La idea de cumplir 18 y ser libre
Tengo súper mala memoria, pero me acuerdo perfectamente de una imagen concreta del día en el que cumplí 18 años: mi mamá y mi papá me habían regalado unos zapatos que me quedaron grandes, lo que me daba una estupenda y desesperada excusa para rogar que me prestaran el auto y salir. Salir manejando sola.
Es un recuerdo absolutamente vívido. Nerviosa, pero feliz, escuchando la radio con una sensación de libertad que nunca antes había tenido. Ya podía manejar, ya podía tomar legalmente, ya podía votar. Ya era una adulta.
Ese año fue lo máximo. A mediados de tercero medio, había vuelto de Buenos Aires, donde vivía con mi familia, y me había reencontrado con mis amigas de siempre. De más chica había sido mucho más introvertida y menos interesada en salir, pero cuando me cambié de ciudad los ansiosos encuentros en Santiago cambiaron un poco mis prioridades adolescentes.
Ya estaba en cuarto medio, así que tenía que estudiar para la que en mi época era la Prueba de Aptitud Académica, pero fue pocazo lo que me concentré. Y es que solamente quería ser grande y tener mis 18 con juntas y bailes, piscolas, algo de ICQ y mirando, ojalá al menos de lejos, al que me gustaba, que después se transformó en mi primer pololo.
Fue el año de Casi famosos y Bailarina en la oscuridad, de boybands B como Westlife y de Oops… I did it Again de Britney, además de mi primera obsesión romántica después de una vida buceando música: El alma al aire de Alejandro Sanz, que francamente no sé como logró sobrevivir en mi reproductor de CD.
Tuve amigos que ya no veo y también grandes amigas, las que siguen conmigo hasta hoy y que son algunas de las protagonistas de esa época. Me emociona la paradoja cuando reparo en lo que hemos cambiado, a pesar de seguir siendo las mismas. Tenemos vidas distintas y hemos pasado por situaciones muy diferentes, pero el lazo sigue siendo profundo, en algunos casos basado más en la historia que en nuestros intereses y fundamentado en una lealtad que para mí es igual o más valiosa que similitudes que pueden ser efímeras.
Como decía, tengo súper mala memoria, pero cuando pienso en el año en el que cumplí 18, inmediatamente tengo una sensación que mezcla alegría y ternura. Me acuerdo de una verdadera excitación por la vida siendo inocente, y que me hubiera gustado hubiese durado un poco más.
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