticiaParaAntonia se convocó a una primera marcha en Concepción el sábado 11 de febrero a la que asistieron miles de personas. Hoy, 18 de febrero, habrá una velatón y para el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, tienen planificado lanzar la campaña con mayor fuerza. En la imagen, los globos que sus cercanos lanzaron al cielo para su funeral, día en que comenzó este campaña.
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